miércoles, 25 de diciembre de 2024
viernes, 20 de diciembre de 2024
La maldición de la mujer defectuosa
por Juan Forn
Siempre me llamó la atención que, con lo que adoraba Hollywood Manuel Puig, se privara de estar ahí cuando El Beso de la Mujer Araña recibió cuatro nominaciones al Oscar, en 1985. También se perdió el triunfo en Broadway, cuando El Beso se convirtió en un musical y arrasó con siete premios Tony, en 1992. Ambos momentos forman parte de la larga cadena de sinsabores que le ocasionó a Puig el éxito de El Beso de la Mujer Araña. El mismo pareció anticiparlo en una frase que pone en boca de Molina, el homosexual que protagoniza la novela (y que pierde parte de ese protagonismo en la película y otra parte más en el musical): “Todas las mujeres defectuosas tienen un triste final”.
Puig definía a Molina como mujer defectuosa: “Ese tipo de homosexual identificado con el cliché de la mujer dominada pero heroica del cine de los años ’40, que no quiere o no puede cambiar su identificación con esa fantasía”. Como se sabe, Puig ponía a Molina en una misma celda de prisión con un guerrillero llamado Valentín Arregui Paz. Molina debía sonsacarle información a Arregui; para eso lo habían puesto en esa celda las autoridades carcelarias. Arregui terminaría cayendo en las redes de Molina, según los carceleros, porque un macho necesita ponerla donde sea, incluso enjaulado, especialmente cuando está enjaulado. Y Arregui era en el libro el epítome del guerrillero. Y, en los años ’70, el guerrillero era el epítome de lo macho. Esa era la asombrosa novela que había escrito Puig en el año 1975, corrido de la Argentina por la Triple A, viviendo en casas prestadas entre México y Nueva York, mirando en forma obsesiva viejos melodramas en blanco y negro por televisión, noche tras noche (de ahí había sacado la herramienta con que Molina seduce a Arregui en el libro: contándole películas, en la oscuridad de la celda, noche tras noche).
Cuando el libro se publicó en España (ya había ocurrido el golpe en Argentina) tuvo, aquí y allá, muchos más detractores que defensores. No sólo entre pacatos y reaccionarios: Ugné Karvelis, ex esposa de Cortázar, recomendó a Gallimard no publicarlo “porque deja mal parada la lucha de los revolucionarios latinoamericanos”, y la misma decisión tomaron casi todos los demás editores de Puig en Europa. Era un libro-anatema para la época. Pero Puig estaba convencido, cuando se instaló en Nueva York en 1976, que Hollywood llevaría su novela al cine. Incluso contrató (a pesar de su célebre tacañería) a la Agencia Lynn Nesbit para que lo negociara. Pero detestó que el interesado mayor fuese un argento-brasileño llamado Héctor Babenco y que Babenco consiguiese interesar para el papel de Molina a Burt Lancaster, quien estaba ya medio gagá y abrazó el proyecto como una oportunidad única de hacer pública su homosexualidad, para espanto de los productores, que respiraron aliviados cuando un episodio cardíaco bajó a Lancaster del proyecto. La agencia que lo representaba informó entonces que el joven maravilla William Hurt estaba interesado en el papel de Molina y que podían conseguir a un respetado actor de Broadway (el portorriqueño Raúl Juliá) para hacer a Arregui.
Poco pareció importarles que, en la novela, Molina tuviese cuarenta años y Arregui veinticinco. Menos aún que Babenco no hablara inglés y que Hurt hubiese detestado Pixote y que todos en el set estuvieran al tanto de que Puig detestaba el guión tanto como al director y al actor principal (la película se filmó en Brasil y Puig vivía allí desde 1980). Al segundo día de rodaje, Babenco y Hurt casi se trompean y no se dirigieron más la palabra. Hurt dirigió sus escenas y también la actuación de Juliá. Babenco sólo pudo encargarse de las breves (e interminables) secuencias kitsch con Sonia Braga. Cuando la película estaba en montaje en Los Angeles, a Babenco le diagnosticaron un cáncer: creyendo que se moría, prefirió volverse a Brasil con su familia y dejó la película en manos de los montajistas. Nadie podía creerlo cuando la semihuérfana copia terminada empezó a cosechar premios, desde Cannes hasta la noche de los Oscar.
Puig no había querido ir ni al estreno brasileño. En una fallida cena organizada por los productores, Hurt le había confesado que, en sus años escolares, una pandilla de compañeros de curso le habían dado una paliza y que ésa era la matriz que había usado para componer el personaje de Molina. Puig contestó por lo bajo que Hurt nunca comprendería “cómo uno podía amar a esos muchachos que te golpean en el patio”. En una carta que le escribe a Cabrera Infante es más enfático aún: “Mataron el núcleo de la historia, que era la alegría de vivir y el humor de Molina. Hurt está tan torturado y neurótico como en la vida real. El pobre Juliá está mejor, a pesar de que su personaje casi no existe. Dudo que lo poco que queda conmueva a la gente”. Traicionado por Hollywood, Puig se ilusionó con una revancha en Broadway y asistió a una reunión en Nueva York con Hal Prince, responsable de las versiones musicales de Cabaret y Chicago e interesado en hacer lo mismo con El Beso de la Mujer Araña. Según Prince, Puig lo trató con recelo hasta que él dio a entender que la película no le había gustado nada: segundos después, el tímido escritor escenificaba por toda la sala de reunión cómo debían ser los cuadros del musical. Los que conocían a Male, la madre de Puig, decían que era el verdadero Manuel. Yo creo que no ha de haber habido un Molina mejor que el encarnado por Puig en aquellas oficinas del centro de Manhattan.
Pero la Maldición de la Mujer Defectuosa fue más fuerte: una sencilla operación de vesícula terminó matando de manera absurda a Puig en Cuernavaca. Mientras tanto, en Nueva York, Prince cambiaba una y otra vez de enfoque y guionista, acumulando un rojo de dos millones de dólares en el banco cuando por fin estrenó en Broadway. En el camino, había traicionado las promesas hechas a Puig en aquella reunión en Manha-ttan. Si Hurt había desvirtuado al Molina original, el musical lo sometió a una indignidad mayor: lo desterró a personaje secundario. Quienes hayan visto la película recordarán que Sonia Braga aparecía tres o cuatro veces “corporizando” los melodramas que Molina le contaba a Arregui. En el musical, ése es el papel descollante: el que tiene los mejores cuadros, las mejores canciones, el vestuario más impactante, el máximo tiempo sobre el escenario. Todo lo que hacía inolvidable a Molina en la novela, en el musical lo hace no una mujer defectuosa sino una potra.
Esa paradoja es el triste final, el castigo que sufrió El Beso de la Mujer Araña: que una obra que celebraba como ninguna otra el encanto, el coraje y la nobleza de los gays feos, patéticos y anónimos terminara teniendo como protagonista-fetiche a una mujer despampanante. El día en que le den ese papel y el de Molina a un mismo actor, el día en que alguien sobre un escenario haga lo que hizo Manuel Puig para Hal Prince en aquellas oficinas en el centro de Manhattan, terminará de cerrarse el círculo y quizás así se extinga por fin la Maldición de la Mujer Defectuosa.
Publicado el viernes 7 de mayo de 2010
lunes, 14 de octubre de 2024
Poema de Hugo CaamañoEl amor en las calles
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Capital, Buenos Aires. Cielo bajo. Ay, ¿no me oyes, amiga, esposa ajena, tornasolada cuerda del deseo? El día es un salón iluminado. Salgo a buscarte en él y no te encuentro. A lo mejor mañana -entre la gente- tus calles desbordantes me la entregan, ciudad de férreas patas enterradas a un costado del agua y de los barcos. Alguna vez invade donde espero. Entra al café con su pollera corta y parada en el corazón los finos tacos de sus zapatos negros me hacen daño. Para tanta pasión soy muy pequeño. Y aunque se ha ido, yo, ahí en la mesa que como un perro fiel sale a buscarla, sigo mirándola como una joya ardiendo en la empuñadura de la noche. A veces quiero ser -después me angustio- un capitán de obreros insurrectos. Grito ¡América! Y bajan los del norte. ¡Campesinos! Y suben los del sur. Y se encuentran, se reconocen, se saludan, y hay ruidos de muchos hombres y hacen fuego y se sientan alrededor del fuego y deliberan y designan los jefes y se ponen de nuevo en movimiento. Caiga en el libro que lee la que amo una gota de sangre, un frío atardecer que estando sola en el café de siempre no sepa adónde ir. Adelaida, mi amor, dame la mano y vamos a la ciudad abandonada, a las ruinas de la vieja ciudad de cielos pálidos y vientos y grandes árboles y ahí, esposa ajena, bajo el sol, oh las puertas secretas de tu cuerpo que golpeo con lo que tengo de rodillas. No te enojes por eso. Sueño es nada, nada, guantes que brillan, seda y sangre, escarbando mi cráneo hasta el hastío, que consigo destruir pero que vuelve reconstruyéndose con pasos lúbricos de un trasfondo ignorado donde caigo. La conocí en un cine. Esa noche -20 de julio del 51- mi corazón cansado se apoyaba en un bastón de sangre, cuando con un sobresalto descubrí el rostro prometido en ese rostro. Saludé. Me acerqué. Me presenté. Sonreía que no. ¡Qué iba a decirme! Siempre me dice no cuando le hablo. Recuerdo el verso de Poe, ese que dice: And all I loved, I loved alone. Siento orgullo por eso y quedo aislado por un círculo frío de los otros. Sombra dorada, puerta de mi agonía, así te traigo de la mano al verso. En mi único poema enamorado quiero cantar más alto que ninguno. Los demás si algo son sea en el coro. Adelaida, mi amor, casa fragante alumbrada de noche por mi fiebre y golpeando sus puertas el bramido de un tigre solitario. Buenos Aires al norte, cielos bajos, el otro día la encontré en tus calles. Un relámpago negro ató mis piernas. Y cuando vió que la miraba, mudo, inmóvil en mi fuerza, abrió sus brazos y se acercó hasta mí como una hermana, sonriendo desde el sitio que no alcanzo. ¿Por qué será que no parezco un hombre sino un pueblo de músicos que huye atormentado por estruendos dulces abandonado al sol los instrumentos? ¿Por qué será que nunca me comprende, o me comprende y se sonríe? ¿Qué debo hacer, ciudad? Oh, yo no quiero quedarme noche y día masticando como una droga infame tal angustia. No ha nacido mi alma para eso. Mi alma es como un cuarto tapizado de cortinajes negros y en el centro un joven viudo de rodillas llora. No ha nacido mi alma para eso. ¿Iré a las exposiciones de pintura? ¿A conferencia de poetas con barbitas? Iría pero desnudo, de a caballo, cuatro pumas hambrientos. Y que huyan. Cuando de noche callas en la cama al lado de tu esposo que ya duerme, ¿escuchas la tormenta? Mis manos que te buscan. ¿sientes la soledad? A mí me sientes. ¿Sientes que algo muy bello te ilumina de un resplandor de pájaros salvajes en cielo azul y campos verdecidos? Yo soy que te poseo, amada, amiga. Eso es todo. No espero. Quiero irme. Europa jura y con ardientes manos borda banderas nuevas y me llama. ¡Basta! Cuando me vaya (si no he muerto), ahí en barco, solo, entre la gente desplegaré su rostro como un cuadro pintado entre violines por Picasso, y me estaré mirándolo, mirándolo ahí en el barco, solo, entre la gente, muy pequeño, muy solo en el océano. Y nadie la verá si yo no hablo. La Casa del Canto, Buenos Aires, 1985 |
sábado, 14 de septiembre de 2024
L’humour peut-il être mélancolique ? Le cas de Georges Perec par Michel Laurent

Sauf exception, on éclate rarement de rire en lisant Perec. Son humour est subtil, complexe, et indirect. Ainsi, le roman Les Choses ne figurera dans aucun palmarès recensant les ouvrages comiques. Il s’agit d’une dissection de notre rapport aux objets dans une société où l’accumulation matérielle est dépeinte de manière absurde. On se rapproche ici de l’humour surréaliste.
Humour amer et désespéré dans La Disparition
Quand on évoque Perec, on pense tout de suite à La Disparition, exploit linguistique réalisé en 1969, avant l’avènement de l’ordinateur, un roman lipogramme écrit sans employer une seule fois la lettre "e". Perec, membre de l’OuLiPo, nous offre ici une prouesse littéraire. Je renvoie d’ailleurs les curieux qui souhaitent en savoir davantage sur l’OuLiPo à l’excellente tribune de Ricardo Salvador.
Certes, La Disparition n’est en rien une suite de gags désopilants, mais les contorsions nécessaires pour contourner cette voyelle omniprésente en français sont jubilatoires. Les jeux de mots, anagrammes, palindromes et autres manipulations linguistiques prêtent souvent à sourire, comme lorsque l’un des personnages s’exclame : "Ah Moby Dick ! Ah Maudit Bic !"
L’écriture de Perec est d’une insolente inventivité. Mais c’est un rigolo mélancolique, dont l’humour est imprégné de désespoir. L’écrivaine et psychanalyste Marie Darrieussecq a dit, à propos de La Disparition, qu’il s’agissait moins d’un ouvrage écrit sans "e" que sans "eux", son père mort à la guerre et sa mère assassinée à Auschwitz. Perec évoque d’ailleurs la Shoah dans "W ou le souvenir d’enfance", curieuse fiction qui juxtapose la naïveté du récit avec l’horreur du sujet. C’est un comique de l’absurde, souvent dérangeant malgré tout, ce que n’était pas, sur un thème proche, l’admirable film de Roberto Benigni "La Vie est belle".
Humour à tiroirs (secrets), dans Je me souviens…
Quel étrange livre que ce "Je me souviens", écrit en 1978 et en grande partie illisible aujourd’hui, en particulier pour les moins de 70 ans. La répétition, 480 fois, de la locution "Je me souviens…" est suivie de détails souvent anodins, fragments du quotidien de l’époque. L’effet comique est créé par la banalité, l’accumulation et la fragmentation de ces souvenirs, dont chacun pris individuellement est la plupart du temps d’une triste banalité. Ainsi, le n° 2 : "Je me souviens que mon oncle avait une 11CV immatriculée 7070 RL2".
Une curiosité, le souvenir n° 97 : "Je me souviens que M. Coudé du Foresto fut délégué de la France à l’ONU et que l’on faisait sur son nom une astuce que je n’arrivais pas à comprendre". Sans doute la comprenait-il très bien, mais, pour une raison inconnue, il disait ne pas la trouver drôle. L’astuce en question était due à Jean Rigaux, chansonnier (pour les plus jeunes, l’équivalent d’un stand-upper) qui racontait la blague suivante : une michetonneuse interpelle le sénateur qui déambulait sur les Grands Boulevards. Choqué, celui-ci lance à la belle : "vous n’y pensez pas, Mademoiselle, je suis Coudé du Foresto !". Et la dame de lui répondre : "Ce n’est pas grave, je me mettrai en chien de fusil."
Perec était pourtant tout sauf un cul serré. Ainsi le n° 307 : "Je me souviens de : - Pourquoi les filles du Nord sont-elles précoces ? – Parce que le concerto en sol mineur."
C’est quand même un cran au-dessus des blagues à Toto, on évoque ici la musique classique ! Je me souviens, quant à moi, avoir vu sur scène Sami Frey réciter ce texte, en pédalant avec entrain sur son vélo immobile, installé sur des rouleaux. Performance remarquable d’acteur et de sportif.
Humour glacé et sophistiqué d’un verbicruciste distingué
Amoureux de la langue française, Perec était d’un éclectisme rare. Auteur des mots croisés du Point, il pouvait s’y montrer hilarant et retors. Telle cette définition : "Surtout craint de certains derviches". La réponse est empêcheur, puisque celui-ci empêche les derviches de tourner en rond !
La Vie mode d’emploi est une parodie de roman de mœurs et de roman policier. Les personnages y sont souvent réduits, avec détachement, à une fonction ou à un objet. La juxtaposition des récits qui semblent sérieux devient comique, par leur accumulation et leur variété.
Perec est souvent là où on ne l’attend pas. Et les éclats de rires peuvent alors être au rendez-vous. Comme tout un chacun, il devait aussi gagner sa vie avec "un métier sérieux". Aussi a-t-il longtemps occupé un poste de documentaliste à l’hôpital Saint Antoine. À ce titre, il était familier des publications scientifiques, genre de littérature pour laquelle il faut avoir un esprit sacrément tordu pour y trouver légèreté et drôlerie. Sauf lorsque Georges Perec s’en mêle.
Humour so british d’un des plus français des écrivains
Il a écrit un pastiche d’article scientifique d’abord en anglais — et publié dans une revue académique anglo-saxonne très sérieuse — puis traduit et publié ensuite en français (entre autres dans Actuel). L’article s’intitule "Mise en évidence expérimentale d’une organisation tomatotopique chez la soprano (Cantatrix sopranica L.)". Un court extrait se suffit à lui-même : "Les effets frappants du jet de tomates sur les sopranos, observés… par Marks et Spencer’"(1899). "Chou & Lai... (1927 a, 16, c, 1928 a, 16, 1929 a, 1930) ont écarté l’hypothèse d’un simple réflexe nociceptif facio-facial qui avait été émise… par certains auteurs (Mace & Doyne, 1912 ; Payre & Tairnelle, 1916)".
Et, même dans la version anglaise, Perec est encore capable de jouer habilement avec la langue : "It is of interest to notice that, if the left hemisphere was kept for analysis, the right hemisphere was left"
Certains textes de Perec sont difficilement classables, tel "Quel petit vélo à guidon chromé au fond de la cour ?" qui relève à la fois de l’humour et du roman, ou encore "Tentatives d’inventaire des aliments liquides et solides que j’ai ingurgités au cours de l’année mil neuf cent soixante-quatorze" qui oscille entre l’intime et la fiche-cuisine. Tout au long de sa courte carrière, Perec a reçu de nombreux prix (Renaudot, Médicis…). Il est entré en 2017 dans la prestigieuse collection de La Pléiade. Et en deux tomes, s’il vous plaît. Là, je suis persuadé que ça l’aurait fait rire !
Michel Laurent
jueves, 15 de agosto de 2024
domingo, 23 de junio de 2024
YO ME RESISTO
Yo me resisto,en la calle de los ahorcados,
a acatar la orden
de ser tibia y cautelosa,
de asirme a la seguridad,
de acomodarme en la costumbre,
de usar reloj y placidez,
aventura a cuerda,
palabra pálida y mortal
y ojos con límites.
Yo me resisto,
entre las muelas del fracaso,
a cumplir la ley de cansarme,
de resignarme,
de sentarme en lo fofo del mundo
mortecina de una espada lánguida,
esperando el marasmo.
Yo me resisto,
acosada por silbatos atroces,
a la fatalidad
de encerrarme y perder la llave
o de arrojarme al pozo.
Con toda la médula
levanto, llevo, soy el miedo enorme,
y avanzo,
sin causa, cantando entre ausentes.
miércoles, 15 de mayo de 2024
El vestido
Se me secó el alma.
Como un alma arrojada al fuego, pero no del todo,
no hasta la aniquilación. Sedienta,
siguió adelante. Crispada,
no por la soledad sino por la desconfianza,
el resultado de la violencia.
El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo,
a quedar expuesto un momento,
temblando, como antes
de tu entrega a lo divino;
el espíritu fue seducido, debido a su soledad,
por la promesa de la gracia.
¿Cómo vas a volver a confiar
en el amor de otro ser?
Mi alma se marchitó y se encogió.
El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado grande
para ella.
Y cuando recuperé la esperanza,
era una esperanza completamente distinta.
Louise Glück
domingo, 5 de mayo de 2024
Tembladerales de oro
In memoriam Alfredo Martínez Howard
Francisco Madariaga
lunes, 29 de abril de 2024
La noche
Poco sé de la noche
pero la noche parece saber de mí,
y más aún, me asiste como si me quisiera,
me cubre la conciencia con sus estrellas.
Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte.
Tal vez la noche es nada
y las conjeturas sobre ella nada
y los seres que la viven nada.
Tal vez las palabras sean lo único que existe
en el enorme vacío de los siglos
que nos arañan el alma con sus recuerdos.
Pero la noche ha de conocer la miseria
que bebe de nuestra sangre y de nuestras ideas.
Ella ha de arrojar odio a nuestras miradas
Sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.
Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.
Su lágrima inmensa delira
y grita que algo se fue para siempre
Alguna vez volveremos a ser
Alejandra Pizarnik
sábado, 13 de abril de 2024
Una mujer entera
Idea Vilariño (1920-2009)
por Juan Forn
Mientras la televisión y un enjambre de periodistas locales y corresponsales extranjeros y el Uruguay entero estaban pendientes de la agonía de Mario Benedetti en un hospital de Montevideo, Idea Vilariño se murió en silencio a unas cuadras de distancia. Aunque el día de su muerte un centenar de admiradores le rindieron homenaje en el hall central de la Universidad de la República, a su entierro en el Cementerio del Norte, a la misma hora, fueron sólo catorce personas. El episodio cierra de manera perfectamente coherente la leyenda que la rodeó siempre, a veces alimentada y a veces padecida por ella misma.
Como muchos de mi generación, conocí los poemas de Idea Vilariño en las ediciones que le hizo Schapire en los ’60. Fueron de los primeros libros que compré con mi propia plata, cuando tenía trece o catorce años, y no podía creer que se pudiera decir tanto con tan pocas palabras, y con palabras de todos los días. Uno empezaba a leer esos poemas preguntándose si no eran material de poster, hasta que venía esa descarga eléctrica en el plexo y se nos atragantaban las palabras en la garganta y entendíamos con clarividente certeza que no se podía decir eso de otra manera, no se podía decir eso sin haber pasado antes por las comarcas más pavorosas del amor. Había uno en particular que se llamaba “Ya no” (Ya no será / ya no / no viviremos juntos / no criaré a tu hijo / no coseré tu ropa / no te tendré de noche / no te besaré al irme /nunca sabrás quién fui / por qué me amaron otros / ... Ya no soy más que yo / para siempre y tú / ya no serás para mí / más que tú /... Ya no sabré dónde vives / con quién / ni si te acuerdas / No me abrazarás nunca /... No volveré a tocarte / No te veré morir). La Vilariño se lo había escrito a Onetti, le había escrito todos los poemas de ese libro terrible, y se lo había dedicado, y años después le quitó la dedicatoria cuando lo reeditó, y logró por fin lastimar a Onetti como él la había lastimado a ella.
En los años ’90, cuando yo trabajaba en Planeta y María Esther Gilio y Carlitos Domínguez preparaban su biografía sobre Onetti (Construcción de la noche), los torturaba pidiéndoles que contaran más cosas de aquella terrible historia de amor hasta que la Gilio me dijo: “¿Por qué no encargás una biografía sobre Idea y nos dejás de joder a nosotros?”. Todo lo que puede saberse de ella, ahora que ha muerto, está en el extraordinario suplemento especial que El País de Montevideo le dedicó hace unos días (donde Rosario Peyrou define inigualablemente su poesía: “El máximo escepticismo con la máxima sensualidad”) y en el libro-álbum La vida escrita, publicado el año pasado, que reúne fragmentos de sus diarios, cartas, textos inéditos y recuerdos de sus amigos (“El tipo de homenaje que suele tributarse a los grandes poetas cuando mueren y que nosotros quisimos hacerle antes”, según su responsable, Ana Inés Larre Borges) y en el documental Idea, que filmó Mario Jacob en 1996 (donde ella dice: “Cuando escribo nunca miento. Puedo mentir en la vida de todos los días, pero no cuando escribo”).
Gracias a ellos sabemos que el padre le recitaba, a Idea y a sus hermanos, desde muy chicos, poemas del Siglo de Oro español en voz alta (y que por eso, antes de aprender a leer, ella ya inventaba poemas de rima y métrica perfectas con palabras que elegía exclusivamente por su sonido). Que, a pesar de su salud precaria, desde los veinte años vivió sola. Que antes de cumplir los treinta publicó esta opinión sobre la poesía rioplatense de su tiempo: “Miserablemente estancada en un pantano, pobre poesía de provincia, sin originalidad, sin fuerza, sin ningún poeta verdadero, ningún intenso, ningún nuevo, ningún desesperado, ningún revolucionario. Nadie sabe cantar, nadie tiene mensaje”. Que colaboró en la legendaria revista Marcha hasta que le censuraron por pornográfico un poema donde decía “un pañuelo con sangre, semen, lágrimas” (el problema era que lo firmara “una mujer sola”; ella los mandó a la mierda y no publicó más nada con ellos). Que dio clases durante treinta años en un liceo (se levantaba a las cuatro de la mañana para estar en el liceo a las ocho y tenía otro trabajo a la tarde, y de noche traducía, entre otros a Shakespeare). Que durante muchos años se resistió a recibir premios (no a obtenerlos: le dieron como tres veces el Premio Nacional de Poesía pero recién lo aceptó en 1987, cuando consideró que el jurado era irreprochable). Que detestaba las apariciones en público y que dio apenas tres entrevistas en su vida (“Me gusta mucho escuchar las entrevistas que les hacen a los demás, pero yo no tengo el don: recién al otro día se me ocurren las cosas inteligentes que podría haber dicho”). Que tocaba tangos al piano y los bailaba y los cantaba igual de bien. Que, en lugar de publicar libros nuevos, a partir de 1966 prefirió reeditar los tres que menos le disgustaban (Nocturnos, Poemas de Amor y Pobre Mundo) agregando de canuto en cada reimpresión los poemas nuevos que iba escribiendo, hasta que en 1989 aceptó sacar un libro enteramente inédito: lo tituló, a secas, No, y los dos últimos versos del libro son éstos: “Inútil decir más / Nombrar alcanza”. Que tenía una muletilla (“¿Cómo te diré?”) que la pintaba en genio y figura. Que una septicemia estuvo a punto de matarla a los veintisiete y la tuvo postrada en llaga viva durante casi tres años. Que se casó tres o cuatro veces (siempre por gratitud, con los tipos que fueron buenos con ella, como Manuel Claps, que la cuidó durante aquellos tres años) pero el hombre de su vida fue, sin discusión, Onetti (el propio Claps fue quien los presentó, cuando ella acababa de recuperarse de aquella septicemia).
Que Onetti y ella sólo pasaron juntos nueve noches, en once años. Que al principio él le pareció el hombre más adulto que había conocido y que, a causa de eso, perdió después toda confianza en su propio juicio. Que los momentos juntos eran “el infierno en la calle Durazno”. Que él la llamaba por teléfono y le decía: “Ayudame a entender el modo en que te quiero”. O: “Tengo una loca que se ha tirado al piso y me abraza los pies y no sé qué me pide. Te llamo porque necesito oír tu voz, escuchar a alguien sensato”. Que él le reprochó siempre que no lo amaba de verdad, que sólo lo usaba para escribir “esos poemas tremendos”. Que ella le reprochó siempre que no apareciera “ni una mujer entera” entre los personajes de sus novelas.
Vaya a saberse cuánto es cierto y cuánto es leyenda en toda esta historia. Yo sólo sé que, precisamente por saberse incompleta, Idea Vilariño logró convertirse en una mujer entera, absoluta. En un poema titulado lacónicamente “43” se retrató, a mi gusto, mejor que en ninguna otra parte. Son sólo cinco líneas: “Como un jazmín liviano / que cae sosteniéndose en el aire / que cae cae cae / cae. / Y qué va a hacer”.