lunes, 28 de diciembre de 2020

viernes, 25 de diciembre de 2020

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros...


Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de mi vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?


Rosalía de Castro 

martes, 22 de diciembre de 2020

 Vergüenza


                                                                        (Ante una muerte)

Cae tu muerte en mi corazón, llenándolo de vergüenza.
Le grito a mi corazón: «¡Nunca!»
Pero él levanta una nota y me contesta:
«Siempre», murmuro. «¡Siempre!»
El eco repite sobre el mundo: «¡Siempre, siempre!»
y todos los poetas,
con tu muerte doliéndoles, avergonzándolos,
responden: «¡Siempre!»
Porque, mientras tú morías,
mientras tus manos que morían aún intentaban volar
todos los poetas abrazaban su canción.
¡Y oyeron su vergüenza!
La oyeron viva, con sangre y nervios,
como humana criatura
contra humana criatura.
Y esa vergüenza gritó señalándonos:
«¡Vosotros!»
No, no pudimos huir:
espigas, árboles, flores, se desbordaron,
una pared de alas se amontonó.
Senderos y caminos,
el mar,
enredaderas azules,
el agua de las fuentes,
luchaban, se oponían.
¡Amor! ¡Amor!
«¡Vosotros!»
Fue inútil; no, no pudimos huir:
notas, notas, notas, cubriéndonos, amarrándonos.

Nuestra muerte diaria,
¡qué parecida a la tuya!
¡Perdónanos!
Ya que como tú, mientras morimos,
aún nuestras manos intentan morir.

Ana Inés Bonnin 

viernes, 11 de diciembre de 2020

No podemos saberlo

No podemos saberlo. Nadie lo ha contado. Tal vez allí no haya nada más que una red desfondada, cuatro sillas despanzurradas y una vieja zapatilla roída por los ratones. Puede ser que Dios sea un ratón y que corra a esconderse cuando lleguemos. O tal vez sea también la vieja zapatilla roída y destrozada. No podemos saberlo.

Tal vez Dios tenga miedo de nosotros y huya, y durante mucho tiempo tengamos que llamarle una y otra vez con los nombres más dulces para que vuelva. Desde un punto lejano de la habitación Él nos observará inmóvil.

Tal vez Dios sea pequeño como una mota de polvo, y solo podamos verlo en el microscopio, minúscula sombra azul en el portaobjetos, minúscula a la negra perdida en la noche del microscopio, y nosotros ahí de pie, mudos, mirando ansiosos. Tal vez Dios sea grande como el mar, y espumee y truene.

Tal vez Dios sea frío como el viento invernal, tal vez aúlle y retumbe como un ruido ensordecedor, y debamos llevarnos las manos a los oídos, helados y temblorosos, agazapados en el suelo. No podemos saber cómo es Dios. Y de todo lo que quisiéramos saber es lo único realmente esencial.

Tal vez Dios sea tedioso como la lluvia, y ese paraíso suyo sea un tedio mortal.

Tal vez Dios lleve gafas negras, un pañuelo de seda y dos zorrillos atados de sendas correas. Tal vez lleve unas polainas, esté sentado en un rincón y no diga ni media palabra. Tal vez tenga el pelo teñido y un transistor, y tome el sol en las piernas sentado en lo alto de un rascacielos. No podemos saberlo. Nadie sabe nada. Tal vez nada más llegar nos mande a la tienda a comprarle pan y salchichón y una botella de vino.

Tal vez Dios sea tedioso, tanto como la lluvia, y ese paraíso suyo sea la misma cantinela de siempre, un revolotear de velos, de plumas, de nubes, un olor a lirios cortados, un aburrimiento mortal, y de vez en cuando alguna que otra palabra para usar el tiempo. Tal vez Dios sean dos, una pareja de recién casados abandonados al sueño en una mesa de taberna.

Tal vez Dios no tenga tiempo. Nos dirá que nos vayamos y que volvamos más tarde. Nosotros nos iremos de paseo y nos sentaremos en un banco de piedra a contar los trenes que pasan, las hormigas, las aves, los barcos. A esa alta ventana, Dios se asomará a mirar la noche y la calle.

No podemos saberlo. Nadie lo sabe. Puede ser también que Dios tenga hambre y debamos quitársela, tal vez se muera de hambre, tenga frío y tiemble de fiebre bajo una manta sucia y llena de chinches, y tengamos que correr en busca de leche y leña, y llamar a un médico, y quién sabe si encontraremos enseguida un teléfono, la ficha y el número, en la noche llena de gente, quién sabe si tendremos suficiente dinero.

Natalia Ginzburg 

domingo, 6 de diciembre de 2020

 Una hora


Hojas que brillan con el sol, celoso zumbido de abejorros,
Desde lejos, desde algún lugar allá del río, ecos de prolongadas voces
Y lentos sonidos de un martillo, me dieron la alegría no solamente a mí.
Antes, los cinco sentidos, estaban abiertos y, más temprano
                                                                                que en cualquier comienzo,
Esperaron, listos, por todos los que a sí mismos se llamaran mortales,
Para que de este modo ellos pudieran alabar, como yo hago, vida,
                                                                                     eso que es la felicidad.

Czeslaw Milosz

jueves, 26 de noviembre de 2020

"The primary distinction of the artist is that he must actively cultivate that state which most men, necessarily, must avoid: the state of being alone".

James Baldwin




James Baldwin siendo adorable 


 

sábado, 14 de noviembre de 2020


Laberinto


La palabra palabra como quien da la palabra,

es la moneda en el puño como si sólo mía fuera:

también la limosna es codicia, controversias

en un tartamudeo que todo lo confunde:

por amor o por espanto, pega lo mismo

la brutalidad que borra lo que iba a decir:

sin punto final, sin puntos suspensivos,

y aunque parezca que todo comienza de nuevo,

pena es el grito, gemido el adiós, pronto el silencio.


Alberto Szpunberg 

sábado, 7 de noviembre de 2020

Declaración de amor

Ciudad que llevas dentro
mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa
de los hombres del alba,
mil voces descompuestas
por el frío y el hambre.

Ciudad que lloras, mía,
maternal, dolorosa,
bella como camelia
y triste como lágrima,
mírame con tus ojos
de tezontle y granito,
caminar por tus calles
como sombra o neblina.

Soy el llanto invisible
de millares de hombres.

Soy la ronca miseria,
la gris melancolía,
el fastidio hecho carne.
Yo soy mi corazón desamparado y negro.

Ciudad, invernadero,
gruta despedazada.

Bajo tu sombra, el viento del invierno
es una lluvia triste, y los hombres, amor,
son cuerpos gemidores, olas
quebrándose a los pies de las mujeres
en un largo momento de abandono
-como nardos pudriéndose.

Es la hora del sueño, de los labios resecos,
de los cabellos lacios y el vivir sin remedio.

Pero si el viento norte una mañana,
una mañana larga, una selva,
me entregara el corazón desecho
del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,
el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,
de una tierra sin vida?
Porque yo creo que el corazón del alba
en un millón de flores,
el correr de la sangre
o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria.

Los hombres que te odian no comprenden
cómo eres pura, amplia,
rojiza, cariñosa, ciudad mía;
cómo te entregas, lenta,
a los niños que ríen,
a los hombres que aman claras hembras
de sonrisa despierta y fresco pensamiento,
a los pájaros que viven limpiamente
en tus jardines como axilas,
a los perros nocturnos
cuyos ladridos son mares de fiebre,
a los gatos, tigrillos por el día,
serpientes en la noche,
blandos peces al alba;
cómo te das, mujer de mil abrazos,
a nosotros, tus tímidos amantes:
cuando te desnudamos, se diría
que una cascada nace del silencio
donde habitan la piel de los crepúsculos,
las tibias lágrimas de los relojes,
las monedas perdidas,
los días menos pensados
y las naranjas vírgenes.

Cuando llegas, rezumando delicia,
calles recién lavadas
y edificios-cristales,
pensamos en la recia tristeza del subsuelo,
en lo que tienen de agonía los lagos
y los ríos,
en los campos enfermos de amapolas,
en las montañas erizadas de espinas,
en esas playas largas
donde apenas la espuma
es un pobre animal inofensivo,
o en las costas de piedra
tan cínicas y bravas como leonas;
pensamos en el fondo del mar
y en sus bosques de helechos,
en la superficie del mar
con barcos casi locos,
en lo alto del mar
con pájaros idiotas.

Yo pienso en mi mujer:
en su sonrisa cuando duerme
y una luz misteriosa la protege,
en sus ojos curiosos cuando el día
es un mármol redondo.
Pienso en ella, ciudad,
y en el futuro nuestro:
en el hijo, en la espiga,
o menos, en el grano de trigo
que será también tuyo,
porque es de tu sangre,
de tus rumores,
de tu ancho corazón de piedra y aire,
de nuestros fríos o tibios,
o quemantes y helados pensamientos,
humildades y orgullo, mi ciudad,

Mi gran ciudad de México:
el fondo de tu sexo es un criadero
de claras fortalezas,
tu invierno es un engaño
de alfileres y leche,
tus chimeneas enormes
dedos llorando niebla,
tus jardines axilas la única verdad,
tus estaciones campos
de toros acerados,
tus calles cauces duros
para pies varoniles,
tus templos viejos frutos
alimento de ancianas,
tus horas como gritos
de monstruos invisibles,
¡tus rincones con llanto
son las marcas de odio y de saliva
carcomiendo tu pecho de dulzura!

Efraín Huerta

jueves, 5 de noviembre de 2020

Si j'étais vivant 


Si j’étais vivant je lui dédierais cette strophe de prose : je rentre

du parc de Bagatelle ; il y une clématite de plus au mur des

clématites, les autres se serrent tout naturellement pour lui

faire une place ; et, dans ce mural, la nouvelle ne dépend

d’aucun mois de mai ni d’aucun mois de juin mais de beaucoup

de poésie. Presque en même temps, certains disent un peu

avant, d’autres un peu après, des braises se sont éteintes au

mur des regards, et la lamentation n’a fait que se transférer

d’un mur à l’autre. J’observe la frise des clématites et ne sais

comment il faut la voir

c’est un mur de velours frappé

est-ce une surface champagne frappé

peut-être une peau couverte de bleus

si je pouvais parler voici ce que je lui dirais :


Dominique Fourcade 

sábado, 31 de octubre de 2020

domingo, 25 de octubre de 2020

Imitación de la alegría

Donde los árboles aún
más desolada hacen la tarde,
al tiempo que indolente
se ha desvanecido tu último paso,
aparece la flor
en los tilos y persiste en su suerte.

Buscas una explicación a los afectos,
pruebas el silencio en tu vida.
Otra ventura me revela
el tiempo reflejado. Aflige
como la muerte, la belleza
ya en otros rostros fulmínea.
He perdido toda cosa inocente,
incluso en esta voz, que sobrevive
para imitar la alegría.

Salvatore Quasimodo 

martes, 13 de octubre de 2020

Nada


Mis ojos se ennegrecen
ante estos días
de luz y risas ajenas,
de sal, de muerte hueca
en la sangre.
Quisiera desnudar mi grito
en la calle,
volcarlos en las esquinas,
atravesar paredes
y canciones,
golpear en lo más bajo,
trepar los pensamientos,
devorar las raíces del asombro.
Mis manos se marchitan
abrazando la nada
como esas hojas turbias
que se aferran al árbol.
La burla sopla su clarinete
y mi niebla se desenrosca,
me pide libertad,
se marcha
y se estrangula las horas.

Susana Thénon

 

por un minuto de vida breve

única de ojos abiertos

por un minuto de ver

en el cerebro flores pequeñas

danzando como palabras en la boca de un mudo

Alejandra Pizarnik 


domingo, 11 de octubre de 2020

 

Hombrecitos

Jenniffer Zambrano

Los hombrecitos son tantos que me los encuentro en cualquier parte de la casa y, como son diminutos, en varias ocasiones los he pisado sin darme cuenta, y he hecho llorar a más de un hombrecito. Sus lugares preferidos son los rincones más pequeños y oscuros en los que antes solo existía polvo. No les gusta dejar espacio sin conquistar, ni desaprovechan las oportunidades de apoderarse de todo lo que encuentran; por lo que, al abrir los ojos en las mañanas, lo primero que veo es a ellos saltando sobre las sábanas y jugueteando con los mechones de mi cabello. Pero, por más pequeños que sean, a veces son más fuertes que yo. Como en los días en que mis pasos se vuelven lentos porque ellos se aferran con todas sus fuerzas a mis zapatos y los voy arrastrando por los pasillos y luego por las calles.

Son egoístas estos hombrecitos, a pesar de que les doy todo para que sean felices y vivan en mi casa, a costa de mi carne, sin que deban enfrentar el miedo que les causa el exterior. Porque sí, mis hombrecitos le temen al mundo. A otros hombrecitos que habitan en el exterior. Por eso yo los cuido, los dejo libres dentro de la casa, les permito arrancar el tapiz de las paredes, rayar el piso y botar la comida del refrigerador. Una vez incluso me tocó defenderlos del gato del vecino que entró por la ventana y los persiguió por horas. Así están las cosas por aquí.

Lo bueno es que me acompañan en los momentos de tristeza. Si una noche empiezo a llorar, aparecen todos y se sientan sobre mis piernas, en mis hombros, encima de la cabeza, en las palmas de las manos, sobre mis pechos, sobre mi vientre. Me habitan la piel estos hombrecitos, de manera que yo misma me siento una de ellos.

Lo que no me gusta de ellos es que odian las visitas. No dejan entrar a extraños a la casa, mucho menos a otros hombrecitos. Antes de que ellos llegaran, este lugar pasaba lleno de gente. Solía invitar amigos, hacía fiestas, subía al máximo el volumen de los parlantes a cualquier hora del día. Pero la última vez que traje a alguien a casa, los hombrecitos, enfurruñados, se armaron con todo tipo de utensilios de cocina para lograr su cometido de echar al invitado. Cuando lo consiguieron, los vi saltar y chocar sus manos a manera de festejo por su victoria. Yo lloré y esa fue la primera vez que ellos vinieron a consolarme. Ahora ya no me molesta que los hombrecitos me pidan que duerma temprano y en silencio porque los ruidos los ponen de mal humor.

Dejando eso de lado, vivir con ellos tiene más puntos positivos. Esta noche, por ejemplo, los hombrecitos van a cocinar una cena para ellos y para mí. Mientras estoy preparándome en mi habitación, imagino que se necesitan seis de ellos para tomar el sartén por el mango, cinco para coger la cuchareta y remover la comida y a muchos para ubicarse uno encima de otro hasta formar una hilera de hombrecitos que alcancen la vajilla de la alacena.

Escucho un golpe en la puerta y sé que es la señal de que ya todo está listo. Los hombrecitos me esperan al lado de la mesa. Esta vez se han juntado todos para formar un hombre que me invita a sentar y que me habla en una lengua inentendible durante el tiempo que demoramos en comer. Luego, el hombre pone música y extiende su mano. Bailamos largo rato y la mano del hombre comienza a descender por mi espalda y se estaciona justo al final del escote. Me dejo guiar por él hasta la habitación y, cuando estoy por desnudarme, escucho el ronroneo de un gato, el del vecino, que ha ingresado de nuevo por la ventana abierta. El hombre tiembla. Bajo su traje se ve agitación, grumos que sobresalen deformando su cuerpo. El gato salta encima de él y, al mismo tiempo, el hombre deja de existir. Los hombrecitos vuelven, se dispersan y corren por la habitación, rebotando como pelotitas de goma contra la pared.

Yo estoy cansada de la escena y esquivo al gato y a los hombrecitos hasta salir de la habitación, hasta salir de casa, esperando que al regresar todo esté en calma. Sin gato, sin hombrecitos mezquinos a los que tanto quiero. Ay, mis hombrecitos tan solos, tan tristes, ojalá no sobrevivan a esta noche.

viernes, 9 de octubre de 2020

Pero jamás me pidas la tristeza guardada...


Pero jamás me pidas la tristeza guardada.
(Hay una flor que late y un pájaro que llora
y para no escucharme el alba se demora
porque yo sigo siendo la nunca acompañada.)

De estar un poco mía y otro poco cansada
aquí dentro se rompe una humedad sonora;
y soy la que antes era, la de después de ahora;
la misma soñolienta mujer hecha de nada.

¡Pero jamás me toques el corazón difuso!...
(¿Por qué será, Dios mío, el único que uso?)
Perdida absurdamente en la carne que pienso

me voy volviendo pobre, pequeña como adarme,
y por saberlo todo, ya no quiero salvarme
de esta sangre que tiene un azul indefenso.

Carilda Oliver Labra 

viernes, 2 de octubre de 2020

Ternura 


Comenzaste a morir

ya en aquel momento,

cuando yo nací.

Día tras día

te encogías imperceptiblemente

mientras yo crecía.

Mis anginas infantiles

y mi imprudente juventud

dañaron tu corazón.

Mis derroches

en las despreocupadas bromas

las pagaste al contado con tus días.

Papá, con cuanta ternura

sentabas a la muerte en tus rodillas

y la hacías caricias.


Blaga Dimitrova 


Mafalda y Quino por siempre en el recuerdo



sábado, 26 de septiembre de 2020

 "Poderoso Cóndor"


Hanaqpacata qhasuspan
rikhurimun apu kuntur
mancarisqan qunqurcakin
urqukuria qhawashanku
raprankunata mast'arin 
llaqtakunata llanthuqtarag
mayukunan qucakunan 
rikc'ayninta lirpushanku

Raprakunata maywispan
wayrataraq Phawaricin 
uywakunata llaksaspan 
urqun q'asanta ayqicin

Intiwanpas ñawipuran
qhawanaykunun kunturqan 
runatataqmi riqsiykun
sunqunkama
qhawaykuuspa 
K'akaranpas K'awciy K'awcin
churunanpas ari yawrin 
rakhu sarpha cakinpitaq 
sillunkuna tumi tumi

Sumaq mallku apu Kuntur
yana p'aca yurak qhutu
imanantaq qan qamunki
wasiy urqupi tiyaykuq

Amapuni willawayku
taytamamaq wañunanta
aswan ñuga qurisqayki 
yawarniyta ukyaykukuy.



Rozando todos los cielos
aparece el divino cóndor; 
temerosas, se ponen las rodillas 
las montañas que él contempla. 
Extiende sus alas 
y los pueblos caen bajo su sombra: 
los ríos, los lagos, 
reflejan su gran imagen.

Moviendo sus alas 
desata los vientos; 
con hojas sin peso, los animales 
huyen por abras y montes.

Con el sol, ojo a ojo
el cóndor se mira;
y nadie como él conoce al hombre
llegando a su profundo
corazón, con ese ojo.
Su aguda cresta, cortante acero;
su pico ¡sí, aguja!
y en sus patas escamosas,
las uñas cuchillo antiguo.

Hermoso señor del mundo blanco nudo 
¿Por cuál motivo vienes tú 
a posarte en el techo de mi morada-

No me digas 
que mi padre o mi madre han muerto; 
yo te ofrezco (en cambio) 
que bebas mi sangre ¡bébela Señor!

Poema de Andrés Alencastre, traducción de José María Arguedas 

viernes, 11 de septiembre de 2020

 Quién sabe

Indio que asomas a la puerta
de esa tu rústica mansión:
¿Para mi sed no tienes agua?
¿Para mi frío cobertor?
¿Parco maíz para mi hambre?
¿Para mi sueño, mal rincón?
¿Breve quietud para mi andanza?

-¡Quién sabe, señor!

Indio que labras con fatiga
tierras que de otro dueño son:
¿Ignoras tú que deben tuyas
ser por tu sangre y tu sudor?
¿Ignoras tú que audaz codicia
siglos atrás te las quitó?
¿Ignoras tú que eres el amo?

-¡Quién sabe, señor!

Indio de frente taciturna
y de pupilas de fulgor:
¿Qué pensamiento es el que escondes
en tu enigmática expresión?
¿Qué es lo que buscas en tu vida?
¿Qué es lo que imploras a tu dios?
¿Qué es lo que sueña tu silencio?

-¡Quién sabe, señor!

¡Oh, raza antigua y misteriosa,
de impenetrable corazón,
que sin gozar ves la alegría
y sin sufrir ves el dolor:
eres augusta como el Ande,
el Grande Océano y el Sol!
Ese tu gesto que parece
como de vil resignación,
es de una sabia indiferencia
y de un orgullo sin rencor…

Corre por mis venas sangre tuya,
y, por tal sangre, si mi Dios
me interrogase qué prefiero
-cruz o laurel, espina o flor,
beso que apague mis suspiros
o hiel que colme mi canción-,
responderíale diciendo:
-¡Quién sabe, señor!

José Santos Chocano

domingo, 6 de septiembre de 2020

 

Vacío 

por Andrés Caicedo


A lo mejor no he debido estarme tanto tiempo en la casa de Angelita, porque cuando salí todo estaba vacío. Casi que me vuelvo para atrás. Voltié la cara y ella me estaba diciendo adiós desde la ventana. Por primera vez estuvimos juntos más de una hora. Nos amamos por primera vez. Ella me dijo adiós desde la ventana.

Yo no podía regresar. Yo tenía que irme. Le sonreí a su cara que salía por la ventana y empecé a caminar toc toc toc por el pavimento resquebrajado. Me había metido las manos a los bolsillos. Recorrí muy despacio su calle, los sauces que crecen a lado y lado, y la iluminación de mercurio, todo eso vacío. No podía regresar, sus papás no demoraban en llegar, y quién sabe si con un hermano. Yo no quiero morir tan joven. Vacía la esquina de la casa de Angelita. Y la luna llena. Esa luna llena que se está llenando desde hace cuatro días y hoy es cuando está más llena. Hoy es la noche del peligro, mano.

Vacío Sears. Cuando pasé por allí, no estaban ni siquiera los vigilantes que cargan escopeta y que le tiran de una al primero que venga a robarle algo a lo que los gringos tienen en Sears. Vacía toda la Avenida Estación pero yo cerré bien los puños dentro de los bolsillos y caminé por la mitad de la calle, echando ojo a cada sombra, a cada casa, a cada raya. Cuando paso por aquí de día y todo eso, siempre pienso en Angelita. Desde la Avenida Estación se ve su casa, la parte de atrás de su casa. Y cuando paso por aquí de día y hay sol y todo eso y la gente que pulula, pienso por qué no ir donde Angelita, tocar a la puerta, preguntar por ella, por qué no, qué tiene eso de malo, pasé por detrás de su casa y pensé en ella. Me la imaginé ya casi dormida, abrazando una de las almohadas pensando en mí, pensando en mañana cuando se levantara y me llamara por teléfono y yo le contestara, todo eso, contarle que cuando salí de su casa la calle estaba vacía y que me había dado miedo al principio pero después no, por algo es uno alumno de sexto del colegio San Juan Berchmans. Desde donde yo estaba mirando se veían la ventana de sus papás y la del cuarto de las mantecas y las cortinas de la sala. Me hubiera gustado treparme al techo, caminar hasta su cuarto y despertarla de un beso en la mejilla, juntarle mi cara, respirarle en las orejas, preguntarle por mí, que si me ha pensado mucho. Me hubiera gustado eso.

Tal vez si no hubiera salido tan tarde de su casa, no me hubiera encontrado esta calle tan vacía. Caminé despacio hasta Deiri Frost. Vacío Deiri Frost allí donde uno se aparece cualquier día y se encuentra con los muchachos, con Pedro y con Pablo y Chucho y Jacinto y José, toda la gente, y eso es que le preguntan a uno que para dónde va y uno contesta para ver adónde es que lo invitan, y allí de una le plantean onda con cualquier par de hembras, cosas así, cualquier día. Pero de día. Ahora el Deiri Frost estaba vacío. Me arrimé bien a los vidrios para ver si veía al gringo que prepara los helados, pero nada. Todo vacío. Si me encontrara con alguien, por qué no. Con tantos amigos que tiene uno en Cali, por qué no. Me senté un rato en el muro del Deiri Frost esperando a que pasara alguien conocido. Han debido pasar como veinte minutos y no pasó nadie. Ni siquiera un taxi. Nada, y esa luna llena… Me paré del muro y caminé hacia arriba, por la Avenida Sexta hasta que llegara a mi casa. Vacía la fuente, vacía la Bomba, vacío Oasis, allí donde yo conocí a Angelita.


Spinetta y Charly García

Rezo por vos 


 

sábado, 5 de septiembre de 2020

 La memoria es sólo un espejismo


Granos de arena. Travesía del polvo.
Piélago rendido a la distancia.
Vaharada de tiempo que sofoca
la ráfaga encendida.
Fiebre sedienta y ávida.
La memoria es sólo un espejismo.
No remuevas la arena.

                                                            Luzmaría Jiménez Faro
                                                           
                                                            De "Mujer sin alcuza" 2005

Cita con mis poetas

Oblicuamente noche llegas
a sacudir la fiebre que recorre
el azulado horóscopo que anudo.
Abro las manos torpe
y cuento mis diez dedos
que como diez cuchillos afilados
apuñalan lo oscuro.
Y yo,
y tú,
nosotros y vosotros,
los que amamos la voz y la palabra
al margen del insomnio,
descifraremos el ajedrez de espejos
para después, a plena luz, reconocernos.

                                                                      Luzmaría Jiménez Faro

jueves, 27 de agosto de 2020

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos,
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, cara esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo. 

Cesare Pavese 

lunes, 24 de agosto de 2020

Quedarme en casa...

Quedarme en casa,
sumergida en los pliegues de las horas,
y no esperar a nadie.

Que los ojos escuchen
y se olviden del mundo.

Que me arrope el silencio
y respire en mi nuca
su suave indiferencia.

Que vivir sea esto,
sin palabras de aguja
ni rodillas de llanto,

con el tiempo desnudo al borde de la cama
y mi boca dormida en su tímido beso.

                                                    Ana Merino

                                                    De "Los días gemelos" 1997  

martes, 18 de agosto de 2020

 Arcos

hoy creo todo falso

en este amor de humo

desde los dos estanques

vidriados de tus ojos

donde se inmovilizan mis pupilas

hasta la realidad emocionada

de tus dos manos infinitas


sólo es verdad la angustia de esta noche

palpable entre mis manos frías

i el llanto que me cae para adentro

i este deseo de pedir   p  e  r  d  ó  n


¡Ambiguas esmeraldas de mi risa!

Decoración fastuosa de mis cenefas de tristeza

como dos ojos verdes que han visto mucho el mar

i que sienten nostalgias de dormir en su seno


Bendita seas Hora

porque afirmas la angustia

de que este amor sólo es un sueño.

Magda Portal 

domingo, 16 de agosto de 2020

 Yendo por aquel campo, aparecían, de pronto...


Yendo por aquel campo, aparecían, de pronto, esas extrañas
cosas. Las llamaban por allí, virtudes o espíritus. Pero, en
verdad eran la producción de seres tristes, casi inmóviles,
                          que nunca se salían de su lugar.
Estancias al parecer, del otro mundo, y casi eternas,
porque el viento y la lluvia las lavaban y abrillantaban, cada
vez más. Era de ver aquellas nieves, aquellas cremas,
aquellos hongos purísimos... Esos rocíos, esos huevos,
                           esos espejos.
Escultura, o pintura, o escritura, nunca vista, pero, fácilmente
                           descifrable.
Al entreleerla, venía todo el ayer, y se hacía evidente
                           el porvenir.
Los poetas mayores están allá, donde yo digo.
              

                                                                Marosa di Giorgio 

                                                                De "Clavel y tenebrario" 1979
        

domingo, 9 de agosto de 2020

La luna con gatillo


Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.

El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.

El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.

Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.

Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.

Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.

¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?

He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.

El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.

Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!

Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.

Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.

No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.

Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.

Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.

Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.

No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!

No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.

Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.

                                            Raúl González Tuñón 

sábado, 1 de agosto de 2020



Te quiero hasta el cielo y más allá. Duerme mi niño hermoso, mi angelito con patas. 

Te llevaré siempre en mi corazón. 

viernes, 31 de julio de 2020

jueves, 30 de julio de 2020


Que se quede el infinito sin estrellas...

Que se quede el infinito sin estrellas,
que la curva del tiempo se enderece.
Y pierda su fulgor, cuando se mece
un planeta en su abismo y en las huellas

del estallido primordial. Aquellas
noticias recibidas del comienzo
de las galaxias, del vacío inmenso,
hoy son luz fósil. Paradojas bellas

que anuncian por venir lo transcurrido
y postulan pasado lo futuro.
Universo del pensamiento puro:

un espacio que fluye como un río
y un tiempo sin presente, opaco y frío.
El tiempo de la espera y del olvido.

                                                
                                                                Severo Sarduy