sábado, 30 de mayo de 2020

Neolítico dichoso
El vacío pregona
una filantropía que desespera.
Octavio Paz

Hoteles, relojes, teléfonos,
satélites, automóviles, viajes
a la luna, rosas a domicilio,
American Express, computadoras
ritual sin rito, burocracias,
estridencia punk, balas
de plástico, napalm, etcéteras
por télex: no me interesan,
nada de ese unánimemente afamado
argumento del progreso
me interesa, mejor tomar de lámpara
al sol, seguir esperando lluvia
cuando me alcanza la sed.

Samuel Noyola, poeta mexicano desaparecido

viernes, 29 de mayo de 2020

La peur

Roses de feu, blanches d'effroi,
Les trois
Filles sur le mur froid
Regardent luire les grimoires ;
Et les spectres de leurs mémoires
Sont évoqués sur les parquets,
Avec l'ombre de doigts marqués
Aux murs de leurs chemises blanches,
Et de griffes comme des branches.
Le poêle noir frémit et mord
Des dents de sa tête de mort
Le silence qui rampe autour.
Le poêle noir, comme une tour
Prêtant secours à trois guerrières.
Ouvre ses yeux de meurtrières !
Roses de feu, blanches d'effroi,
En longues chemises de cygnes,
Les trois
Filles, sur le mur froid
Regardant grimacer les signes,
Ouvrent, les bras d'effroi liés,
Leurs yeux comme des boucliers.

Alfred Jarry 

jueves, 28 de mayo de 2020

ESTACIÓN EN LA TIERRA
I
No creo que yo esté aquí demás.
Aquí hace falta una mujer, y esa mujer soy yo.
No regreso hecha llanto. No quiero conciliarme
con los hechos extraños.
Antiguamente tuve la inútil velada de levantar las tejas
para aplaudir los párrafos de la experiencia ajena.
Antiguamente no había despertado.
No era necesario despertar.
Sin embargo, he despertado de espalda a tus discursos,
definitivamente de frente a la verídica, sencilla y clara
necesidad de ir a mi encuentro.
Ahora puedo negarte. Retirarte mi voto.
Y puedo escuchar y gritar conmigo
irremisiblemente viva,
porque viva es la voz de las verdades,
porque viva es la voz del luminoso
salón del casamiento del ángel con la estrella.
Ahora puedo negarte. Toda soy de ventanas,
limpia, libre y clara de frente al campanario
de los oficios de los vivos y de los muertos.
Y siento la necesidad de las cosas pequeñas,
de esas cosas pequeñas que no trepan
como si tuvieran medido el sitio,
sino que se esparcen como los árboles ardidos.
Con esa pequeñez me desplazo por tu arquitectura
de galería sin fin.
siempre sin novedad, ni rosa, ni luna en su camino
y llego al fondo donde te descubro
en esas generaciones de familias inmovilizadas
que terminan con la última viga anciana
cuando ya no hay otro dueño y el mueble está gastado.
II
Esa infeliz dignidad de la rutina
está en el término donde la tontería
tiene la voz de las caricias para llamar a las bestias
y no significa nada para la voz de mis verdades.
Pensarán que he llegado demasiado temprano,
acaso un poco tarde. Tal vez no hubiera
llegado a ningún otro tiempo
para reemplazar mi turno.
Pero no creo que yo esté aquí demás,
y además prefiero estar aquí ahora,
y desatarme a veces,
y recoger las negaciones
para volver con la resignación,
el grito y el paso de la muerte.
Esto es regresar al sitio
donde los árboles rechazan a los desconocidos
y se prolonga el conversar de algunas estaciones.
Esto es ser como los otros
y volver mi alma vecina
igual a las de los vecinos,
y perder el temor de atravesarme totalmente
con el recuerdo del libro del recuerdo.
III
Prudentemente he cerrado el camino
y he dicho: estoy en tiempo puro.
Un tiempo que en la vida ha perdido el sentido.
Un tiempo que revela que la naturaleza de las cosas
está al revés de su corteza
y el alimento consiste en el estímulo.
Estación de verdad que me incorpora
y rechaza el propósito de descubrir el Código
que sentencia la vida detrás de tu cortina.
Aída Cartagena Portalatín 

miércoles, 27 de mayo de 2020

Acerca de la libertad

Esta mañana han comprado un pájaro
                              como se compra una fruta
                                     un ramo de flores.

Dicen que Hokusai compraba pájaros para liberarlos.

También Leonardo 
              pero midiéndoles el impulso y el rumbo.

Posiblemente en la infancia he pintado pájaros
pero jamás les he hallado relación exacta con los aviones.

Estoy tentado a liberar este pájaro
                                 a devolverle
            su derecho a morir sobre el viento.

Me van a pedir razones.

Sentiré la obligacion de hablar acerca de la libertad
pero mi familia que es muy lógica 
                              dirá que afuera solo
                                con el viento
                                 a ver qué hago.

José Watanabe 

martes, 26 de mayo de 2020

La musa 

Yo la quiero cambiante, misteriosa y compleja;
con dos ojos de abismo que se vuelvan fanales;
en su boca, una fruta perfumada y bermeja
que destile más miel que los rubios panales.


A veces nos asalte un aguijón de abeja:
una raptos feroces a gestos imperiales
y sorprenda en tu risa el dolor de una queja;
¡En sus manos asombren caricias y puñales!


Y que vibre, y desmaye, y llore, y ruja, y cante,
y sea águila, tigre, paloma en un instante,
que el Universo quepa en sus ansias divinas.

Tenga una voz que hiele, que suspenda, que inflame,
y una frente que, erguida, su corona reclame
¡de rosas, de diamantes, de estrellas o de espinas!


Delmira Agustini 

lunes, 25 de mayo de 2020

ITA VE´E

Mii nikanchii kaku ra ve´e chico cempasuchitl
ra tuyutsa.
Yúú ntakiintachi kuee,
ve´e koi kusu
ra tútu tsa kachi mii ñu´un.

Ve´e koi viko
yee nchaa ita, kua´a ra kuan.
yee ñá´an kúnú ñuú,
xaa staa ra ntakuatu cháaku,
ntakuatu se´e.

Nuu ve´e anka tikoso ña kuaku
ana koi kusu ra kunchatu
in se´é, in kuu ini, in tu´un 
In siví chito ñu´un.

Nuu ve´e yee ita, kunchatu ita.

CASA FLOR

El sol nace y la casa ya huele a cempasúchitl
 y ocote.
Las piedras respiran despacio,
la casa despierta
y la leña habla en el fuego.

En esta casa no hay nubes,
hay flores azules, rojas y amarillas.
Hay mujeres que tejen palma,
hacen tortillas y rezan por sus hombres,
por sus hijos.

En esta casa hay grillos que lloran,
corazones que no duermen y esperan
un hijo, un amor, una palabra…
un nombre junto al fuego.

En esta casa hay flores, flores de espera.

Nadia López García 

sábado, 23 de mayo de 2020

Poema de Cristina Peri Rossi 

REMINISCENCIA

No podía dejar de amarla porque el olvido no existe
y la memoria es modificación, de manera que sin
querer
amaba las distintas formas bajo las cuales ella
aparecía
en sucesivas transformaciones y tenía nostalgia de
todos los lugares
en los cuales jamás habíamos estado, y la deseaba
en los parques
donde nunca la deseé y moría de reminiscencias por
las cosas
que ya no conoceríamos y eran tan violentas e
inolvidables
como las pocas cosas que habíamos conocido.

"Diáspora" 1976

viernes, 22 de mayo de 2020

Poema de Francisco Madariaga

Lluvia en las pirquitas

a Leonardo Martínez 

Va a seguir siendo mía la lluvia cuando yo muera,
todo va a seguir siendo mío, 
el trueno conservará intacto su sonido casi negro,
y el árbol a orillas del corral gozará con este trueno,
mientras el olor a presencia de la tierra en la lluvia
será el mismo olor de mi ausencia.
Así le sucede y le sucederá a todo lo que es pertenencia del planeta.
Entonces, a no gemir, mi lejano palmar, cuando yo muera,
porque somos un pormenor de presencia de lo inmortal.

de Criollo del universo 

miércoles, 20 de mayo de 2020

Poema de Elsa Cross 

Viene tu brisa cubriendo el clima entero...


Viene tu brisa cubriendo el clima entero,
tus labios de fruta encienden
                                         la boca del invierno.
Se abren floraciones en la piel,
                                                    pistilos erizados-

Vuelta inesperada a tus manos
que rozan ya el vestido,
                                          que se acercan al seno.

Trastornas lo que tocas,
vas vistiéndolo todo de verdura,
vas dejando en manchas coloridas
flores tantas
                     que apenas se adivinan.

Y quién podría
                        -aun sabiendo tu poder de muerte-,
quién podría fulminar
al deseo escondido
                              en cada hoja,
                              en cada colibrí?
Entra la estación florida -
con tu cumbia y tus cantos, -
tus tarareos ebrios
                             como el que espera
                                                              a quien ha de matarle
                                         y acecha en cada esquina
                                                                                          de lo oscuro

con tus ojos de tigre,
el salto alerta
                            como quien teme
                                                             en cada doblez
                            la noche agazapada

con tus corrientes lúbricas,
tus colores eléctricos,
                              como quien busca
                              algún auspicio

picadura de abeja,
zumbido azul
                              en la entraña de un pájaro,
un colmillo que muerde,
                              ¿por dónde llegará?
un veneno que cesa
sólo cuando ha invadido todo.
De "El vino de las cosas"

martes, 19 de mayo de 2020



Mercedes Sosa y Gustavo Cerati

Zona de promesas 



La partida

Franz Kafka


Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba.Él no sabía nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó:
-¿Adónde va el patrón?
-No lo sé -le dije- simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta.
-¿Así que usted conoce su meta? -preguntó.
-Sí -repliqué-te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta.

lunes, 18 de mayo de 2020

Poema de leopoldo Marechal 

DE LA SOLEDAD

Desatado de guerras,
oigo cantar mi viento.
Yo recogí mi corazón perdido
sobre la muchedumbre de las aguas.
Yo soy un desertor entre las huestes
que asaltaron el día.

Bellos como las armas relucen mis amigos:
desde los pechos al talón se visten
con el metal de la violencia.
Ellos imponen su color al mundo,
le arrojan la pedrada del boyero
y atizan el ardor de sus caballos,
para que no se duerma.

Como la espada cortan mis amigos:
bajo su peso tiemblan
las rodillas del día.

Mi corazón no tiene filos de segador:
yo no encendí banderas ni encabrité mi sombra.
No sé lanzarme, recogido y fuerte,
como la piedra del boyero.
¡Ay, negrean los días,
y es tangible su miel!
Sobre su tiempo bailan mis amigos.
¡Quién supiera bailar sobre las uvas,
ágil en la dureza,
bello como las armas!

Algo hay en mí que pesa de maduro,
grita su madurez, pide su muerte:
se derrumba, total, como la sombra
que nace del verdor.
Mi viento desaté sobre mi tierra,
volvióse contra mí toda mi llama:
podado con mi hierro, nutrido de cenizas
creció mi corazón hasta su otoño.

¡Ay, grosura de otoño
quiere ser mi congoja,
y dispersión de mar enriquecido!

Si a mi madura soledad entraras,
amiga, por el puente de las voces,
y pudieras, amigo, sofrenar tu caballo
debajo de mi sombra,
tal vez el manso día no cayese
doblando la rodilla
ni el mundo reclamara la piedra del boyero.
(Desierto está el camino de las voces,
sin freno los caballos).

Una ciudad a mi costado nace:
su infancia es paralela de la mía y retoza
más allá de mi muerte.

Herreros musicales inventan la ciudad,
afirman su riñón, calzan su pie:
¡baila desnuda al son de sus martillos
la edad de los herreros!

Y el corazón de la ciudad se forja
con el puro metal de las mujeres,
y sobre los metales castigados
es bella y sin piedad esta mañana.

Pero los niños ríen de espaldas a la tierra
o en la margen del gozo:
conspiran bajo el sol de los herreros
para que tenga un alma la ciudad.

domingo, 17 de mayo de 2020

Esperando


Por Osamu Dazai

Todos los días voy a la pequeña estación de tren a buscar a alguien. Quién es ese alguien, no lo sé.
Siempre paso por ahí después de hacer las compras en el mercado. Me siento en una fría banca, pongo la cesta de las compras sobre mis rodillas, y miro abstraídamente hacia los molinetes. Cada vez que llega un tren, una multitud de pasajeros es escupida hacia afuera desde las puertas de los vagones. La muchedumbre avanza en tropel hacia los molinetes, y las personas, todas con la misma cara de enojo, sacan los pases y entregan los boletos. Luego, sin mirar hacia los costados, caminan precipitadamente. Pasan por delante de mi banca, salen hacia la plaza que está frente a la estación, y se van cada uno por su lado. Yo sigo sentada distraídamente. ¿Qué sucedería si alguien sonriese y me hablase? ¡Ay no, por Dios! La mera posibilidad me pone tan nerviosa que me estremezco de solo pensarlo, como si me hubieran echado agua fría en la espalda. No puedo respirar; sin embargo, continúo esperando a alguien todos los días. ¿A quién podría ser que estuviera esperando? ¿A qué tipo de persona? Pero quizás lo que estoy esperando no sea un ser humano. Odio a los seres humanos. En realidad les tengo miedo. Cada vez que estoy cara a cara con alguien diciendo cosas como “¿qué tal, cómo está?”, o “¡cómo refrescó!”, saludando solo para cumplir, siento que soy la persona más falsa del mundo. Me pone tan terriblemente mal que quiero morirme. Y las personas con las que hablo se ponen a la defensiva sin razón, me hacen vagos cumplidos, y comentan sentenciosamente impresiones que no tienen en verdad. Su cautela mezquina me hace sentir triste: el mundo es cada vez más repugnante y no puedo soportarlo. La gente intercambia tensos saludos desconfiando unos de otros hasta cansarse, y así pasa la vida.
A mí no me gusta encontrarme con gente. Por eso, a no ser que hubiera una razón excepcional, nunca visitaba a amigos. Lo más cómodo ha sido para mí estar en casa con mi madre cosiendo, las dos solas, en silencio. Pero finalmente estalló la guerra, y el ambiente se puso tan tenso que empecé a sentirme culpable de quedarme en casa todo el día sin hacer nada. Me sentía angustiada y no podía relajarme en absoluto. Quería hacer una contribución directa trabajando tan duro como pudiese. Perdí toda fe en la vida que había llevado hasta ese momento.
No soporto quedarme en casa en silencio. Sin embargo, cuando salgo me doy cuenta de que no tengo ningún lugar adonde ir. Así que hago las compras, y al regresar paso por la estación y me siento distraídamente en la fría banca. Tengo la ilusión de que alguien venga, pero si esa persona realmente apareciera, ¿qué haría? La idea me da pánico, pero estoy resignada. Si eso sucede, voy a entregarle mi vida: estoy preparada y ese momento marcará mi destino. Estos sentimientos de resignación y fantasía impudentes se entretejen de una forma muy extraña. La sensación me agobia de un modo sofocante. El mundo alrededor se enmudece; la gente que va y viene en la estación aparece pequeña y lejana, como si estuviera mirando por un telescopio al revés. La sensación es vaga, como si estuviera soñando despierta, como si no supiera si estoy viva o muerta. ¡Ay! ¿Qué cosa estoy esperando? Acaso yo no sea más que una mujer obscena. Todo eso del estallido de la guerra, lo de sentirme angustiada, de trabajar duro porque quiero ser útil, quizás solo sea una mentira, una excusa noble para tratar de encontrar una oportunidad de materializar mis fantasías indiscretas. Me siento aquí con mirada perdida, pero en el fondo, dentro de mí puedo ver cómo flamea la llama de mis deseos obscenos.
¿Pero, a quién diablos espero? No tengo en absoluto una idea clara, solamente una imagen vaga y confusa; sin embargo, continúo esperando. Desde el estallido de la guerra paso por aquí todos los días a la vuelta de las compras y me siento en esta fría banca a esperar. ¿Y si alguien me sonriera y me hablara? ¡Ay, no!, no es usted a quien estoy esperando. Entonces, ¿a quién? ¿Qué espero? ¿Un marido? No. ¿Un novio? No, para nada. ¿Un amigo? De ningún modo. ¿Dinero? Es ridículo. ¿Un fantasma? ¡Ay no, por favor!
Algo más apacible y alegre, algo maravilloso. No sé qué. Por ejemplo, algo como la primavera. No, no es eso. Hojas verdes. El mes de mayo. El agua fresca y cristalina fluyendo a través de los campos de trigo. No, tampoco es eso. Ay, y sin embargo sigo esperando, con el corazón palpitante. Las personas pasan unas tras otras delante de mis ojos. No es aquello, ni esto. Con la cesta de compras en mis brazos, me estremezco y espero con todo mi corazón. Le pido a usted por favor que no me olvide. Por favor no olvide a la chica veinteañera que viene todos los días a la estación y regresa a su casa sintiéndose vacía. Por favor recuérdeme, y no se ría de mí. No voy a decirle el nombre de la estación. Aunque no lo haga, usted me verá algún día.

“Matsu”, 1954

sábado, 16 de mayo de 2020




Hombre en el mar

por Rubem Braga 

Desde mi balcón veo el mar, entre árboles y tejados. No hay nadie en la playa, que resplandece al sol. El viento es nordeste y va armando aquí y allá, en el hermoso azul de las aguas, escasas espumas que avanzan unos segundos y mueren, como bichos alegres y humildes; cerca de la tierra las olas son de color verde. Pero percibo un movimiento en un punto del mar: es un hombre nadando. Nada a cierta distancia de la playa con brazadas pausadas y enérgicas; nada a favor del agua y del viento y las pequeñas espumas que nacen y mueren parecen ir más ligero que él. Las espumas son leves, hechas de nada, toda su sustancia es agua, viento y luz, y el hombre tiene sus huesos, su carne, su corazón, todo su cuerpo para transportar en el agua. Él usa sus músculos con una energía tranquila. Avanza. Por cierto, no sospecha que un desconocido lo mira y lo admira porque está nadando en una playa desierta. No sé de dónde me viene esa admiración, pero encontré en ese hombre una nobleza calma, me siento solidario con él. Yo acompaño su esfuerzo solitario como si estuviese cumpliendo una hermosa misión. Ya nadó en mi presencia unos trescientos metros, dos veces lo perdí de vista cuando pasó detrás de los árboles, pero esperé con toda mi confianza que reapareciera su cabeza y el movimiento alternado de los brazos. Unos cincuenta metros más adelante lo perderé de vista, lo va a esconder un tejado. Me parece importante que él nade bien esos cincuenta o sesenta metros, es preciso que conserve el mismo golpe de su brazada y que yo lo vea desaparecer del mismo modo en que lo vi aparecer, al mismo ritmo, fuerte, lento, sereno. Será perfecto: la imagen de ese hombre me hace bien. Es sólo la imagen de un hombre y no llego a darme cuenta de su edad ni de los rasgos de su cara. Soy solidario con él y espero que él lo sea conmigo. Ojalá que él alcance el tejado rojo, entonces podré salir del balcón tranquilo, pensando: “Vi a un hombre en el mar, nadando solo, cuando lo percibí él ya estaba nadando, lo observé todo el tiempo y doy fe de que nadó siempre con firmeza y corrección, esperé a que llegara a un tejado rojo, llegó”. Ahora yo no soy más responsable de él, cumplí con mi deber, él cumplió el suyo. Lo admiro. No logro saber en qué reside la grandeza de su tarea, no estaba haciendo un gesto a favor de alguien ni construyendo algo útil, pero ciertamente hacía una cosa hermosa y lo hacía de un modo puro y viril. No desciendo a la playa para darle un apretón de manos, pero le doy mi apoyo silencioso, mi atención y mi estima a ese desconocido, a ese noble animal, a ese hombre, a ese correcto hermano. 

Traducción del portugués de Hebe Uhart 





Cultura profética

Verso terso 



viernes, 15 de mayo de 2020

Diplomacia


 por Lafcadio Hearn

Según las órdenes, la ejecución debía llevarse a cabo en el jardín del yashiki. De modo que condujeron al hombre al jardín y lo hicieron arrodillar en un amplio espacio de arena atravesado por una hilera de tobiishi, o pasaderas, como las que aún suelen verse en los jardines japoneses. Tenía los brazos sujetos a la espalda. La servidumbre trajo baldes con agua y sacos de arroz llenos de piedras; y se apilaron los sacos alrededor del hombre en cuclillas, de tal forma que éste no pudiera moverse. Vino el señor y observó los preparativos. Los halló satisfactorios y no hizo observaciones.
Súbitamente gritó el condenado :
-Honorable señor, la falta por la que me habéis sentenciado no fue cometida con malicia. Fue sólo causa de mi gran estupidez. Como nací estúpido, en razón de mi karma, no siempre pude evitar ciertos errores. Pero matar a un hombre por ser estúpido es una injusticia… y esa injusticia será enmendada. Tan segura como mi muerte ha de ser mi venganza, que surgirá del resentimiento que provocáis; y el mal con el mal será devuelto…
Si se mata a una persona cuando ésta padece un gran resentimiento, su fantasma podrá vengarse de quien causó esa muerte. El samurai no lo ignoraba. Replicó con suavidad, casi con dulzura :
-Te dejaremos asustarnos tanto como gustes… después de muerto. Pero es difícil creer que tus palabras sean sinceras. ¿Podrías ofrecernos alguna evidencia de tu gran resentimiento una vez que te haya decapitado ?
-Por supuesto que sí -respondió el hombre.
-Muy bien -dijo el samurai, desnudando la espada-; ahora voy a cortarte la cabeza. Frente a ti hay una pasadera. Una vez que te haya decapitado, trata de morder la piedra. Si tu airado fantasma puede ayudarte a realizar ese acto, por cierto que nos asustaremos… ¿Tratarás de morder la piedra ?
-¡La morderé! -gritó enfurecido el hombre-. ¡La morderé! ¡La morde…!
Hubo un destello, un silbido y un ruido sordo: el cuerpo se inclinó hacia los sacos de arroz, mientras dos chorros de sangre brotaban del cuello mutilado… y la cabeza rodó por la arena. Rodó con pesadez hacia la piedra: entonces, con un salto imprevisto, aferró el borde de la piedra entre los dientes, la mordió con desesperación, y cayó inerte.
Nadie habló ; pero los sirvientes contemplaron horrorizados a su amo. Éste no pareció perder la calma. Se limitó a alcanzarle la espada al servidor más próximo, quien, con un cazo de madera, echó agua de un extremo a otro de la hoja y luego refregó el acero cuidadosamente, con hojas de fino papel… Y así culminó la parte ceremonial de este incidente.
Durante varios meses, todos los servidores del samurai vivieron incesantemente atemorizados por la eventual aparición del espectro. Nadie dudaba de que la prometida venganza iba a cumplirse; y el constante terror que los agobiaba les hacía ver y oír muchas cosas inexistentes. El rumor del viento entre los bambúes, las sombras que se agitaban en el jardín, cualquier cosa bastaba para asustarlos. Al fin llegaron a un acuerdo y decidieron solicitarle al amo que se realizara una ceremonia Ségaki en honor del vengativo espíritu.
-Es absolutamente innecesario -dijo el samurai, cuando el jefe de sus servidores hubo expresado tal deseo-. Entiendo que la voluntad de un hombre a punto de morir puede ser causa de temor. Pero no hay nada que temer en este caso.
El servidor contempló al amo con ojos implorantes, pero vaciló en indagar la razón de esta asombrosa confidencia.
-Oh, la razón es muy simple -declaró el samurai, quien adivinó la duda que había suscitado-. Sólo la última intención de ese hombre pudo ser peligrosa; y cuando yo lo desafié a ofrecerme una evidencia, distraje su mente del anhelo de venganza. Murió concentrándose en el propósito de morder la piedra; y pudo llevar a cabo ese propósito, en efecto, pero ningún otro. Olvidad el resto… no hay razón alguna para inquietarse.
Y, de hecho, el muerto jamás acudió a perturbarlos.

jueves, 14 de mayo de 2020


Emily Remler

Firefly 



LA NOCHE

Qué edad, qué frío, qué tormenta

puede ser más terrible

que una noche

a solas,

una noche sin nada, una caverna

olvidada, un pasaje secreto,

de hielo.

Y digo una noche a solas

una noche de tiempo.

Y no hablo de sexo

ni del calor de un cuerpo,

no hablo de alguien, de algo,

hablo de una noche a solas

frente al universo,

en el infinito,

a solas con el cosmos chispeante,

con preguntas fósiles,

con nosotros mismos,

con todo.


María de los Ángeles Ruano 

lunes, 11 de mayo de 2020

Al rencor
No vengas, te conjuro, con tus piedras;
con tu vetusto horror con tu consejo;
con tu escudo brillante con tu espejo;
con tu verdor insólito de hiedras.
En aquel árbol la torcaza es mía;
no cubras con tus gritos su canción;
me conmueve, me llega al corazón,
repudia el mármol de tu mano fría.
Te reconozco siempre. No, no vengas.
Prometí no mirar tu aviesa cara
cada vez que lloré sola en tu avara
desolación. Y si de mí te vengas,
que épica sea al menos tu venganza
y no cobarde, oscura, impenitente,
agazapada en cada sombra ausente,
fingiendo que jamás hiere tu lanza.
Entre rosas, jazmines que envenenas,
¿por qué no te ultimé yo en mi otra vida?
Haz brotar sangre al menos de mi herida,
que estoy cansada de morir apenas.
Silvina Ocampo
Poema de Pier Paolo Pasolini 

Muerte

Vuelvo a ti, como vuelve
un emigrado a su país y lo redescubre:
he hecho fortuna (en el intelecto)
y soy feliz, tanto
como hace tiempo lo era, destituido por norma.
Una rabia negra de poesía en el pecho.
Una loca vejez de jovencito.
Antes tu alegría se confundía
con el terror, es verdad, y ahora
casi con otra alegría
lívida, árida: mi pasión decepcionada.
Ahora me das miedo de verdad,
porque estás de verdad cerca, incluida
en mi estado de rabia, de oscura
hambre, de ansia casi de criatura nueva.

De "La religione del mio tempo" 1961
Versión de Delfina Muschietti

domingo, 10 de mayo de 2020



Alberto Laiseca

Llamada de auxilio 
de Robert Arthur 



Cosas que pegan, cosas que no pegan

por Hebe Uhart 
Y no, no nací para pobre. ¿Y qué? Preguntales si les gusta a los pobres esperar un colectivo cagados de frío en Villa Caraza, que no les ponen ni un refugio. Por otro lado está bien, porque si los ponen, los rompen. Yo a los ocho años supe que quería estar casada con un hombre que me tuviera bien: nada de ahorrar la luz, ni cuidar los zapatos de salir, ni el fin de mes, ni, ni, punto.
A los quince fui a pasar una semana con los parientes del campo y fue la peor semana de mi vida: que la tía Segunda se había quedado tuerta porque la pateó un caballo, que el tío Ramón se había quedado con un terrenito de la tía Lucía y la pejerta ni mu, seguía dándole el desayuno en la cama al zángano como si nada.
Yo siempre supe que lo mío es mío, así sea un alfiler, y que hagan la prueba de sacármelo.
Además en el campo almuerzan a las once de la mañana, una hora que no se puede creer. Yo dormía y la tía Segunda me despertaba diciendo “¡A almorzar!”, como si tuviese algo que festejar con ese ojo tuerto. Y a la noche se acostaban y se acostarán –lo que es yo no volví más– a las nueve como los canarios. Después me miraban y me decían a coro:
“¡Qué linda ropita!”. Ropita, no saben distinguir un velour de un fricassé, ni el cuero del plástico. Yo miraba esas polleras a media asta que llevaban, con las piernas gordas llenas de várices, que no las curan porque creen que es el destino, y ahí tuve una videncia y pensé: “Y la ropa que voy a tener para no pisar jamás tu casa”.
Ya no pegaba yo, en ese tiempo con esa casa; mi papá no bien podía me daba plata para pilchas. Y Ramón sentado a la mesa como un cacique pelotudo gritaba “¡Sopa!” y ahí iban ellas en caravana llevando la sal, el pan y la concha de la lora. Y nunca se sabe qué piensan –si es que piensan–. Todo el tiempo hablando pavadas a los gritos. No, no pega estar mirando si llueve o si no llueve cuando el hombre está llegando a Marte.
Llueve y punto. Obvio. Hay que saber las cosas que pegan y las que no: yo siempre lo supe. No me voy a poner lo mismo para una entrevista de la empresa que para un encuentro íntimo.
Para la empresa llevo el trajecito de terciopelo celeste grisado –que justamente pega con los sillones que son de terciopelo azul–, aunque hay que tener en cuenta si es de día o de noche, porque el terciopelo desluce con la luz, como no pega un vaquero con tacos altos. Punto. Sí, ella anda siempre de vaqueros, los detesto, uniforman todo para abajo.
Los dos andan de vaqueros pero deberían ir de uniforme, parados en la puerta a la tarde como se debe, y no todos de corrillo en verano, con sillas y todo. Ya hablé con la administración para que tomen medidas. Yo a esa administración le voy a hacer un juicio por una cosita que me tengo bien guardada. Y si se puede, le haría un juicio a la del tercero, que puso un toldo horrible, amarillo y negro, en vez del reglamentario.
¿Estamos todos locos o qué? Están todos locos o son una manga de mediocres, pero yo no me resigno a la mediocridad general. Soy de Aries con ascendiente en Tauro y los de Aries somos luchadores sin dejar de ser románticos.
Por eso yo me veo en el futuro en un departamento en Belgrano –no Cabildo y Juramento, que ya hay superpoblación– con una alfombra de piel de tigre a mis pies; amo a los felinos, en mi otra vida debí ser tigre y con unas almohadas con un diseño muy delicadito de tigrecitos azules.
Y también en el horóscopo chino soy tigre. Sí, debo haber sido tigre, gato, qué sé yo. Y si me labro un futuro y tengo un departamento, puedo elegir mejor: no es lo mismo jugarla de local que de visitante. Desde el vamos, no soporto que un hombre sea amarrete, así sea un dios que bajó a la tierra: porque una cosa es el amor y otra la pavada.
Porque no todo es la ropa, también la conversación: a un hombre bien vestido, que sabe hablar un poco de todas las cosas, se lo puede llevar a cualquier lado. Lo de la ropa es más fácil de corregir, porque instintivamente me convierto en madrina de vestuario, ahora en la conversación... he notado que no se dejan corregir.
Eso de la conversación es importante, tiene que estar en el punto justo, tampoco quiero un sabelotodo que me deje de cama. Por eso me quiero capitalizar y en su momento alquilo un terreno para plantar. ¿Qué? Lo que sea.
Acá hay que esperar la oportunidad: hay que tener en cuenta que el año empieza en abril, después de Semana Santa. Después vienen las vacaciones de julio que paran todo y yo me quedo bien guardada porque coincide con lo que me dijo la tarotista, julio no es un mes propicio para mí, cuando me va a salir todo mal, desaparezco.
Punto. ¿Qué voy a plantar? ¿Soja?, qué sé yo. Todo tiene su momento y a cada chancho le llega su San Martín, como le va a llegar al gerente de Cilsa, que no me quiso dar trabajo. Por suerte se le está cayendo el pelo y yo ya lo dije: si no me va a dar lo que quiero que se quede totalmente pelado. Yo creo que las cosas se cumplen, tarde o temprano. Y si algo está bien programado, tiene que salir.
Hijos, puede ser, pero hay que tenerlos bien. Con dinero; eso sí, de noche hay que hablarles. Y con servicio durante el día.
Cada cosa a su tiempo. Y si se me pasa el tiempo de tenerlos, yo adopto y punto. Además, ahora, con la clonación, ¿qué problema puede haber? Mucho mejor en el futuro, puedo elegir a mi gusto. He visto un ajuar de bebé que no se puede creer: todo al tono: el coche con los enteritos, las medias, todo pega. Y hay unos chupetes con control remoto que avisan cuando el chico se ahoga o se pone boca abajo.