domingo, 29 de marzo de 2020



Residua, por Ida Vitale

Corta la vida o larga, todo
lo que vivimos se reduce 
a un gris residuo en la memoria. 
De los antiguos viajes quedan 
las enigmáticas monedas
que pretenden valores falsos.
De la memoria sólo sube 
un vago polvo y un perfume.
¿Acaso sea la poesía? 

viernes, 27 de marzo de 2020

La inquietud del rosal

El rosal en su inquieto modo de florecer
va quemando la savia que alimenta su ser. 
¡Fijaos en las rosas que caen del rosal: 
Tantas son que la planta morirá de este mal! 
El rosal no es adulto y su vida impaciente
se consume al dar flores precipitadamente.


Alfonsina Storni 

miércoles, 25 de marzo de 2020

La forma épica del engaño

El mundo no lo entiendo, soy yo mismo
las montañas, el mar, la agricultura,
pues mi intuición procrea un magnetismo
entre el paisaje y la literatura.

Los anchos ríos hondos en mi abismo,
al arrastrar pedazos de locura,
van por adentro del metabolismo,
como el veneno por la mordedura.

Relincha un potro en mi vocabulario,
y antiguas norias dan un son agrario,
como un novillo, a la imagen tallada.

Un gran lagar nacional hierve adentro,
y cuando busco lo inmenso lo encuentro
en la voz popular de tu mirada.

                                                                Pablo de Rokha 

martes, 24 de marzo de 2020

Poema de Ana Cristina Cesar 

MIRO MUCHO TIEMPO EL CUERPO DE UN POEMA…
miro mucho tiempo el cuerpo de un poema
hasta perder de vista lo que no sea cuerpo
y sentir separado entre los dientes
un hilo de sangre en las encías
                  
    Escenas de abril, 1979. Traducción de Teresa Arijón y Sandra Almeida.

jueves, 19 de marzo de 2020


Poema de Sophia de Mello Breyner 

Si todo el ser al viento abandonamos...

Si todo el ser al viento abandonamos
Y sin miedo ni compasión nos destruimos,
Si morirnos en aquello que sentimos
Y podemos cantar, es porque estamos
Al desnudo, el propio dolor meciendo en sangre
Frente a las madrugadas del amor.
Cuando la mañana brille otra vez floreceremos
Y el alma beberá ese esplendor
Prometido en las formas que perdemos.


Versión de Diana Bellessi
  

miércoles, 18 de marzo de 2020



Contra los pensamientos negros

Pensamientos
no pensamientos negros
La relación paradigmática de éstos con la muerte es un recurso fácil
una mala metáfora
Los pensamientos no lloran
no se conduelen de sus objetos
tampoco deben ser pensados como auxiliares de la razón contra la locura
(Fourier no anunció sin razón las ciencias de la locura)
El desahuciado observa que, en la perspectiva de la muerte, las cosas
forzadas a ocupar un espacio limitado antes que a fluir en un
                                                                    tiempo amorfo supuestamente ilimitado
se ordenan como en un cuadro de Mantegna
Nunca antes se había visto así, al centro del escenario
Como un santo con un león a sus pies
Nunca fui un santo ni domestiqué un león
lo importante es el centro del cuadro
como lo veo como lo ven
en el andén de la equidistancia
el de ser sin que esto sea un motivo de orgullo
(¿qué orgullo puede tener el que va a morir?)
el centro de un pequeño sistema planetario
al que, en honor a la claridad, le falta la cuarta dimensión

el tiempo que ciega en punto a la perspectiva.

Enrique Lihn 

viernes, 13 de marzo de 2020


Hommage à la vie


C’est beau d’avoir élu
Domicile vivant
Et de loger le temps
Dans un coeur continu,
Et d’avoir vu ses mains
Se poser sur le monde
Comme sur une pomme
Dans un petit jardin,
D’avoir aimé la terre,
La lune et le soleil,
Comme des familiers
Qui n’ont pas leurs pareils,
Et d’avoir confié
Le monde à sa mémoire
Comme un clair cavalier
A sa monture noire,
D’avoir donné visage
À ces mots : femme, enfants,
Et servi de rivage
À d’errants continents,
Et d’avoir atteint l’âme
À petits coups de rame
Pour ne l’effaroucher
D’une brusque approchée.
C’est beau d’avoir connu
L’ombre sous le feuillage
Et d’avoir senti l’âge
Ramper sur le corps nu,
Accompagné la peine
Du sang noir dans nos veines
Et doré son silence
De l’étoile Patience,
Et d’avoir tous ces mots
Qui bougent dans la tête,
De choisir les moins beaux
Pour leur faire un peu fête,
D’avoir senti la vie
Hâtive et mal aimée,
De l’avoir enfermée
Dans cette poésie.

Jules Supervielle

martes, 10 de marzo de 2020

Entrevista a Manuel Puig

Cine y Sexualidad

-La mayor parte de los intelectuales argentinos exiliados volvieron al país tras la caída de la dictadura militar. ¿Por qué usted no volvió?
-Cuando todos estaban en el exilio ninguno se interesó por mi suerte, nunca. Sobreviví con mis medios. Quizá fue demasiado fuerte el rechazo que sentí. Sobre el eco de mi obra le diré una cosa y no me va a creer. Desde hace dos años "El beso de la mujer araña" circula libremente y sin embargo no salió ni siquiera un comentario. Con Alfonsín la censura no existe más, pero no se escribió una sola línea para un iibro que ha suscitado tantas reacciones, positivas y negativas en tantos países del mundo.
-Después de Italia y París se fue a Nueva York. Ahora vive en Río de Janeiro en vez de Buenos Aires. ¿Por qué abandonó Nueva York, el centro del mundo?
-Soy afortunado, no tengo necesidad de vivir en una ciudad, de ir a la oficina. Mi trabajo lo puedo hacer donde sea. Y Nueva York tiene esos inviernos tremendos, esos veranos ardientes, y en un determinado momento, me pareció que no era muy sano. Me fui también por la llegada de Reagan; yo no creía que el pueblo americano llegara al punto de elegir a Reagan, que tenía en sus espaldas el caso Angela Davis, porque él era el gobernador de California cuando aquello sucedió. Y poco a poco sentí que, incluso, el clima cambiaba. Yo, por ejemplo, había vivido en Estados Unidos durante todo el período del movimiento hippie, que había sido una cosa muy grande, muy importante, y ver cómo se moría en un espectáculo que no podía soportar. Para mí, Europa y Estados Unidos son, de todas formas, lugares para volver, pero para mi vida cotidiana necesito una realidad sudamericana. En Brasil hay una tolerancia que yo no había encontrado nunca, distinta de la de Nueva York, donde podés andar desnudo y ninguno dice nada, pero porque de alguna manera nadie te ve ni te observa. La mirada carioca es otra cosa, no es critica pero jamás es indiferente.
-¿Qué piensa el autor de "El beso de la mujer araña" de esta version cinematográflca y americana?
-Cuando la vi solo, en la cabina de montaje, antes de que saliera sobre la pantalla, estaba muy preocupado, me parecía muy distinta del libro... Y ya me había preocupado antes, por la elección de los protagonistas. No los veía en sus papeles, eran muy distintos físicamente. El actor Raúl Julia, demasiado viejo para Valentín, que es un chico de 26 años, y William Hurt, con un físico demasiado definido. A Molina me lo imaginaba al borde de los 40 años, con poco cabello, ni lindo ni feo... En la novela, Molina es un personaje gris, que no asume su cuerpo. Y en la cabina se me confirmaban todos mis temores. Pero cuando después la vi con el público fue una sorpresa enorme. Sentí que quien había realizado la película había alcanzado a comunicar mucho de lo que yo había querido decir con el libro. Por otros caminos, pero lo había hecho. Así es que puedo decir: ésta no es mi película, es la película de Babenco. pero yo estoy satisfecho.
-De todas maneras ni la CBS ni Héctor Babenco, el director de la película, pidieron su colaboración para el guión -en el que usted tiene la experiencia de "Boquitas pintadas" y de "Recuerdo de Tijuana"- ni para la dirección. ¿Por qué? ¿Para tener mayor control sobre el texto y sobre la película?
-Yo tuve un control mínimo, esto es cierto, pero había vendido los derechos y por lo tanto no debo lamentarme de nada. La dirección, en realidad, me la habían casi ofrecido, pero yo no la quise. No me gusta el trabajo de dirección, me parece demasiado autoritario. Para el guión, en cambio, no es que no haya querido, yo lo habría hecho, pero desde el principio habían decidido que tenía que hacerlo un norteamericano. Yo conozco bien el inglés, escribí inclusive un libro en inglés, pero quizás ellos no se confiaban lo suficiente.
-¿Cómo cree usted que se expresa el tema de la homosexualldad en la película?
-Me parece que la película puede ser una metáfora de lo que yo pienso de la homosexualidad. Para mí, la homosexualidad no existe, es una proyección de la mente reaccionaria. Quiero decir: hay personas que realizan actos homosexuales, pero sería necesario entender que el sexo no tiene trascendencia, no tiene peso moral. El sexo es como comer, beber, dormir, forma parte de la vida vegetativa y por esto es que no me parece que la identidad deba pasar a través de la sexualidad. La idea de dar un peso moral al sexo es un crimen cometido hace muchos siglos, se dice que fue un patriarca el que concibió esta monstruosidad para controlar a las mujeres.
-¿Entonces usted tampoco cree en la identidad gay, en la cultura gay?
-Yo admiro mucho a los movimientos de liberación gay pero creo en la integración y pienso que hay que hacer una propuesta más radical: negar el sexo como signo de identidad. Yo he tenido conflictos muy graves con la cultura gay, pero creo que es un hecho necesario porque estamos en un estado de transición. Por otra parte, mi crítica más amarga es que en Estados Unidos a las minorías se las calma así, formando un ghetto. Y es el ghetto lo que a mí no me parece bien. Cuando la película se presentó en Cannes suscitó polémicas irritadas entre algunos críticos sudamericanoss molestos por lo que definían como una imagen sin matices del joven revolucionario. En la película, en efecto, Molina es asesinado por los compañeros de Valentín y ese gesto parece una verdadera crueldad, una prueba de falta de humanidad. También en el libro Molina es asesinado por los revolucionarios, pero es él el que lo pide antes de que la policía descubra la cita, porque sabe que si lo meten preso no va a tener la fuerza de no hablar y así es que prefiere morir. quedar limpio a los ojos de la persona amada, en un sentido romántico y muy femenino ¿no? Porque antes que nada, para él está el rol que se ha elegido en la vida. Por lo demás, toda la novela es una reflexión sobre los roles; los dos personajes están oprimidos, prisoneros de los roles, y lo interesante es que en un cierto momento logran huir de los personajes que se han impuesto. Pero no es que superen todos los límites; Molina queda como la heroína romántica que elige la muerte bella, el sacrificio por el hombre amado.
-¿Y la dureza, el aplanamiento del personaje de Valentín?
-Sí, en el libro y en las versiones teatrales Valentín tiene más matices, en el film es menos conflictivo y también menos contradictorio. Quizás esta graduación es la que funcionó para el público norteamericano, la otra en cambio no los habría convencido. Quiero decir... un público reaccionario encuentra, por ejemplo, simpático a este Valentín, porque queda golpeado por su generosidad, por el hecho de que él sea capaz de hacer un sacrificio como hacer el amor con el otro, contra todos sus prejuicios sexuales. En resumen, yo no siento mía la película pero veo que funciona, y con eso me quedo en paz.
-Usted una vez escribió que su elección de la literatura, respecto del espacio cinematográfico, se debía también a una posibilidad de "realismo" que el cine no permite...
-Cuando elijo una historia realista me encuentro mucho mejor con la literatura porque siento el realismo muy ligado al método analítico de trabajo, que permite la acumulación de detalles. En el cine, en cambio, me siento mucho más a gusto en las narraciones fantásticas, alegóricas. Para mí, la fantasía es síntesis, como el cine, como los sueños nocturnos, verdaderos modelos de síntesis donde en un minuto pasa delante nuestro una historia entera. El realismo cinematográfico, en cambio, me da un poco de miedo, tengo miedo de quedar encerrado en un realismo fotográfico.

Entrevista de Giovanna Pajetta a Manuel Puig aparecida en Crisis, Nº41, abril de 1986. 

viernes, 6 de marzo de 2020

Un réquiem para Cacho Carpatos

Por Juan Forn
Imagen: Aldo Sessa
Cuando leí los diarios de Piglia me hipnotizó un personaje que aparece en el primer tomo, a quien Piglia (debería decir Renzi, como dice él) conoce cuando ambos cursan el secundario en Mar del Plata. “Cacho Carpatos es rubio, elegante, ávido de vivir la vida, era de una inteligencia luminosa pero sólo le interesaban las motos de alta cilindrada”, dice Renzi sobre él. Al terminar el secundario se pierden de vista. Tres años después se reencuentran en un bar y Carpatos le informa que se dedica a robar. Profesionalmente. No lo hace por plata; lo hace por desprecio a la ley y al concepto de propiedad privada. Se especializa en autos y casas de ricos. Durante el año opera en Buenos Aires y, cuando llega el verano, sigue a los ricos a sus mansiones en Mar del Plata. Es un ladrón de guante blanco, aunque tiene las manos cuarteadas, rotas, de forzar ventanas, trepar paredes y manipular cables en sus afanos. A veces suelta comentarios telegráficos sobre el tedio de vivir, o los riesgos insensatos que corre en una entradera para gastarse después enteramente el producto de lo robado en una mesa de póker o en la ruleta. Renzi describe un amanecer epifánico de los dos en las ramblas, después de salir con los bolsillos pelados del Casino.
Carpatos es de una generosidad total con su amigo: cuando Renzi decide trasladarse de La Plata a Buenos Aires le presta un departamento sin cobrarle alquiler y se le aparece con un Mercedes Benz robado para ayudarlo en la mudanza. Inauguran en ese viaje una costumbre: Carpatos lo pasa a buscar, siempre de noche, siempre en autos robados (“A doscientos kilómetros por hora, la vida es más limpia”) y dan vueltas por la ciudad dormida hablando de política. Renzi es el que habla: de Lenin, de Gramsci, de Brecht (“¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”), del desencuentro entre peronismo e izquierda en Argentina. Carpatos asiente en silencio o hace preguntas precisas, inteligentes, mientras toma curvas a fondo, en dos ruedas.
Cae preso varias veces pero siempre logra salir, toma cada vez más anfetaminas, crece su paranoia a la delación y su desdén por los policías que le sacan la plata, lo fajan y lo picanean. Un día Renzi ve en los diarios una foto de su amigo y se entera de que ha ido a parar a Devoto. Va a visitarlo a la cárcel, le lleva cigarrillos y latas de comida, pero: “Cada vez que voy a visitarlo es él quien me reconforta”. Gorki decía que la cárcel era la universidad de los revolucionarios. Carpatos le dice a Renzi: “Dormir es una fuga, para el que está preso”. Poco después lo trasladan a la cárcel de Dolores. Renzi empieza a visitar cada vez menos al amigo tal como se va dejando de leer poco a poco a un poeta antes venerado. Cada reencuentro es un distanciamiento, hasta que termina ese primer tomo de los diarios, el de “los años felices”, y sobrevienen los ’70 y el silencio sobre Cacho Carpatos.
En el segundo tomo sólo hay una mínima y aislada mención a él: “En los años pasados mi héroe fue Cacho Carpatos. Desde hace un tiempo, la figura que está bajo mi mirada es otro hombre de acción: el revolucionario clandestino que trabaja en las sombras para provocar el viraje de la Historia”. Carpatos no aparece más en los diarios de Renzi, ni en el segundo tomo ni en el tercero y último. Pero en un comentario de Piglia a su famoso cuento “Las actas del juicio”, escrito en los años 60, dice: “En aquel tiempo yo vivía en la casa del Tata Cedrón, un conventillo en la calle Olavarría, en La Boca, y en una de las piezas se lo leí, una noche, a la banda que acampaba con nosotros, los únicos lectores que me interesaban”. Procede entonces a enumerar esa lista de amigos, y ahí aparece el nombre real de Carpatos: Juan Carlos “Cacho” Scarpati.
Se ignora en qué momento pasó Cacho Scarpati de ladrón de guante blanco a militante revolucionario. Se sabe que en 1971, cuando ya tenía treinta y dos años, ingresa en las Fuerzas Armadas Peronistas. Se especializa en robos a bancos, que solventan las demás actividades de la organización. Cansado de las discusiones entre las FAP y el Peronismo de Base, se va a Montoneros, donde alcanzará el grado de oficial primero, con el nombre de guerra “El Loco César”. Fue apresado el 2 abril de 1977, en una cita “cantada”. Resistió a los tiros hasta que se quedó sin municiones. Le habían metido nueve balazos. Permaneció veinte días en coma, atendido por dos prisioneras que eran médicas, a las que les pedía en vano que lo ayudaran a morir. Dos de los balazos que había recibido, uno en la boca y otro en la mano derecha, le impedían (o lo salvaban de) hablar y escribir. Cuando estuvo listo para enfrentar interrogatorio ya había ganado el tiempo que necesitaban sus compañeros para escapar. No por eso lo privaron de tortura. Lo trasladaron a El Campito, el mayor centro clandestino que tenía el Ejército, donde su resistencia y su entereza le ganaron el respeto de sus captores, que lo pusieron a hacer tareas de limpieza.
Parecía quebrado. En realidad, estaba memorizando todos los detalles que podía del centro de detención, porque sabía que la única manera de salir vivo de ahí era escapándose. Cuando llevaba cinco meses secuestrado, lo subieron a un auto rumbo a La Plata, porque otro preso había dicho que él podía identificar el lugar donde había funcionado una radio clandestina. Se mantuvo la mayor parte del viaje en silencio, pensando: “Ahora o nunca”. Por ser preso viejo, no lo llevaban esposado. En una distraccion de sus guardias, le arrancó el arma a uno y se tiró del auto, salió corriendo hacia una persona que estaba estacionando en la esquina, la hizo bajar a punta de pistola y huyó en ese auto. Antes de entrar en Capital lo abandonó y robó otro. En Constitución comenzó a perseguirlo un patrullero, con el cual se tiroteó antes de abandonar el vehículo cerca del Parque Lezama. Logró llegar a casa de unos amigos y rogó que le trajeran a su hijita; temía que la tomaran de rehén para que él se entregase (no se equivocaba: su suegro y su cuñado fueron secuestrados cuando no encontraron a su hija). Cruzó con ella a Brasil y de ahí a España, donde rompió con Montoneros y se fue a vivir a un pueblo en la montaña, lejos de todo.
En 1979 hizo su primera denuncia pública ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos. Dibujó planos, detalló nombres y apodos de interrogadores y guardias. Describió las sesiones de tortura, que incluían picana, submarinos, palizas y hasta ataques con perros de guerra. Dio también los nombres de todos los prisioneros que llegó a conocer. Continuó con esa tarea durante las tres décadas siguientes: ya en democracia recorrió los restos de “El Campito” con la Conadep y fue uno de los testigos decisivos en la megacausa Campo de Mayo. Me contaron que en los años menemistas volvió a robar y que los botines obtenidos en esos afanos servían para pagar la comida de un barrio carenciado, en el cual siguió militando hasta que el cáncer lo volteó, en 2008.
Ignoro si fueron aquellas charlas con Renzi, o su paso por la cárcel, o alguna otra cosa fue lo que llevó a Cacho Carpatos a la militancia pero, allá donde esté, yo lo saludo y les pido a ustedes que lo conserven en su memoria.

                                                                                                                           Para Fito Bergerot 

martes, 3 de marzo de 2020




Tu t'es arrêté de parler et seule le silence t'a répondu. Mais ces mots, ces milliers, ces millions de mots qui se sont arrêtés dans ta gorge, les mots sans suite, les cris de joie, les mots d'amour, les rires idiots, quand donc les retrouveras-tu? 

Georges Perec  

Georges Perec 

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domingo, 1 de marzo de 2020

Guiando la Hiedra

Hebe Uhart


Aquí estoy acomodando las plantas, para que no se estorben unas a otras, ni tengan partes muertas, ni hormigas. Me produce placer observar cómo crecen con tan poco; son sensatas y se acomodan a sus recipientes; si éstos son chicos, se achican, si tienen espacio, crecen más. Son diferentes de las personas: algunas personas, con una base mezquina, adquieren unas frondosidades que impiden percibir su real tamaño; otras, de gran corazón y capacidad, quedan aplastadas y confundidas por el peso de la vida. En eso pienso cuando riego y trasplanto y en las distintas formas de ser de las plantas: tengo una que es resistente al sol, dura, como del desierto, que tomó para sí sólo el verde necesario para sobrevivir; después una hiedra grande, bonita, intrascendente, que no tiene la menor pretensión de originalidad porque se parece a cualquier hiedra que se puede comprar en todos lados, con su verde tornasolado. Pero tengo otra hiedra, de color verde uniforme, que se volvió chica; ella parece decir: "Los tornasoles no son para mí"; ella responde creciendo muy lentamente, umbría y segura en su cautela. Es la planta que más quiero; de vez en cuando la guío, yo comprendo para dónde quiere ir y ella entiende para dónde yo la quiero guiar. A la hiedra tornasolada a veces le digo "estúpida" porque hace unos arabescos al pedo; a la planta del desierto la respeto por su resistencia, pero a veces me parece fea. Pero me parece fea cuando la veo con la mirada de otras personas, cuando viene visita: a mí en general me gustan todas. Por ejemplo hay una especie de margarita chica, silvestre, que la llaman flor de bicho colorado; no sé con qué criterio se la distingue de la margarita. A veces miro mi jardín como si fuera de otro y descubro dos defectos: uno, que pocas plantas caen graciosamente, con cierta frondosidad y movimientos sinuosos: mis plantas son como quietitas, cortitas, metidas en su maceta. El segundo defecto es que tengo una gran cantidad de macetitas chicas, de todos los tamaños, en vez de grandes macizos estructurados, bien pensados; porque fui demorando mucho esa tarea de tirar lastre, digamos y la misma expresión, tirar lastre, o sanear, referida a mis plantas, tiene algo de maligno. Fui demorando todo lo posible el uso de la malignidad necesaria para sobrevivir, ignorándola en mí y en otros. Vinculo la malignidad a la mundanidad, a la capacidad de discernir inmediatamente si una planta es flor de bicho colorado o margarita, si una piedra es preciosa o despreciable. Vinculo o vinculaba malignidad a desprecio electivo en función de algunos objetivos que ahora no me son extraños: el trato con gente, con mucha gente, los rencores, la reiteración de personas y situaciones; en fin, el reemplazo del asombro por el espíritu detectivesco me contaminó a mí también de maldad. Pero me siguen asombrando algunas cosas. Yo hace cuatro o cinco años había rogado a dios o a los dioses que no me volviera drástica, despreciativa. Yo decía: "Dios mío, que no me vuelva como la madre de 'Las de Barranco'". La vida de esa madre era un perpetuo aquelarre; invadía los asuntos de los que la rodeaban, vivía su vida a través de ellos, de modo que no se sabía cuáles eran sus verdaderos deseos; no tenía otro placer que no fuera la astucia. Yo, antes de ser un poco como la de Barranco, miraba a ese modelo como algo espantoso y una vez incorporado, me sentí más cómoda: la comodidad de dejar lastre y olvidar, cuando hay tanto para recordar que no se quiere volver atrás. Ahora a la mañana pienso una cosa, a la tarde, otra. Mis decisiones no duran más allá de una hora y están exentas del sentimiento de ebriedad que las solía acompañar antes; ahora decido por necesidad, cuando no tengo más remedio. Por eso otorgo escaso valor a mis pensamientos y decisiones; antes mis pensamientos me enamoraban; yo quería lo que pensaba; ahora pienso lo que quiero. Pero lo que quiero se me confunde con lo que debo y perdí la capacidad de llorar; debo distraerme mucho de lo que quiero y debo, o simplemente estoy en una especie de limbo donde se sufre un poco: algunas contrariedades (cuyo efecto puede ser previsto), pequeñas frustraciones (susceptibles de ser analizadas y compensadas). Descubrí la parte de invento que tienen las necesidades y los deberes: pero los respeto en seco, sin gran adhesión, porque organizan la vida. Si lloro, es más bien sin mi consentimiento, debo distraerme de lo que quiero y debo; sólo permito que aflore un poquito de agua. Los sentimientos hacia las personas también han cambiado; lo que antes era odio, a veces por motivos ideológicos muy elaborados, ahora es sólo dolor de barriga, un aburrimiento se traduce en dolor de cabeza. Perdí la inmediatez que facilita el trato con los chicos y aunque sé que se recupera con tres carreritas y dos morisquetas, no tengo ganas de hacerlas, porque envidio todo lo que hacen ellos: correr, nadar, jugar, desear mucho y pedir hasta el infinito. Últimamente me he pasado gran parte del tiempo criticando la educación de los chicos porteños con quien fuese, y sobre todo con los taximetreros. En general nos ponemos de acuerdo; sí, los chicos porteños son muy mal educados. Pero es un acuerdo tan triste, que a partir de ese tema no cunde ninguna conversación.

Pienso ahora que el motivo de la quema de brujas no fue ni andar por el aire con la escoba, ni las asambleas que hacían; era más bien el que picaran huesos, picaran sesos hasta dejarlos bien molidos. También dejaban orejas de cerdo en remojo y usaban el caldo para dar brillo a los pisos; de paso, podía ser que alguien patinara y se cayera, esto como un beneficio muy ulterior; ellas no le atribuían demasiada importancia. Las brujas mataban así tres pájaros de un tiro y ése era su poder. Rumiando reconstituían los pensamientos, los cocinaban y también cocinaban el tiempo para obtener el mismo producto bajo diferentes formas. Por ejemplo, el gato; la bruja no tiene antepasados, ni marido, ni hijos; el gato representa todo eso para ella, con el gato anula la muerte. La bruja trabaja como los jíbaros, para reconstituir un orden de lo semivivo; por eso remoja, hierve y mezcla perfumes con sustancias asquerosas: es para rescatar del olvido a las sustancias asquerosas; se las recuerda a los que quieren olvidarlas en nombre del encanto, de la estética y de la vida viva. No, no es por franquear las distancias por lo que fueron castigadas; fue por la trama secreta de la experimentación que podía alterar la inmediatez de los sentimientos, de las decisiones, de los seres, que la vida sostiene con las reglas que le son propias. Y no retrocede ante la cruz, como se dice, porque es un objeto inanimado; retrocede ante el cordero pascual.

Ahora, que soy un poco bruja, me observo una veta grosera. Como directamente de la cacerola, muy rápido, o hago lo contrario, voy a un restaurante donde todos mastican reglamentariamente seis veces cada bocado, para la salud y me produce placer masticar —así como si fuéramos caballos, me enamoro de las chancletas viejas, tiro demasiada agua a las plantas después de lavar el balcón para que caiga barro y ensucie lo lavado (anulo el tiempo, ya que vuelvo a limpiar), cocino mucho, porque encuentro placer en que lo crudo se vuelva cocido y desestimo totalmente los argumentos ecologistas; si el planeta se destruye dentro de doscientos años, me gustaría resucitar para ver el espectáculo. Cambio impresiones con algunas brujas amigas y nuestra conversación se reduce a fugaces comunicados, historias de obstinaciones diversas, controles mutuos de brujerías, para perfeccionarlas, por ejemplo, aprender a matar tres pájaros de un tiro, no necesariamente para hacer maldades, pero igual para ganarle al tiempo, para no gastar pólvora en chimango, para no dar por el pito más de lo que el pito vale, cuando en realidad un pito es algo muy difícil de evaluar.

Pero no siempre fue así, no fue así. Antes de que yo pensara en tirar lastre y en matar dos pájaros de un tiro, sufrí en dos años como nunca había sufrido en mi vida, una mañana lloré con igual intensidad por dos motivos distintos.

Entendí qué pasa con los que se mueren y con los que se van; vuelven en sueños y dicen: "Estoy, pero no estoy; estoy, pero me voy" y yo les digo: "Quedate otro ratito" y no dan ninguna explicación. Si se quedan lo hacen como ajenos, en otra cosa, y me miran como visitas lejanas. En esa región del olvido adonde han ido tienen otras profesiones y han adquirido otro modo de ser. Y todo lo que hemos peleado, hablado, comido y reído pasa al olvido y no quiero yo conocer personas nuevas ni ver a mis amigos; en cuanto empiezo a hablar con alguien, ya lo mando yo misma a la región del olvido, antes de que le llegue el turno de irse o de morirse.

Me despierto y percibo que estoy viva, amanece. No viene ninguna idea a mi cabeza; nada para hacer, nada para pensar. No pienso seguir fumando en la cama sin ninguna idea en la cabeza. De repente me agarran muy buenos propósitos pero sin relación a nada concreto: me lavo, me peino, caliento agua; me voy entonando y los buenos propósitos aumentan. Es un día de marzo y la luz va viniendo pareja, los pajaritos trabajan, van de acá para allá. Yo también voy a trabajar. Ya sé lo que voy a hacer: voy a guiar la hiedra, pero no con un hilo grosero, la voy a atar con un hilo vegetal. Ella está ahí, firme contra la pared: le saco las hojas muertas a la hiedra y a todo lo que veo. Podría decir que tengo un ataque de sacar hojas muertas pero no es adecuada la expresión porque es un ataque tranquilo, pero no pienso terminar hasta que no haya sacado la última hormiga y la última hoja que no sirve. Amontono todas esas macetas chicas, van a ir a otras casas, tal vez con otras plantas. Pasa un avión muy alto y de repente me agarran una felicidad y una paz tan grandes al hacer este trabajo que lo hago más despacio para que no termine. Me gustaría que viniera alguien para que me encontrara así, a la mañana. Pero todos están haciendo otros trabajos distintos, tal vez sufran o renieguen o se engripen; no importa, eso pasa y en algún momento tendrán alguna felicidad como ésta mía. Me siento tan humilde y tan gentil al mismo tiempo que agradecería a alguien, pero no sé a quién. Reviso mi jardín y tengo hambre, me merezco un durazno. Enciendo la radio y oigo que hablan de la onza troy: no sé qué es, ni me importa: arre, hermosa vida.