lunes, 28 de diciembre de 2020

viernes, 25 de diciembre de 2020

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros...


Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de mi vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?


Rosalía de Castro 

martes, 22 de diciembre de 2020

 Vergüenza


                                                                        (Ante una muerte)

Cae tu muerte en mi corazón, llenándolo de vergüenza.
Le grito a mi corazón: «¡Nunca!»
Pero él levanta una nota y me contesta:
«Siempre», murmuro. «¡Siempre!»
El eco repite sobre el mundo: «¡Siempre, siempre!»
y todos los poetas,
con tu muerte doliéndoles, avergonzándolos,
responden: «¡Siempre!»
Porque, mientras tú morías,
mientras tus manos que morían aún intentaban volar
todos los poetas abrazaban su canción.
¡Y oyeron su vergüenza!
La oyeron viva, con sangre y nervios,
como humana criatura
contra humana criatura.
Y esa vergüenza gritó señalándonos:
«¡Vosotros!»
No, no pudimos huir:
espigas, árboles, flores, se desbordaron,
una pared de alas se amontonó.
Senderos y caminos,
el mar,
enredaderas azules,
el agua de las fuentes,
luchaban, se oponían.
¡Amor! ¡Amor!
«¡Vosotros!»
Fue inútil; no, no pudimos huir:
notas, notas, notas, cubriéndonos, amarrándonos.

Nuestra muerte diaria,
¡qué parecida a la tuya!
¡Perdónanos!
Ya que como tú, mientras morimos,
aún nuestras manos intentan morir.

Ana Inés Bonnin 

viernes, 11 de diciembre de 2020

No podemos saberlo

No podemos saberlo. Nadie lo ha contado. Tal vez allí no haya nada más que una red desfondada, cuatro sillas despanzurradas y una vieja zapatilla roída por los ratones. Puede ser que Dios sea un ratón y que corra a esconderse cuando lleguemos. O tal vez sea también la vieja zapatilla roída y destrozada. No podemos saberlo.

Tal vez Dios tenga miedo de nosotros y huya, y durante mucho tiempo tengamos que llamarle una y otra vez con los nombres más dulces para que vuelva. Desde un punto lejano de la habitación Él nos observará inmóvil.

Tal vez Dios sea pequeño como una mota de polvo, y solo podamos verlo en el microscopio, minúscula sombra azul en el portaobjetos, minúscula a la negra perdida en la noche del microscopio, y nosotros ahí de pie, mudos, mirando ansiosos. Tal vez Dios sea grande como el mar, y espumee y truene.

Tal vez Dios sea frío como el viento invernal, tal vez aúlle y retumbe como un ruido ensordecedor, y debamos llevarnos las manos a los oídos, helados y temblorosos, agazapados en el suelo. No podemos saber cómo es Dios. Y de todo lo que quisiéramos saber es lo único realmente esencial.

Tal vez Dios sea tedioso como la lluvia, y ese paraíso suyo sea un tedio mortal.

Tal vez Dios lleve gafas negras, un pañuelo de seda y dos zorrillos atados de sendas correas. Tal vez lleve unas polainas, esté sentado en un rincón y no diga ni media palabra. Tal vez tenga el pelo teñido y un transistor, y tome el sol en las piernas sentado en lo alto de un rascacielos. No podemos saberlo. Nadie sabe nada. Tal vez nada más llegar nos mande a la tienda a comprarle pan y salchichón y una botella de vino.

Tal vez Dios sea tedioso, tanto como la lluvia, y ese paraíso suyo sea la misma cantinela de siempre, un revolotear de velos, de plumas, de nubes, un olor a lirios cortados, un aburrimiento mortal, y de vez en cuando alguna que otra palabra para usar el tiempo. Tal vez Dios sean dos, una pareja de recién casados abandonados al sueño en una mesa de taberna.

Tal vez Dios no tenga tiempo. Nos dirá que nos vayamos y que volvamos más tarde. Nosotros nos iremos de paseo y nos sentaremos en un banco de piedra a contar los trenes que pasan, las hormigas, las aves, los barcos. A esa alta ventana, Dios se asomará a mirar la noche y la calle.

No podemos saberlo. Nadie lo sabe. Puede ser también que Dios tenga hambre y debamos quitársela, tal vez se muera de hambre, tenga frío y tiemble de fiebre bajo una manta sucia y llena de chinches, y tengamos que correr en busca de leche y leña, y llamar a un médico, y quién sabe si encontraremos enseguida un teléfono, la ficha y el número, en la noche llena de gente, quién sabe si tendremos suficiente dinero.

Natalia Ginzburg 

domingo, 6 de diciembre de 2020

 Una hora


Hojas que brillan con el sol, celoso zumbido de abejorros,
Desde lejos, desde algún lugar allá del río, ecos de prolongadas voces
Y lentos sonidos de un martillo, me dieron la alegría no solamente a mí.
Antes, los cinco sentidos, estaban abiertos y, más temprano
                                                                                que en cualquier comienzo,
Esperaron, listos, por todos los que a sí mismos se llamaran mortales,
Para que de este modo ellos pudieran alabar, como yo hago, vida,
                                                                                     eso que es la felicidad.

Czeslaw Milosz