PREMIO IBEROAMERICANO DE NARRATIVA MANUEL ROJAS 2017
Yo no conocía la existencia de este premio Manuel Rojas, ni la del mismo Rojas, nunca lo
había leído. Para esta ocasión leí “Hijo de ladrón” y a las veinte páginas pensé ¿Cómo es posible
que yo lo desconozca? Es potente y directo, como a mí me gustan los escritores, es argentino de
padres chilenos, se ve que ha pasado muchas veces la frontera. Dice, al comienzo de su libro “Me
acercaba a Chile, la tierra escondida”. Y ese pasar la frontera de un lado a otro me trae recuerdos,
porque yo vine a Chile unas cuantas veces. La primera, muy joven, de vuelta del Perú por tierra
desde Arequipa a Santiago y luego cruzando la cordillera con el tren trasandino, con las últimas
monedas (Era la época en que uno viajaba con las últimas monedas). La segunda vez, unos pocos
años después, cuando Allende estaba por caer, yo estaba en Mendoza y vine a espiar cómo estaban:
Estaba tensa la situación, no era momento de recibir turistas. Después vine a Santiago invitada por
la Universidad Diego Portales y gocé de la hospitalidad chilena de amigos, y de amigos de éstos.
También hice crónicas de viaje y conocí el sur, Chiloé, un delfín acompañó al barquito, Valdivia,
tan querible, Pucón, Puerto Varas y al Norte, La Serena. La Serena me gustó mucho, allí dicen
“Dama”. Pedí en un bar un café y la mocita me dijo “Sí, dama”. Me intrigan las fronteras y el habla
de las mismas, por ejemplo en San Juan, Argentina, yo había oído decir “Se cree el hoyo del
queque” (Viene a ser el centro de la torta y se dice de alguien muy pagado de sí mismo). Y en
Santiago también lo escuché. Mucha gente de San Juan veranea en Reñaca y los de Mendoza en
Viñas, por la cercanía. Pero lo que me llamó la atención en el sur, sobre todo en Puerto Varas y
Pucón es que mientras que en el centro de esos pueblos prima la madera clara, en casas e iglesias,
como si hubiera una vocación de brillo, en los alrededores donde habitan en general los criollos, es
todo más oscuro, más sombrío (El mismo fenómeno se da en la Argentina, en Bariloche y el
Bolsón, en Bariloche la catedral parece la casita de Heidi y si vamos más allá, hay como una
búsqueda de sombra. Me viene a la memoria una visita remota a Santa Rosa, capital de la Pampa,
provincia despoblada si las hay. Fui como acompañante de otra escritora. Ella a la noche miró por la
ventana de la habitación del hotel, que era y sigue siendo el Cafulcurá, coloso de 9 pisos rodeado
de chatura, y al ver las escasas luces de la ciudad dijo: “Ay, Hebe, ¡qué desolación! Voy a pedir un
whisky”. Como soy suburbana y algo entiendo de edificios chatos, luces débiles y hábitos
pueblerinos le dije “No, no te lo van a traer”. Efectivamente, no se lo trajeron. Ella era una porteña
típica y en Santa Rosa a las once de la noche suelen dormir. Pero mi aprendizaje del lugar no
terminó allí, fui con un poeta coplero, moreno criollo, a ver su casa donde vivía con su mamá: La
casa tenía las paredes pintadas de color rosa viejo, con los colores de los pintores de cuadros del
siglo XIX. La casa por dentro era umbría, despojada, una especie de refugio. A la mamá del poeta la
habían invitado a una cena en el hotel Cafulcurá pero no iba a ir porque consideraba que al ser el
edificio tan alto se iba a marear. Tan ajeno le resultaba, que una posible descendiente de Cafulcurá
se niega a ir al hotel que debió serle próximo. Y volviendo a Chile me pregunto, ¿qué hace en
Valdivia, que es todo un conjunto armónico de jardines y techos rojos ese hotel tan moderno, tan
futurista, con unas puntas retorcidas en la cima, como si estuvieran allá arriba angustiadas? Ese
edificio desentona. Y entonces pienso si no serán nuestros países desiertos poblados un poco a las
apuradas en afán de progreso. Perdón por las disquisiciones arquitectónicas, pero Platón
consideraba que si el entorno de las personas era bello y armonioso, digamos, las personas también
iban a tener pensamientos buenos y armoniosos. Yo también lo creo.
Volviendo al premio, tengo sensaciones contradictorias en relación al mismo, por un lado lo
agradezco, como no podría ser de otro modo, y por otro me parece un premio muy grande, como
desmedido, como si se hubieran equivocado en dármelo. Y también me siento como el escritor
uruguayo Felisberto Hernández, luego de que el escritor francés Jules Supervielle lo presentara en
París a un auditorio lleno de público. Dijo Felisberto: “Me siento como un conejo sacado de la
galera de un mago”. Por suerte este premio me llega a una edad en la que los elogios y los
castigos llegan de forma amortiguada, recuerdo una vez de joven recibí una crítica donde decían
que yo tenía sentido del humor, se la mostré a mi mamá y me dijo “Vos, sentido del humor…” Me
molestó tanto que lo recuerdo. Ahora comprendería todo de otra manera. Algo de vanidad debía
tener yo en ese tiempo, porque solía soñar que daba una conferencia en francés.
Un premio apela a la importancia de una persona, en este caso de un escritor, pero un
escritor lo que más quiere es escribir bien, lo mejor que pueda. Pienso y siempre pensé que la
conciencia de la propia importancia conspira contra la posibilidad de escribir bien, más aún, pienso
que la hipertrofia del rol le juega en contra a un escritor y a cualquier artista. Cuando veo que
alguien hace gala de su rol, sospecho que no escribe bien. Y no soporto los cuentos en que los
protagonistas son escritores, ni las películas sobre el tema. En relación con la importancia de lo que
hace el que escribe entra en un terreno resbaladizo, porque debe tener conciencia de que no se trata
de una lista de compras, pero no debe notarse para nada que lo que hace es importante. Katherine
Mansfield lo decía de un modo delicioso: “¿Por qué será que cuando un párrafo me sale bien me
inflo tanto que el siguiente me sale mal?”
A mí me parece que se idealiza demasiado a los artistas, se tiende a ver su oficio como algo
oculto y misterioso, como si no fueran de la misma pasta que los otros hombres. En mi caso han
colaborado mis padres, que me dieron bien de comer y me hicieron dormir a una hora conveniente
dándome una regularidad que hacía posible que yo leyera tranquila, nunca me elogiaron mucho lo
que ahora considero algo bueno, poco estímulo, librada a mi libertad. También incidieron en mi
proceso de escritura mis amigos, que me escucharon y me leyeron, y en el caso de los libros de
crónicas las personas que entrevisté y las que me ofrecieron contactos, con ellos me siento en
deuda, no los he nombrado o agradecido como me parece que era mi deber. También me ayudó la
escuela y la facultad donde me he enterado de muchas cosas. También un poco de suerte para poder
editar.
Yo miro a este premio como si me hubiese sacado la lotería… con la salvedad de que nunca
compré un billete. O sea, como si alguien me hubiera sacado un billete a espaldas mías. Pero
aparte, este premio tiene un sabor agridulce, por un lado premio a la trayectoria me suena póstumo
y por otro aquí están mis amigos argentinos y chilenos con los que después iré a comer
alegremente.
Me voy a referir un poco a mi literatura, hace tiempo que viré del cuento a la crónica
porque me pareció en su momento una forma de renovación. Cansada de escribir sobre la infancia,
los abuelos y la inmigración, quise ver un poco más del mundo que me rodeaba y empecé a viajar,
sobre todo por América Latina, porque me pareció que ahí había mucho por aprender y descubrir.
Esta explicación debe ser tomada con pinzas, porque un escritor, y sospecho que a la
mayoría de las personas le pasa igual, no sabe la razón de sus actos y decisiones. Estas
explicaciones sirven más bien para las entrevistas, donde uno se pone a pensar arduamente por qué
eligió tal camino y no otro. En general lo que sí tiene un escritor es como un radar que lo lleva a
través de lecturas, imágenes, pensamientos hacia el lugar, tema o ser hacia el que quiera ir, pero no
sabe más. Las explicaciones son para salir del paso. Alguien dijo: “La crónica sirve para dar voz a
los que habitualmente no la tienen” y eso es cierto, tienen prensa los deportistas, los políticos, los
artistas, pero hay un montón de gente que está como oculta. Eso es cierto, en las crónicas se vuelven
protagonistas personas de pueblos chicos, comunidades indígenas. En todos esos lugares sólo he
atisbado, curioseado y sólo me queda eso, haber asomado la nariz, nomás. He tratado de registrar el
lenguaje, los modismos regionales y lo que esto implica: Una forma de ver el mundo. Y también a
veces logré tener un registro de la forma mía de ver el mundo. Una vez en el mercado de Bariloche
encontré vendiendo anteojos de sol a tres negros de Senegal (A la Argentina han venido muchos y
están en todo el país). Les hice anotar en un papel su nombre, uno se llamaba Modoro Batal, pero
quise interpelar al mayor de ellos, que tenía una cara más elaborada, como de hombre reflexivo, y le
pregunto: ¿Cómo te llamás? Black- Me dijo- Cuando estaba por preguntarle incautamente si su
mamá le había puesto ese nombre, al ver mi cara de asombro me dijo: “¿Y acaso en castellano no
existe el nombre Blanca?”
El racismo, como en este caso, muchas veces es inconsciente.
También me he vinculado con el tiempo en que vive la gente de provincias y pueblos que es
distinto del de las grandes ciudades. Recuerdo estar en la plaza de Amaicha , un pueblo de unos
cinco mil habitantes, en Tucumán, en un hotel sin televisor, nada para leer, había olvidado la radio
en otro pueblo. En la plaza rebuznaba un burro sin parar. La tarde anterior quise comprar un diario
para tener… algo. El diálogo con alguien allegado al kiosko fue así:
- No está el diarero pero ayer vino.
- ¿Será que hoy no le toca?
- No, él está queriendo venir pero es que…
Siempre están dispuestos a defender al ausente.
- ¿Y ahora?
- Puede que llegue, puede que no llegue.
Y uno se puede imaginar la cantidad de inconvenientes que pudo tener en el camino, por
ejemplo una lluvia privada, que afecte solo al diarero, entonces en realidad que llegue al kiosko
vendría a ser visto como un milagro. Y después me dijo, con otro tono de voz, como una disculpa: -
Tiene otro trabajo.
Lo mismo hago con los letreros y las placas de profesionales. En Corrientes, donde la gente
es de imaginación muy viva, un abogado se hizo una enorme placa con una balanza doradísima.
Mi querida maestra, Simone Weil tal vez aunque no estoy segura, tenga que ver con todos
esos recorridos. Ella dice Saber, pero saber con toda mi alma que el otro existe, es tal vez lo más
precioso y deseable que pueda “Ver al otro no como proyección de mis fantasías y deseos, sino
como alguien que puede tener otra perspectiva, hecha por su historia, su contexto, sus hábitos”. Mi
perspectiva siempre me parece la adecuada porque está hecha de mi historia, mis hábitos,
sensaciones y todo lo que es mi experiencia, y ¿por qué? Porque con ella me siento cómodo. Julio
Ramón Rybeiro, escritor peruano muy conocido en Chile y mucho menos en el Río de la Plata dice:
“Cuando miro a alguien y le atribuyo algún defecto, debo pensar si no incursiono en el contrario”.
Porque siempre mi perspectiva me va a parecer la verdad, simplemente porque me tranquiliza. En
este terreno de dudas y vacilaciones se maneja un escritor.
Añade Simone Weil “El triunfo del arte ( De todo arte) es que me saca de mí mismo”.
Vivimos llenos de incomodidades físicas y espirituales, preocupaciones de toda índole, me aprieta
el zapato y tengo un viejo rencor que me da vueltas. También dice: “Los mejores productos son
como si fueran anónimos”. O sea, que el que lo fabricó no sabe bien ni cómo ni porque lo hizo.
Es un destino raro el de escritor o artista, lo mejor debe ser como si fuera anónimo y
después es alabado, premiado.
He hablado mucho sobre la Argentina, quiero recordar a algunos escritores y artistas
chilenos que me han impactado. Recuerdo a Nicanor Parra, a quien vi en San Luis (está al lado es
Cuyo) en un congreso de Literatura, nunca lo vi en Buenos Aires, y a los actuales, Alejandro
Zambra, que no está acá porque vive en México, a Diego Zuñiga, que también estaría acá pero está
de viaje y Alejandra Costamagna que, sorprendentemente, no está de viaje, y hay algo que rescato
de los escritores chilenos que me interesa: La capacidad de integrar la vida política a la cotidiana, a
través de personajes domésticos, tíos, primos, conocidos, y su forma de pensar . Todos los últimos
nombrados lo hacen y bien. Pero también quiero recordar a los cineastas chilenos, por ejemplo, una
película de los años setenta “El chacal de Nahuel Toro” donde un borracho del submundo total
aprende a leer en la cárcel y se pone zapatos por primera vez, él está condenado a muerte pero de
momento está contento con sus zapatos que antes nunca tuvo. También hay una película actual
hecha por su nieta a la mujer de Arguedas, el gran escritor peruano, una especie de largo reportaje,
que ganó un premio en el Bafici de Buenos Aires, que es un festival de cine. Esa chica está
viviendo ahora en Córdoba, casada con un cámara argentino.
Agradezco a mis amigos y a mis alumnos que han venido a acompañarme hasta aquí, a la
gente de la editorial argentinos y chilenos que han venido, agradezco la oportunidad de conocer a la
presidenta de la república, la señora Michel Bachelet. Agradezco a la vida, que me dio esta
oportunidad y en general, como canta la gran Violeta Parra.
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