viernes, 24 de mayo de 2019

Love Again

Love again: wanking at ten past three   
(Surely he’s taken her home by now?),   
The bedroom hot as a bakery,
The drink gone dead, without showing how   
To meet tomorrow, and afterwards,
And the usual pain, like dysentery.

Someone else feeling her breasts and cunt,   
Someone else drowned in that lash-wide stare,   
And me supposed to be ignorant,
Or find it funny, or not to care,
Even ... but why put it into words?
Isolate rather this element

That spreads through other lives like a tree   
And sways them on in a sort of sense   
And say why it never worked for me.   
Something to do with violence
A long way back, and wrong rewards,   
And arrogant eternity.

miércoles, 22 de mayo de 2019


Exilio


(...)
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?
Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno.

Poema de Alejandra Pizarnik 


martes, 21 de mayo de 2019



Entrevista con Juan José Saer
Con el agua en la boca

Andrea Stefanoni y Damián Lapunzina
Radiomontaje. Argentina, diciembre del 2003.

Fotografía: Pablo Mehanna

Mañana de lluvia en Buenos Aires, un día más que propicio para entrevistar al autor de CicatricesNadie nada nuncaGlosaLa ocasión y Las nubes, entre otros. El escritor argentino reside en Francia desde el año 1968, donde da clases en la Facultad de Letras de la Universidad de Rennes, también escribe artículos para diferentes periódicos. Sus mañanas en París son tranquilas, se levanta a eso de las nueve y sale a caminar. Siempre por la sombra -aclara Saer-. Vuelve a casa, y después de almorzar se queda un rato en su sofá mirando por la ventana. Cumple con un ritual demasiado sencillo para un gran escritor: antes de sentarse a escribir toma un café con un pedacito de chocolate se sienta en un sillón y mira por la ventana" y así se va creando poco a poco el momento para comenzar a escribir","no he tenido métodos de trabajo sino más bien periodos diferentes". "En una época escribía todo el tiempo, ahora eso no es posible, porque ya no tengo tanto que decir". La ironía es uno de sus rasgos clave.
-¿Qué piensa de las entrevistas?
-Me resigno a ellas. Tengo que hacer eso para que el editor me pague el hotel, me trate bien , me invite a comer y además es verdad que eso ayuda un poco para la venta. A veces salen cosas interesantes en las entrevistas y otras no. Depende del entrevistador. A veces pueden ser muy deprimentes, porque uno siente que el trabajo que ha hecho no aparece valorado, o puede haber una serie de malentendidos sobre el trabajo, pero me han hecho muy buenas entrevistas a lo largo de todos estos años, en las cuales he aprendido cosas sobre mí mismo, he elaborado cosas que de otra manera no hubiese elaborado jamás, gracias a las preguntas que me hacían.
-¿Cicatrices, esa historia en cuatro visiones, en cuatro secuencias, está inspirada en algún hecho en particular?
-Cicatrices la escribí en veinte noches. Está inspirada en un hecho real. La escribí en 1967 cuando tenía 29 años y hacía como siete años que la quería escribir. Trabajaba como periodista en tribunales y esta historia me había llamado mucho la atención, un hombre que había matado a su mujer, ex dirigente sindical, medio borracho... me había impresionado la noticia y unos años más tarde estuve en el estudio de un amigo abogado y me mostró las fotos del tipo, de la mujer muerta, y del lugar en que la había asesinado, todo eso me produjo una fuerte necesidad de escribir esa historia que fue escrita en cuatro partes con la tentativa de hacer un libro en el cual hubiese una estructura circular que fuese englobando todas las partes. Un amigo me dijo un día que Cicatrices tiene forma de embudo y me pareció buena la imagen. En un determinado momento se habla del círculo y del espiral, para Goethe la realidad es un espiral, y en un momento uno de los personajes dice: no, no es un espiral, es un círculo. Para Goethe es un espiral ascendente, era un optimista, y el personaje del libro tiene una visión menos optimista del mundo.
-Para admirar a un escritor hay que merecerlo, no se puede admirar a Shakespeare y escribir como Paulo Coelho, lo dijo usted en una nota. También hizo referencia a una declaración de Coelho donde el escritor brasilero decía que admiraba a Borges y a Jorge Amado...
-¡Claro! Y dije que uno de los dos tenía que protestar. Si a Coelho le gustan los dos hay algo que falla en su juicio estético, es una manera de involucrarlos a ambos en una estética que es totalmente inexistente, es imposible. A mi me gusta Borges, pero no me gusta Jorge Amado, aunque es una persona estimable y generosa, pero su literatura evidentemente es un poco folklórica. Al principio era una literatura de protesta social y después dejó de serlo, perdió ese dramatismo social y se transformó en una especie de cultor del color local de Bahía, del cual yo desconfío, nunca estuve en Bahía pero yo desconfío de todo el color local. Aquí en Buenos Aires el color local es el tango, me tiene harto, me dan ganas de vomitar cuando veo bailarines de tango, y eso que me gusta mucho el tango, pero se ha transformado en una especie de cosa estilizada para turistas. A mi me gusta Borges, pero no me gusta Amado.
Otro caso similar es el de Mario Vargas Llosa; él dice que su autor preferido es Flaubert, yo no veo absolutamente nada ni en la obra, ni en la vida, ni en las opiniones que pueda provenir de Flaubert. En los métodos de escritura de uno y de otro, es ahí donde hay que juzgar a un escritor, en la concepción de la novela es totalmente diferente. Uno hace novelas enormes, mamotretos comerciales que son cada vez peores, y el otro tenía la religión del "Buen Gusto", de la palabra justa, decía que en una novela una palabra no puede ser cambiada porque cambia todo el sentido de la novela. Escribió muy pocos libros y cada uno de esos libros era una aventura nueva que empezaba y abría un camino nuevo para la narrativa. Son todos libros muy diferentes que lo único que tienen en común es el estilo inimitable de Flaubert cuya música basta con cerrar los ojos para escucharla inmediatamente. Él probaba sus prosas en voz alta, a la noche, solo, para ver si funcionaba. No podemos decir lo mismo de (Mario)Vargas Llosa, cuya prosa siempre está hecha con gran rapidez para poder llegar a las mejores ventas lo antes posible, para no retrasarse. Parece que ahora ha hecho declaraciones contra Kirchner; es ese tipo de lacayos que se anticipan siempre a los deseos del amo.
-Ya había existido un entredicho cuando Vargas Llosa declaró que había que perdonar a los militares en nombre de la democracia...
-Si, él dijo eso y que todo el pueblo argentino estaba comprometido con lo que pasó. Jamás perdería ni cinco minutos en contestarle. Nunca leo sus artículos, ni las posiciones estéticas de Paulo Coelho, ni de Isabel Allende, no me interesan ese tipo de personajes, a los que les deseo la mayor cantidad posible de ventas y de años de vida naturalmente, además son lo bastante astutos como para no meterse en cosas en las que no se tienen que meter, en cambio Vargas Llosa, tal vez sea un mérito de su parte ese empecinamiento en opinar sobre todo, es un opinador profesional, y siempre opina mal.
-Alguna vez dijo usted, "uno escribe para desconocidos" a pesar de eso hay algún lector, imaginario o real, que le gustaría que le devuelva algo de sus novelas, algún comentario, una crítica...
-Cuando uno es joven hay muchos autores que uno quisiera que lean sus libros. Me hubiese gustado que todos esos personajes extraordinarios, legendarios que eran para mi los grandes escritores hubiesen podido leer mis libros, uno escribe para ese tipo de lectores que son imaginarios, son modelos de lectores, que tal vez no sean buenos lectores, cada autor tiene su propio sectarismo estético que le permite existir como autor. Una obra literaria está hecha a base de muchas aperturas pero también de muchos dogmatismos, muchas cosas cerradas, muchos rechazos, para poder existir. Yo tengo la suerte de haber encontrado a un lector como esos, nos hemos hecho amigos, es Alain Robbe Grillet quien leyó mis libros y me tiene una altísima estima, a veces un poco exagerada, y es un personaje realmente extraordinario, de una inteligencia fuera de serie, tiene ochenta y un años y una vitalidad increíble. El próximo año vamos a venir a Buenos Aires a dar conferencias. Tener el juicio que ha emitido él varias veces sobre mi obra, no me asegura de nada, pero es un placer. Otros escritores como Ricardo Piglia que es de mi generación con el cual tenemos muchos puntos de contacto, todas esas lecturas me reconfortan, me permiten seguir escribiendo, seguir trabajando.
-¿Está escribiendo algo ahora?
-Estoy escribiendo una novela que se llama La grande, probablemente salga a finales del año que viene o a principios del 2005. Es una novela larga, entonces hay que andar con pies de plomo para que todo quede más o menos bien. A lo mejor es una novela más que estoy escribiendo ¿no?, pero a la vez, de todos modos no puedo estar sin escribir y esta novela estoy tratando de hacerla como todas las otras, con el mismo cuidado, las mismas dudas, la misma incertidumbre. Y tratando de hacer algo bueno. Para mi una buena novela es como un objeto mágico que irradia un montón de cosas, no solamente es una lectura edificante, es un objeto que irradia infinidad de cosas.
-Onetti dijo: la literatura es mentir bien la verdad...
Si, es una linda manera de describir la paradoja de la ficción. Onetti ha reflexionado sobre la ficción en sus propios libros a pesar de que no escribía ensayos y por ahí salía con una guarangada cuando hablaban de crítica, sin embargo cuando leemos sus libros, particularmente La vida breve o El astillero vemos que hay una profunda reflexión sobre el alcance del relato, de la ficción, de la representación, en ese sentido La vida breve es un libro totalmente pionero y novedoso no solamente en la lengua española, yo casi diría del siglo XX, ese tratamiento de ficciones superpuestas, una dentro de la otra como una especie de cajas chinas, eso solo se encuentra en el renacimiento, en el barroco. Esa frase me parece excelente, es una manera que tiene Onetti de resumir esa paradoja que es la paradoja de la ficción. Yo siempre digo que las razones por las que creemos en una ficción son idénticas a las que creemos en un Dios, creemos en un Dios porque su existencia le da un sentido al mundo, le da una estructura, y la ficción hace lo mismo, estructura el mundo, un mundo que está hecho a base de experiencias inconexas, fragmentarias, dispersas, la ficción las reúne en un modelo que no significa sino que irradia un sentido múltiple, como que tornasola, como que el sentido está ahí, lo intuimos y de pronto se apaga, de pronto reaparece, de pronto deslumbra, hay una luz fluctuante, la lucidez y la luz vienen de la misma raíz, la lucidez mental y la luz que nos alumbra, eso es la ficción, exactamente lo mismo que pasa cuando creemos en Dios, le da un sentido al mundo , una finalidad... yo prefiero creer más en las ficciones que en Dios. Pero respeto las creencias si no me la quieren imponer.
-Usted es un hombre que trabaja con palabras, si tuviera que elegir una, ¿cuál sería?
Se me ocurrió una, y tal vez esa palabra le dé un sentido a muchas cosas de mi vida, se me acaba de ocurrir en este momento, la palabra es agua, de pronto me doy cuenta que mis dos hijos, que tiene diez años de diferencia, la primera palabra que dijeron fue agua, pero la dijeron en italiano los dos o en latín aqua. También porque yo soy asmático y estoy todo el tiempo dándome aire, y el agua es el primer elemento que se dispone para calmar esa deficiencia de la oralidad, pero al mismo tiempo se transforma en una especie de metonimia de todo aquello que pasa por la boca. Eso podría definir bastante mi vida, si nos ponemos a pensar en todo lo que pasa por la boca y todas las cosas que hacemos con la boca y como el agua está presente en todo eso.
-Usted propone un mapa de lecturas, Di Benedetto, Juan L. Ortiz...
Mi próximo artículo será sobre Juan L. Ortiz, -porque yo escribo artículos en los diarios para ganarme la vida- se cumplieron veinticinco años de su muerte y por primera vez tengo la total convicción - digo por primera vez porque me he separado afectivamente de él después de su muerte y he podido verlo objetivamente- tengo la total convicción de que Juan L. Ortiz es el más grande poeta argentino del siglo XX sin la menor duda, sólo podemos equipararlo con Lugones o con Borges. La lección extraordinaria de Juan L. Ortiz es que es el antimercado por excelencia y sin embargo se ha impuesto como un hito esencial de la literatura argentina, iría mucho más lejos y hablaría de la lengua española. Si uno empieza a ver la historia de la literatura argentina - y río platense- vemos que a partir del siglo XIX se confunde con la literatura de la lengua española, es obvio que decir que Juan L. Ortiz es el más grande poeta no es posible porque hay poetas tan grandes o más que él, como Cesar Vallejo, Pablo Neruda, el mismo Juan L Ortiz dijo que Cesar Vallejo es el más grande poeta de lengua española del siglo XX, y no quisiera contradecirlo.
-Insisto ¿por qué esos autores? ¿para compartirlos? ¿para sacarlos del ocultamiento? -También hay una guerra... estética, que debe resolverse. Un conflicto que debe resolverse, creo que la teoría más idiota que ha sido forjada por la crítica en los últimos años es la teoría del canon, porque parece una cosa fija, además es disparatado el canon del señor Bloom porque... en fin, no vale la pena entrar en detalles.
-En toda su obra hay una imagen muy fuerte de la amistad, está muy presente en sus libros, hay relaciones muy fuertes entre sus personajes...
-Yo valoro mucho la amistad, incluso en las relaciones amorosas también, porque las relaciones amorosas no bastan con que sean pasionales, también tiene que haber amistad en ellas, porque es una manera de hacerla durar y pasar por diferentes etapas. También tengo una relación de amistad con mis hijos. La amistad es esa relación de equilibrio que se establece entre dos personas de cualquier sexo en la cual prevalecen menos los instintos de posesión, nos da la capacidad de vivir afectuosamente esa relación pero en un clima de libertad mutua, de crédito, de confianza. Con mis buenos amigos nos divertimos mucho a costa de nosotros mismos también. Las teorías sobre la espiritualidad, el amor y la amistad, a pesar de que yo tengo una posición materialista muy marcada, casi deliberada, no son totalmente equivocadas. Evidentemente el amor y la amistad pueden ser misterios en el sentido religioso del término. Porque de esta horda salvaje, violenta, sangrante, carnívora, destructora, de pronto aparecen esas flores que salen como de la podredumbre, del pantano, esas flores frágiles, delicadas, que son el amor y la amistad. Podríamos atribuirle a ellas un origen divino, podemos concebirlas como un misterio, no rechazo esa idea, no la desprecio, pero no la uso para mí, yo prefiero concebirla mejor como una de las tantas posibilidades a las que el hombre y los animales - recuerden el Martín Fierro: aprendan de la cigüeña este gesto de ternura- pero también el cocodrilo se come a sus hijos, y muchos humanos también los devoran de manera simbólica y en algunos casos, totalmente literal.
-A José Saramago le preguntaron en una entrevista en Buenos Aires si había imaginado un epitafio y respondió: aquí yace, indignado, José Saramago. ¿Pensó en alguno usted?
-(Risas) No, por ahora no, Saramago estará más cerca... de todos modos yo no quiero tener tumba ni epitafio, quiero ser quemado y que mis cenizas sean dispersas dónde quieran, las pueden tirar a la basura si quieren, no porque piense que no valgo nada, sino que en cualquier lugar donde las tiren van a retomar la molienda universal de la materia y algún día volveré a este mundo, quizás, según la teoría del eterno retorno de Nietzsche, pero esta vez transformado en Paulo Coelho, lleno de dinero (risas).

martes, 7 de mayo de 2019


Para mi amiga Clau, porque todavía nos queda la literatura. 

La pelota

de Felisberto Hernández

Cuando yo tenía ocho años pasé una larga temporada con mi abuela en una casita pobre. Una tarde le pedí muchas veces una pelota de varios colores que yo veía a cada momento en el almacén. Al principio mi abuela me dijo que no podía comprármela, y que no la cargoseara; después me amenazó con pegarme; pero al rato y desde la puerta de la casita —pronto para correr— yo le volví a pedir que me comprara la pelota. Pasaron unos instantes y cuando ella se levantó de la máquina donde cosía, yo salí corriendo. Sin embargo ella no me persiguió: empezó a revolver un baúl y a sacar trapos. Cuando me di cuenta que quería hacer una pelota de trapo, me vino mucho fastidio. Jamás esa pelota sería como la del almacén. Mientras ella la forraba y le daba puntadas, me decía que no podía comprar la otra y que no había más remedio que conformarse con ésta. Lo malo era que ella me decía que la de trapo sería más linda; era eso lo que me hacía rabiar. Cuando la estaba terminando, vi como ella la redondeaba, tuve un instante de sorpresa y sin querer hice una sonrisa; pero enseguida me volví a encaprichar. Al tirarla contra el patio el trapo blanco del forro se ensució de tierra; yo la sacudía y la pelota perdía la forma: me daba angustia de verla tan fea; aquello no era una pelota; yo tenía la ilusión de la otra y empecé a rabiar de nuevo. Después de haberle dado las más furiosas “patadas” me encontré con que la pelota hacía mo­vimientos por su cuenta: tomaba direcciones e iba a lugares que no eran los que yo imaginaba; tenía un poco de voluntad propia y parecía un animalito; le venían caprichos que me hacían pensar que ella tampoco tendría ganas de que yo jugara con ella. A veces se achataba y corría con una dificultad ridícula; de pronto parecía que iba a parar, pero después resolvía dar dos o tres vueltas más. En una de las veces que le pegué con todas mis fuerzas, no tomó dirección ninguna y quedó dando vueltas a una velocidad vertiginosa. Quise que eso se repitiera pero no lo conse­guí. Cuando me cansé, se me ocurrió que aquel era un juego muy bobo; casi todo el trabajo lo tenía que hacer yo; pegarle a la pelota era lindo; pero después uno se cansaba de ir a buscarla a cada momento. Entonces la abandoné en la mitad del patio. Después volví a pensar en la del alma­cén y a pedirle a mi abuela que me la comprara. Ella volvió a negármela pero me mandó a comprar dulce de membrillo. (Cuando era día de fiesta o estábamos tristes comíamos dulce de membrillo). En el momento de cruzar el patio para ir al almacén, vi la pelota tan tranquila que me tentó y quise pegarle una “patada” bien en el medio y bien fuerte; para conse­guirlo tuve que ensayarlo varias veces. Como yo iba al almacén, mi abuela me la quitó y me dijo que me la daría cuando volviera. En el almacén no quise mirar la otra, aunque sentía que ella me miraba a mí con sus colores fuertes. Después que nos comimos el dulce yo empecé de nuevo a desear la pelota que mi abuela me había quitado; pero cuando me la dio y ju­gué de nuevo me aburrí muy pronto. Entonces decidí ponerla en el portón y cuando pasara uno por la calle tirarle un pelotazo. Esperé sentado en­cima de ella. No pasó nadie. Al rato me paré para seguir jugando y al mirarla la encontré más ridícula que nunca; había quedado chata como una torta. Al principio me hizo gracia y me la ponía en la cabeza, la tiraba al suelo para sentir el ruido sordo que hacía al caer contra el piso de tierra y por último la hacía correr de costado como si fuera una rueda.
Cuando me volvió el cansancio y la angustia le fui a decir a mi abuela que aquello no era una pelota, que era una torta y que si ella no me com­praba la del almacén yo me moriría de tristeza. Ella se empezó a reír y a hacer saltar su gran barriga. Entonces yo puse mi cabeza en su abdomen y sin sacarla de allí me senté en una silla que mi abuela me arrimó. La barriga era como una gran pelota caliente que subía y bajaba con la res­piración. después yo me fui quedando dormido.