sábado, 29 de septiembre de 2012

Solamente
               por Alejandra Pizarnik


Ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios

ya comprendo la verdad

ahora
a buscar la vida 

viernes, 28 de septiembre de 2012

Para mi amigo Seba y su amor por la literatura...

La bruja blanca







Por Juan Forn
Al pie de foto le alcanzaría decir: “Flannery O’Connor en Lourdes” y sería como una novela entera. La bruja blanca de la literatura, que se estaba muriendo de lupus desde los veinticinco años, llega al santuario de Lourdes en muletas. Una parienta rica le pagó el viaje. Flannery tenía treinta y tres años, le quedaban seis de vida. Ya había escrito uno de los mejores libros de cuentos de la historia: Un hombre bueno es difícil de encontrar. Cuando llegó desde su Georgia natal a la famosa residencia de escritores en Iowa a los veinte años, no sabía quiénes eran Kafka y Joyce. Días después, cuando leyó su primer cuento allá, dejó a todos en atónito silencio; en las horas siguientes se fueron acumulando manojos de flores silvestres en la puerta de su cubículo, que manos anónimas habían ido dejándole sin decir palabra. De Iowa fue a Yaddo, otra famosa residencia de escritores, y pasó más o menos lo mismo. En los días previos a que lo internaran en el loquero, el poeta Robert Lowell abandonó Yaddo sin decir a nadie adónde iba y en un legendario raid maníaco por Nueva York enloqueció a todos sus amigos con influencias exigiendo que lo ayudaran a lograr la canonización de Flannery: no la literaria sino la auténtica, la del Vaticano; se había hecho católico por Flannery. Ella se enteró cuando ya estaba de vuelta en Georgia. La habían bajado en camilla del tren: de un día para el otro sus brazos no le respondieron al teclear en la máquina de escribir. Le diagnosticaron lupus. Desde Georgia escribió a sus amigos del Norte: “Creo que me quedaré hasta ver en qué clase de inválida me convierto”. A Lowell prefirió no escribirle nada en la carta que le mandó; adentro de la página en blanco doblada en tres iba una pluma del último de los pavos reales que había criado de chica en su granja, el único que quedaba con vida cuando ella volvió del Norte y se convirtió en la celebridad del pueblo: la escritora loca que caminaba en muletas por sus humildes dominios seguida de su pavo real.
Vivía en esa granja con su madre, mantenidas por la parienta rica que después las llevaría a Lourdes. Todas las mañanas al despertarse y todas las noches antes de dormirse leía una hora, de algún breviario, la vida de un santo o un mártir (nunca la Biblia; ése era territorio de Faulkner y ella no quería “que mi pequeña barca encalle contra él”). Después se iba a misa de siete y después se sentaba a escribir sus historias dementes y fabulosas sobre las pobres almas del Sur. Su madre y su tía decían: “Ojalá hubiera encontrado otra forma de expresar su talento”. La gente del pueblo decía: “Es una buena chica. Sólo me da miedo acercarme y que me ponga en uno de sus cuentos”. Ella se limitaba a decir: “Las buenas personas son muy difíciles de encontrar. Hay que arreglarse con las malas personas, que son tan respetables que resultan horribles, tan horribles que resultan cómicas, tan cómicas que resultan patéticas, tan patéticas que sería horroroso tener piedad de ellas, porque atraería a los demonios del desprecio”.
En esos cinco años en el Norte se alimentaba, sin alejarse de su máquina de escribir, de sardinas que comía directo de la lata y de agua de la canilla, a la que vertía un chorrito de bourbon porque “el agua del Norte no tiene gusto a nada”. Cuando volvió a Georgia y el lupus empezó a asfixiarle el cuerpo, le escribió a una admiradora: “Descanso veintidós horas al día para poder escribir las otras dos” (la misa, la lectura de breviarios y la alimentación de su pavo real eran parte del descanso). Nunca tuvo novio ni marido y sólo una vez fue besada en toda su vida, por un vendedor de biblias danés, sobreviviente de los nazis. Fue poco antes del viaje a Lourdes. Así describió ese beso en “La buena gente del campo”, uno de sus mejores cuentos: “El le apoyó la mano en el nacimiento de la espalda, la atrajo hacia sí y la besó sin decir una palabra. El beso produjo una circulación de adrenalina en el cuerpo de ella, esa clase de adrenalina que permite arrastrar un baúl lleno fuera de una casa en llamas. Pero antes incluso de que él la soltara, la mente de ella dictaminó con agridulce satisfacción, como si contemplara la escena desde muy lejos, que era una experiencia perfectamente intrascendente si se mantenía el control”. Siempre que leo ese beso me acuerdo al instante de su perfecta contracara, una escena formidable del cuento “La Persona Desplazada”: la señora Shortley reta a su marido porque está fumando mientras ordeña las vacas de la patrona; el señor Shortley hace que la colilla del cigarrillo apunte hacia adentro y cierra su boca, sin dejar de mirarla y sin interrumpir su tarea. “Ese truco había sido en realidad su manera de cortejar a la señora Shortley. Nunca llevó una guitarra para cantarle ni nada bonito para regalarle, sólo se sentaba en los escalones del porche, la miraba intensamente, hacía girar la punta del cigarrillo hacia adentro con la punta de la lengua y el labio inferior, cerraba la boca y la miraba con la expresión más cariñosa que se pueda imaginar. Esto volvía loca a la señora Shortley. Al instante le entraban ganas irrefrenables de bajarle el sombrero hasta los ojos y estrecharlo entre sus brazos, mientras le murmuraba al oído: Oh, señor Shortley, oh, señor Shortley”.
La intelligentzia francesa quedó atónita cuando Flannery se negó a parar en París en su viaje a Lourdes. Tampoco quiso sumergirse en las aguas supuestamente milagrosas del manantial: “Vine como peregrina, no como paciente. Soy de esas personas que pueden morir por su religión, pero no tomar un baño por ella”. Le encantó, en cambio, que en Lourdes hubiera tantos enfermos, tullidos y locos como en sus cuentos. Y pidió que la dejaran un rato largo rezando en la capilla, no para curarse, sino para poder terminar el libro que estaba escribiendo (Todo lo que asciende debe converger, al que llamaba su “opus nauseus”). “Vivo en lo que escribo. Si entrecierro los ojos puedo ver todo lo que me ha pasado como una bendición”, dijo poco antes de morir. “Aunque, a decir verdad, prefiero mirar hacia 1931. De ahí en adelante ha sido un prolongado anticlímax”. En 1931, cuando Flannery tenía cinco años, la gente del noticiero de variedades Pathé viajó hasta Georgia para filmar el gallo al que ella había enseñado a caminar para atrás. La filmación existe todavía: el gallo es un gallo cualquiera, hasta que empieza a imitar a la nena. Lo que se ve entonces en los ojos de ese bicho, y especialmente en los de esa nena, es lo mismo que asomó en los ojos de aquel anciano general confederado, cuando lo llevaron como un trofeo al estreno en Georgia de Lo que el viento se llevó. El general tenía 104 años, fue vestido con su uniforme y su sable, en mitad de la película creyó que se le venía encima la parca y “mientras su mano apretaba el filo de acero hasta que se hundía en el hueso, sus ojos hicieron un esfuerzo desesperado por ver más allá, más atrás; por tratar de saber, antes de morir, qué venía después del pasado”.

lunes, 24 de septiembre de 2012


Queen "Somebody to love" 

                  Para la más linda, Petuña, por todas las noches compartidas escuchando esta banda



El gran Jimi tocando Hey Joe...


miércoles, 19 de septiembre de 2012


Janis Joplin "Work me Lord"

                                     Para Flori...


sábado, 15 de septiembre de 2012


El mundo que nos toca vivir

Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
El camino para la salvación del euro está libre. En ese tono titularon los diarios el jueves pasado. Es que la Corte Suprema de Alemania había aprobado la resolución del Parlamento por la cual se proponía la ayuda financiera al Banco Central Europeo. Con eso se ratificaba la posición de la jefa del gobierno germano, Angela Merkel y, de alguna manera, se respaldaba la existencia del Mercado Común Europeo.
Grecia, Italia, España, Portugal e Irlanda respiraron con optimismo luego de tantos meses de un panorama económico más que dramático. Pero la Justicia alemana limitó la ayuda de su país a la suma de 190 mil millones de euros. Todo préstamo más allá de esa suma debe ser aprobado antes por el Parlamento alemán, así se le da cabida a la opinión de la minoría.
Sí, un respiro para la agotada Europa y un gesto de Alemania para salvar al euro y un no al regreso a las fronteras económicas de antes y a la moneda propia de cada país. Pero hay muchas protestas, en especial de la derecha alemana –mismo en sectores del propio partido gobernante demócrata cristiano–, que se preguntan por qué Alemania siempre es la que tiene que pagar los platos rotos que rompen los otros europeos. Pero cualquier aislamiento de Alemania hubiera podido ocasionar una verdadera catástrofe económica continental. Esta misma semana se publicaron pronósticos de que la crisis económica llegará también a Alemania a comienzos del 2013, cuando el crecimiento sea sólo del 1,1 por ciento, en vez del 1,7 pronosticado antes.
Otra vez el sistema capitalista con sus crisis y un mundo que no encuentra la paz ni puede cumplir con el principio del trabajo para todos o por lo menos pan para todos. Y justo, con la información de la aprobación de la ayuda alemana a los países europeos en crisis, apareció la noticia oficial de la Agencia Federal de Estadísticas alemana, de que va creciendo en este país la cuota de gente que cae en estado de pobreza. Se señala que en 2005 la gente pobre llegaba al 14,7 por ciento del total de la sociedad; en 2010 bajó al 14,5, pero en 2011 ha llegado ya al 15,1 por ciento. Una cifra para pensar. ¿Por qué si aumenta la producción aumenta al mismo tiempo la pobreza, y eso que se trata de un país del “primer mundo”? ¿Por qué no se investiga si la fortuna de los acaudalados va cada vez más en aumento y la pobreza avanza al mismo tiempo? Los estudios oficiales señalan, por ejemplo, que el riesgo de pobreza en Berlín creció del 19,7 en el 2005, a 21,1 en el 2011.
Recuerdo cuando en la década del cincuenta se nos enseñaba que la “economía de mercado” iba a solucionar todos los problemas del mundo. Pues bien, las cifras que presentó Unicef nos dicen que todos los días fallecen en el mundo 19.000 niños menores de cinco años. Todo eso a pesar del progreso de las ciencias médicas. De acuerdo con ese estudio, cada tercer niño que muere es por desnutrición crónica o aguda. De enfermedad pulmonar fallece el 18 por ciento del total; de colitis, el 11 por ciento, y de malaria, el 7 por ciento.
¿Qué dice Naciones Unidas ante estas cifras? ¿Qué es en esencia el ser humano que permite así la muerte de esos seres indefensos? Y aquí viene la otra cara de la moneda. La producción de armas. Las armas cada vez más mortíferas. Los mayores exportadores de armas son Estados Unidos, luego Rusia y el tercero es nada menos que Alemania. Sí, el país que perdió la última Guerra Mundial perdió millones de seres que encontraron la muerte –no sólo como soldados, sino mujeres y niños– en las ciudades bombardeadas. A pesar de ello, acaba de publicarse la información de que esta Alemania actual vendió armas al exterior por 1,1 mil millones de euros en el 2004, y subió esa exportación a 2,1 mil millones seis años después. Negocio perfecto. Negocios son negocios, no importa la moral. Los autores de este estudio, Nicolas Büchse y Hauke Friedrichs, señalan que “la venta de tanques de guerra a regímenes políticos autocráticos (dictaduras, en el verdadero sentido) ya no es más un tabú”, y agregan (textual): “Jamás en la historia fue tan fácil vender armas al exterior”. Ultimamente, esas armas han sido empleadas en la guerra de Afganistán, en Kosovo, en Macedonia. También en maniobras militares de Arabia Saudita y en la Unión de Emiratos Arabes. Por ejemplo, la ametralladora MP5 dispara 8000 proyectiles por minuto y ha sido comprada por Irán, para uso policial, y por la India (que tiene el 24 por ciento del total de muertes de niños en el mundo), por Turquía y por Indonesia. El tanque Leopard II, al que la empresa que los fabrica llama “la nave insignia de los ejércitos”, cuesta 9 millones de euros por unidad. De esta arma –se dice que es la más codiciada del mundo– ya Arabia Saudita ha comprado 800 unidades; Qatar, 200 e Indonesia, 100. También viene dotado con un cañón de caño corto “para ser utilizado en las ciudades”. Y una ametralladora “vertical” con la cual puede atacar “enemigos en los techos de las casas”. Y un lanzagranadas para gases y nieblas. El estado-ciudad de Singapur compró 168 tanques de este tipo.
También Alemania produce el submarino Dolphia, que cuesta cada uno 550 millones de euros. Israel ya ha comprado seis de ellos y los ha dotado de armas nucleares. Todo parece una novela de perversa imaginación; que los judíos que sufrieron uno de los genocidios más grandes de la Historia a manos de los nazis alemanes, ahora compren a Alemania justamente armas.
En total, Alemania produce actualmente las ocho armas más efectivas de la Historia. El recorrido que ha hecho el mundo humano parece ser una obra de ficción inigualable. Pobres autores de libros de ficción, ¡qué cortos se han quedado! Mejor escriban la actual realidad del mundo y van a encontrar los temas de más fantasía. Tal vez los lectores de mis contratapas se digan: ¡otra vez Bayer escribiendo sobre el hambre de los niños y la venta de armas, basta! Pero no. Voy a cerrar esta página con el otro aspecto de la humanidad. Los que no se rinden: la gente bien de abajo que lucha por más dignidad, por ejemplo, las mujeres de Vernon Yankee en Estados Unidos. Allí existe una central atómica que ya ha tenido varios problemas. Un conjunto de abuelas –todas abuelas– se han reunido y comenzado la lucha para su cierre. Se llaman a sí mismas “las Ladys radicales”, y marchan y cantan himnos: “Stand up” y “I will Survive”. Todas visten blusas con inscripciones antinucleares y “molestan” día por día a los responsables. Y están seguras de que triunfarán.
Otro caso es el de las colectividades armenias en todo el mundo, que han salido nuevamente a la calle ahora por la vergonzosa y pérfida medida llevada a cabo por el gobierno de Azerbaiján. Armenia y Azerbaiján tienen un largo conflicto desde la década del noventa. En el 2004, en Budapest, se realizó el seminario “Colaboración para la Paz”, de ayuda para encontrar soluciones, con invitaciones a militares de ambos países. Allí, el teniente azerbaijano Ramil Safarow aprovechó la oportunidad para entrar en la habitación del oficial armenio Gurgan Makarian y cortarle la cabeza de un hachazo. La Justicia húngara condenó al asesino a cadena perpetua. Entonces, el gobierno azerbaijano pidió la extradición del culpable para hacerle cumplir la pena en su país natal. Hungría se lo entregó y el mismo día en su país se le dio la libertad, se lo nombró oficialmente “héroe” nacional” y se lo ascendió a Mayor. La protesta mundial de los armenios ha tenido un gran eco. Piden que el asesino sea devuelto a Hungría y cumpla la pena. Han dejado así el desnudo ante el mundo al gobierno encubridor de un asesino feroz.
Y allá, en mi país, Argentina, en la ciudad bonaerense de Balcarce, hombres y mujeres que no admiten lo injusto han iniciado acciones para que se quite a la ciudad el monumento al dictador Uriburu, sí, el dictador que inició los golpes militares contra los gobiernos constitucionales y fue fusilador de obreros. Es increíble ese monumento. Un insulto a la vida y a la democracia. Pero hay seres nobles que ponen la cara para el triunfo de la Etica. Para lograr ese mundo soñado sin armas y con niños que sonrían eternamente.

martes, 4 de septiembre de 2012

lunes, 3 de septiembre de 2012