jueves, 7 de diciembre de 2017


PREMIO IBEROAMERICANO DE NARRATIVA MANUEL ROJAS 2017 
Discurso de agradecimiento de Hebe Uhart 

Yo no conocía la existencia de este premio Manuel Rojas, ni la del mismo Rojas, nunca lo había leído. Para esta ocasión leí “Hijo de ladrón” y a las veinte páginas pensé ¿Cómo es posible que yo lo desconozca? Es potente y directo, como a mí me gustan los escritores, es argentino de padres chilenos, se ve que ha pasado muchas veces la frontera. Dice, al comienzo de su libro “Me acercaba a Chile, la tierra escondida”. Y ese pasar la frontera de un lado a otro me trae recuerdos, porque yo vine a Chile unas cuantas veces. La primera, muy joven, de vuelta del Perú por tierra desde Arequipa a Santiago y luego cruzando la cordillera con el tren trasandino, con las últimas monedas (Era la época en que uno viajaba con las últimas monedas). La segunda vez, unos pocos años después, cuando Allende estaba por caer, yo estaba en Mendoza y vine a espiar cómo estaban: Estaba tensa la situación, no era momento de recibir turistas. Después vine a Santiago invitada por la Universidad Diego Portales y gocé de la hospitalidad chilena de amigos, y de amigos de éstos. También hice crónicas de viaje y conocí el sur, Chiloé, un delfín acompañó al barquito, Valdivia, tan querible, Pucón, Puerto Varas y al Norte, La Serena. La Serena me gustó mucho, allí dicen “Dama”. Pedí en un bar un café y la mocita me dijo “Sí, dama”. Me intrigan las fronteras y el habla de las mismas, por ejemplo en San Juan, Argentina, yo había oído decir “Se cree el hoyo del queque” (Viene a ser el centro de la torta y se dice de alguien muy pagado de sí mismo). Y en Santiago también lo escuché. Mucha gente de San Juan veranea en Reñaca y los de Mendoza en Viñas, por la cercanía. Pero lo que me llamó la atención en el sur, sobre todo en Puerto Varas y Pucón es que mientras que en el centro de esos pueblos prima la madera clara, en casas e iglesias, como si hubiera una vocación de brillo, en los alrededores donde habitan en general los criollos, es todo más oscuro, más sombrío (El mismo fenómeno se da en la Argentina, en Bariloche y el Bolsón, en Bariloche la catedral parece la casita de Heidi y si vamos más allá, hay como una búsqueda de sombra. Me viene a la memoria una visita remota a Santa Rosa, capital de la Pampa, provincia despoblada si las hay. Fui como acompañante de otra escritora. Ella a la noche miró por la ventana de la habitación del hotel, que era y sigue siendo el Cafulcurá, coloso de 9 pisos rodeado de chatura, y al ver las escasas luces de la ciudad dijo: “Ay, Hebe, ¡qué desolación! Voy a pedir un whisky”. Como soy suburbana y algo entiendo de edificios chatos, luces débiles y hábitos pueblerinos le dije “No, no te lo van a traer”. Efectivamente, no se lo trajeron. Ella era una porteña típica y en Santa Rosa a las once de la noche suelen dormir. Pero mi aprendizaje del lugar no terminó allí, fui con un poeta coplero, moreno criollo, a ver su casa donde vivía con su mamá: La casa tenía las paredes pintadas de color rosa viejo, con los colores de los pintores de cuadros del siglo XIX. La casa por dentro era umbría, despojada, una especie de refugio. A la mamá del poeta la habían invitado a una cena en el hotel Cafulcurá pero no iba a ir porque consideraba que al ser el edificio tan alto se iba a marear. Tan ajeno le resultaba, que una posible descendiente de Cafulcurá se niega a ir al hotel que debió serle próximo. Y volviendo a Chile me pregunto, ¿qué hace en Valdivia, que es todo un conjunto armónico de jardines y techos rojos ese hotel tan moderno, tan futurista, con unas puntas retorcidas en la cima, como si estuvieran allá arriba angustiadas? Ese edificio desentona. Y entonces pienso si no serán nuestros países desiertos poblados un poco a las apuradas en afán de progreso. Perdón por las disquisiciones arquitectónicas, pero Platón consideraba que si el entorno de las personas era bello y armonioso, digamos, las personas también iban a tener pensamientos buenos y armoniosos. Yo también lo creo. 

Volviendo al premio, tengo sensaciones contradictorias en relación al mismo, por un lado lo agradezco, como no podría ser de otro modo, y por otro me parece un premio muy grande, como desmedido, como si se hubieran equivocado en dármelo. Y también me siento como el escritor uruguayo Felisberto Hernández, luego de que el escritor francés Jules Supervielle lo presentara en París a un auditorio lleno de público. Dijo Felisberto: “Me siento como un conejo sacado de la galera de un mago”. Por suerte este premio me llega a una edad en la que los elogios y los castigos llegan de forma amortiguada, recuerdo una vez de joven recibí una crítica donde decían que yo tenía sentido del humor, se la mostré a mi mamá y me dijo “Vos, sentido del humor…” Me molestó tanto que lo recuerdo. Ahora comprendería todo de otra manera. Algo de vanidad debía tener yo en ese tiempo, porque solía soñar que daba una conferencia en francés. 

Un premio apela a la importancia de una persona, en este caso de un escritor, pero un escritor lo que más quiere es escribir bien, lo mejor que pueda. Pienso y siempre pensé que la conciencia de la propia importancia conspira contra la posibilidad de escribir bien, más aún, pienso que la hipertrofia del rol le juega en contra a un escritor y a cualquier artista. Cuando veo que alguien hace gala de su rol, sospecho que no escribe bien. Y no soporto los cuentos en que los protagonistas son escritores, ni las películas sobre el tema. En relación con la importancia de lo que hace el que escribe entra en un terreno resbaladizo, porque debe tener conciencia de que no se trata de una lista de compras, pero no debe notarse para nada que lo que hace es importante. Katherine Mansfield lo decía de un modo delicioso: “¿Por qué será que cuando un párrafo me sale bien me inflo tanto que el siguiente me sale mal?” 

A mí me parece que se idealiza demasiado a los artistas, se tiende a ver su oficio como algo oculto y misterioso, como si no fueran de la misma pasta que los otros hombres. En mi caso han colaborado mis padres, que me dieron bien de comer y me hicieron dormir a una hora conveniente dándome una regularidad que hacía posible que yo leyera tranquila, nunca me elogiaron mucho lo que ahora considero algo bueno, poco estímulo, librada a mi libertad. También incidieron en mi proceso de escritura mis amigos, que me escucharon y me leyeron, y en el caso de los libros de crónicas las personas que entrevisté y las que me ofrecieron contactos, con ellos me siento en deuda, no los he nombrado o agradecido como me parece que era mi deber. También me ayudó la escuela y la facultad donde me he enterado de muchas cosas. También un poco de suerte para poder editar. 

Yo miro a este premio como si me hubiese sacado la lotería… con la salvedad de que nunca compré un billete. O sea, como si alguien me hubiera sacado un billete a espaldas mías. Pero aparte, este premio tiene un sabor agridulce, por un lado premio a la trayectoria me suena póstumo y por otro aquí están mis amigos argentinos y chilenos con los que después iré a comer alegremente. 

Me voy a referir un poco a mi literatura, hace tiempo que viré del cuento a la crónica porque me pareció en su momento una forma de renovación. Cansada de escribir sobre la infancia, los abuelos y la inmigración, quise ver un poco más del mundo que me rodeaba y empecé a viajar, sobre todo por América Latina, porque me pareció que ahí había mucho por aprender y descubrir. 

Esta explicación debe ser tomada con pinzas, porque un escritor, y sospecho que a la mayoría de las personas le pasa igual, no sabe la razón de sus actos y decisiones. Estas explicaciones sirven más bien para las entrevistas, donde uno se pone a pensar arduamente por qué eligió tal camino y no otro. En general lo que sí tiene un escritor es como un radar que lo lleva a través de lecturas, imágenes, pensamientos hacia el lugar, tema o ser hacia el que quiera ir, pero no sabe más. Las explicaciones son para salir del paso. Alguien dijo: “La crónica sirve para dar voz a los que habitualmente no la tienen” y eso es cierto, tienen prensa los deportistas, los políticos, los artistas, pero hay un montón de gente que está como oculta. Eso es cierto, en las crónicas se vuelven protagonistas personas de pueblos chicos, comunidades indígenas. En todos esos lugares sólo he atisbado, curioseado y sólo me queda eso, haber asomado la nariz, nomás. He tratado de registrar el lenguaje, los modismos regionales y lo que esto implica: Una forma de ver el mundo. Y también a veces logré tener un registro de la forma mía de ver el mundo. Una vez en el mercado de Bariloche encontré vendiendo anteojos de sol a tres negros de Senegal (A la Argentina han venido muchos y están en todo el país). Les hice anotar en un papel su nombre, uno se llamaba Modoro Batal, pero quise interpelar al mayor de ellos, que tenía una cara más elaborada, como de hombre reflexivo, y le pregunto: ¿Cómo te llamás? Black- Me dijo- Cuando estaba por preguntarle incautamente si su mamá le había puesto ese nombre, al ver mi cara de asombro me dijo: “¿Y acaso en castellano no existe el nombre Blanca?”
El racismo, como en este caso, muchas veces es inconsciente. 

También me he vinculado con el tiempo en que vive la gente de provincias y pueblos que es distinto del de las grandes ciudades. Recuerdo estar en la plaza de Amaicha , un pueblo de unos cinco mil habitantes, en Tucumán, en un hotel sin televisor, nada para leer, había olvidado la radio en otro pueblo. En la plaza rebuznaba un burro sin parar. La tarde anterior quise comprar un diario para tener… algo. El diálogo con alguien allegado al kiosko fue así: 
- No está el diarero pero ayer vino. 
- ¿Será que hoy no le toca? 
- No, él está queriendo venir pero es que… 
Siempre están dispuestos a defender al ausente. 
- ¿Y ahora? 
- Puede que llegue, puede que no llegue. 
Y uno se puede imaginar la cantidad de inconvenientes que pudo tener en el camino, por ejemplo una lluvia privada, que afecte solo al diarero, entonces en realidad que llegue al kiosko vendría a ser visto como un milagro. Y después me dijo, con otro tono de voz, como una disculpa: - Tiene otro trabajo. 

Lo mismo hago con los letreros y las placas de profesionales. En Corrientes, donde la gente es de imaginación muy viva, un abogado se hizo una enorme placa con una balanza doradísima.

Mi querida maestra, Simone Weil tal vez aunque no estoy segura, tenga que ver con todos esos recorridos. Ella dice Saber, pero saber con toda mi alma que el otro existe, es tal vez lo más precioso y deseable que pueda “Ver al otro no como proyección de mis fantasías y deseos, sino como alguien que puede tener otra perspectiva, hecha por su historia, su contexto, sus hábitos”. Mi perspectiva siempre me parece la adecuada porque está hecha de mi historia, mis hábitos, sensaciones y todo lo que es mi experiencia, y ¿por qué? Porque con ella me siento cómodo. Julio Ramón Rybeiro, escritor peruano muy conocido en Chile y mucho menos en el Río de la Plata dice: “Cuando miro a alguien y le atribuyo algún defecto, debo pensar si no incursiono en el contrario”. Porque siempre mi perspectiva me va a parecer la verdad, simplemente porque me tranquiliza. En este terreno de dudas y vacilaciones se maneja un escritor. 

Añade Simone Weil “El triunfo del arte ( De todo arte) es que me saca de mí mismo”. Vivimos llenos de incomodidades físicas y espirituales, preocupaciones de toda índole, me aprieta el zapato y tengo un viejo rencor que me da vueltas. También dice: “Los mejores productos son como si fueran anónimos”. O sea, que el que lo fabricó no sabe bien ni cómo ni porque lo hizo. 

Es un destino raro el de escritor o artista, lo mejor debe ser como si fuera anónimo y después es alabado, premiado. 

He hablado mucho sobre la Argentina, quiero recordar a algunos escritores y artistas chilenos que me han impactado. Recuerdo a Nicanor Parra, a quien vi en San Luis (está al lado es Cuyo) en un congreso de Literatura, nunca lo vi en Buenos Aires, y a los actuales, Alejandro Zambra, que no está acá porque vive en México, a Diego Zuñiga, que también estaría acá pero está de viaje y Alejandra Costamagna que, sorprendentemente, no está de viaje, y hay algo que rescato de los escritores chilenos que me interesa: La capacidad de integrar la vida política a la cotidiana, a través de personajes domésticos, tíos, primos, conocidos, y su forma de pensar . Todos los últimos nombrados lo hacen y bien. Pero también quiero recordar a los cineastas chilenos, por ejemplo, una película de los años setenta “El chacal de Nahuel Toro” donde un borracho del submundo total aprende a leer en la cárcel y se pone zapatos por primera vez, él está condenado a muerte pero de momento está contento con sus zapatos que antes nunca tuvo. También hay una película actual hecha por su nieta a la mujer de Arguedas, el gran escritor peruano, una especie de largo reportaje, que ganó un premio en el Bafici de Buenos Aires, que es un festival de cine. Esa chica está viviendo ahora en Córdoba, casada con un cámara argentino.

Agradezco a mis amigos y a mis alumnos que han venido a acompañarme hasta aquí, a la gente de la editorial argentinos y chilenos que han venido, agradezco la oportunidad de conocer a la presidenta de la república, la señora Michel Bachelet. Agradezco a la vida, que me dio esta oportunidad y en general, como canta la gran Violeta Parra.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Femmes damnées 
                                                              Charles Baudelaire


A la pâle clarté des lampes languissantes,
Sur de profonds coussins tout imprégnés d'odeur
Hippolyte rêvait aux caresses puissantes
Qui levaient le rideau de sa jeune candeur.

Elle cherchait, d'un oeil troublé par la tempête,
De sa naïveté le ciel déjà lointain,
Ainsi qu'un voyageur qui retourne la tête
Vers les horizons bleus dépassés le matin.

De ses yeux amortis les paresseuses larmes,
L'air brisé, la stupeur, la morne volupté,
Ses bras vaincus, jetés comme de vaines armes,
Tout servait, tout parait sa fragile beauté.

Etendue à ses pieds, calme et pleine de joie,
Delphine la couvait avec des yeux ardents,
Comme un animal fort qui surveille une proie,
Après l'avoir d'abord marquée avec les dents.

Beauté forte à genoux devant la beauté frêle,
Superbe, elle humait voluptueusement
Le vin de son triomphe, et s'allongeait vers elle,
Comme pour recueillir un doux remerciement.

Elle cherchait dans l'oeil de sa pâle victime
Le cantique muet que chante le plaisir,
Et cette gratitude infinie et sublime
Qui sort de la paupière ainsi qu'un long soupir.

- " Hippolyte, cher coeur, que dis-tu de ces choses ?
Comprends-tu maintenant qu'il ne faut pas offrir
L'holocauste sacré de tes premières roses
Aux souffles violents qui pourraient les flétrir ?

Mes baisers sont légers comme ces éphémères
Qui caressent le soir les grands lacs transparents,
Et ceux de ton amant creuseront leurs ornières
Comme des chariots ou des socs déchirants ;

Ils passeront sur toi comme un lourd attelage
De chevaux et de boeufs aux sabots sans pitié...
Hippolyte, ô ma soeur ! tourne donc ton visage,
Toi, mon âme et mon coeur, mon tout et ma moitié,

Tourne vers moi tes yeux pleins d'azur et d'étoiles !
Pour un de ces regards charmants, baume divin,
Des plaisirs plus obscurs je lèverai les voiles,
Et je t'endormirai dans un rêve sans fin ! "

Mais Hippolyte alors, levant sa jeune tête :
- " Je ne suis point ingrate et ne me repens pas,
Ma Delphine, je souffre et je suis inquiète,
Comme après un nocturne et terrible repas.

Je sens fondre sur moi de lourdes épouvantes
Et de noirs bataillons de fantômes épars,
Qui veulent me conduire en des routes mouvantes
Qu'un horizon sanglant ferme de toutes parts.

Avons-nous donc commis une action étrange ?
Explique, si tu peux, mon trouble et mon effroi :
Je frissonne de peur quand tu me dis : " Mon ange ! "
Et cependant je sens ma bouche aller vers toi.

Ne me regarde pas ainsi, toi, ma pensée !
Toi que j'aime à jamais, ma soeur d'élection,
Quand même tu serais une embûche dressée
Et le commencement de ma perdition ! "

Delphine secouant sa crinière tragique,
Et comme trépignant sur le trépied de fer,
L'oeil fatal, répondit d'une voix despotique :
- " Qui donc devant l'amour ose parler d'enfer ?

Maudit soit à jamais le rêveur inutile
Qui voulut le premier, dans sa stupidité,
S'éprenant d'un problème insoluble et stérile,
Aux choses de l'amour mêler l'honnêteté !

Celui qui veut unir dans un accord mystique
L'ombre avec la chaleur, la nuit avec le jour,
Ne chauffera jamais son corps paralytique
A ce rouge soleil que l'on nomme l'amour !

Va, si tu veux, chercher un fiancé stupide ;
Cours offrir un coeur vierge à ses cruels baisers ;
Et, pleine de remords et d'horreur, et livide,
Tu me rapporteras tes seins stigmatisés...

On ne peut ici-bas contenter qu'un seul maître ! "
Mais l'enfant, épanchant une immense douleur,
Cria soudain : - " Je sens s'élargir dans mon être
Un abîme béant ; cet abîme est mon cœur !

Brûlant comme un volcan, profond comme le vide !
Rien ne rassasiera ce monstre gémissant
Et ne rafraîchira la soif de l'Euménide
Qui, la torche à la main, le brûle jusqu'au sang.

Que nos rideaux fermés nous séparent du monde,
Et que la lassitude amène le repos !
Je veux m'anéantir dans ta gorge profonde,
Et trouver sur ton sein la fraîcheur des tombeaux ! "

- Descendez, descendez, lamentables victimes,
Descendez le chemin de l'enfer éternel !
Plongez au plus profond du gouffre, où tous les crimes,
Flagellés par un vent qui ne vient pas du ciel,

Bouillonnent pêle-mêle avec un bruit d'orage.
Ombres folles, courez au but de vos désirs ;
Jamais vous ne pourrez assouvir votre rage,
Et votre châtiment naîtra de vos plaisirs.

Jamais un rayon frais n'éclaira vos cavernes ;
Par les fentes des murs des miasmes fiévreux 
Filtrent en s'enflammant ainsi que des lanternes
Et pénètrent vos corps de leurs parfums affreux.

L'âpre stérilité de votre jouissance
Altère votre soif et roidit votre peau,
Et le vent furibond de la concupiscence
Fait claquer votre chair ainsi qu'un vieux drapeau.

Loin des peuples vivants, errantes, condamnées,
A travers les déserts courez comme les loups ;
Faites votre destin, âmes désordonnées,
Et fuyez l'infini que vous portez en vous !

lunes, 30 de octubre de 2017

lunes, 2 de octubre de 2017

Olga Orozco
Las muertes
He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la lluvia,
lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso de la
piel del lagarto,
inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz de
alguna lágrima;
arena sin pisadas en todas las memorias.
Son los muertos sin flores.
No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.
Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.
Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,
mas su destino fue fulmíneo como un tajo;
porque no conocieron ni el sueño ni la paz en los infames
lechos vendidos por la dicha,
porque sólo acataron una ley más ardiente que la ávida
gota de salmuera.
Ésa y no cualquier otra.
Ésa y ninguna otra.
Por eso es que sus muertes son los exasperados rostros de
nuestra vida.

sábado, 23 de septiembre de 2017


Un cuento de Denis Fernández, de su libro "Monstruos geométricos"
"Los perros suicidas"
Ángela decía que las estrellas eran renacuajos que bajaban al amanecer para comerse mi desayuno. Ahora ella no se divierte más conmigo. No me incluye en sus planes. Prefiere armar fiestas con sus amigos y duerme en la casa de otras personas. A veces, por la ventana de mi habitación, la veo besándose con Cristian atrás del pino: se chupan como si comieran mielcitas. Mi mamá no me deja comerlas, dice que es una golosina para pobres. Una vez, Juana, mi compañera de inglés, me dio un beso. Tenía los labios mojados, resbalaban, entonces junté un poco de su saliva en mi boca e hice buches y fue como comer una mielcita sin gusto. Las mielcitas las compro en el almacén que está a la vuelta de mi casa. En estos últimos días fui muchas veces a comprar y la calle del pueblo está llena de perros que nunca había visto, andan olfateando los tachos de basura y mean las gomas de todos los autos que se cruzan. Los vecinos no saben de dónde salieron. A uno que me mira le doy una mielcita pero no quiere comerla. Podría llevarlo a mi casa para que suplante a Masche. Mi familia me trata como un tonto porque dicen que lloro por un perro de mierda. Masche se escapó hace un mes y no volvió. Pero todavía tengo esperanzas de que aparezca por la puerta del fondo y se acueste al lado de mi cama.
En menos de un día Fidel ya se había acostumbrado a las dimensiones del departamento. Estaba cómodo con la luz tenue de la lámpara y con el aroma del perfume de Inés. Incluso le habíamos puesto un balde con agua que él movió con el hocico hacia otro lugar. Fidel era un perro flaco, un perro de la calle, con manchas blancas, quilombero. Los hermanos de Inés lo habían encontrado con una correa de hilos gruesos al cuello, el día anterior a que yo lo conociera, pero ella decidió que no podía vivir con nosotros. Dijo que nuestro departamento es demasiado chico para un perro tan inquieto. Después me dijo que en algún momento, pronto, tendríamos una casa con jardín donde podríamos tener un perro que pudiera jugar entre ropa la sucia y los almohadones. La mañana siguiente pegó carteles con una foto de Fidel en la vidriera de su local y esa misma tarde vino un viejo y se lo llevó. Ni siquiera preguntó cómo se llamaba o si tenía dadas las vacunas. Ojalá Fidel se escape y vuelva con nosotros, aunque Inés me diga que no puede quedarse. Si vuelve le voy a proponer que nos mudemos a una casa con jardín para que jueguen todos sus sobrinos. Su familia siempre quiso que vivamos en una casa enorme. Inés se merece esto, decían en todas las cenas familiares. Su estructura es la familia. Yo navego entre sus parientes. Pero no quiero una casa con jardín, este departamento es todo lo que necesito. Igual voy a proponerle eso o que vayamos a vivir a ese pueblo de montaña que mira siempre en internet. Nuestro pueblo no tiene montaña pero tenemos salida al mar. Hay un sector de la costa con acantilados y un balneario cinco estrellas que fue abandonado hace dos décadas. Me hubiera gustado que Fidel conociera ese lugar pero no tuve tiempo de llevarlo.
Desde mi ventana puedo espiarlos, me cubren las calcomanías pegadas al vidrio. Están ubicadas estratégicamente para que mi cabeza no se vea. Hay huecos donde sólo se ven mis ojos, pero no pueden verlos desde lejos, así que estoy seguro. Cuando sea grande me gustaría ser detective, pero no un detective borracho que anda solo sin nadie que lo quiera, otro tipo de detective. Además me gustaría ser chofer de limusina. Apago la luz y me escondo detrás de la calcomanía de Bob Esponja: Ángela le agarra la mano a Cristian y la apoya en sus tetas. Mientras él la besa y mueve su mano con fuerza, ella le desabrocha el pantalón y le mete la mano por adentro del calzoncillo y le saca el pito afuera. Yo hago lo mismo, me lo saco afuera. El mío es más chico. Dejé la puerta abierta de mi cuarto y mamá me ve y me grita. Me dice que me duerma enseguida. Apago las luces. Estoy escondido en la oscuridad entre calcomanías. La persiana está casi toda baja. Ángela habla con Camila, la de séptimo grado que se besa con todos sus compañeros. La que se esconde debajo de la escalera y deja que los de noveno le levanten la pollera del uniforme. Ángela debe estar contándole como es el pito de Cristian. Camila se da cuenta que estoy espiándolas y se tapa la boca con la mano como si escondiera una pelota de golf. Sigue mirándome a través del tapa-rollo y cuando mi hermana se distrae se mete un dedo en la boca.
En el noticiero alertaron sobre una tormenta que se aproxima desde el oeste. Aseguraron que los vuelos y desembarcos internacionales podrían suspenderse por tiempo indeterminado. Mientras Inés se bañaba le conté y se puso a llorar porque pensó que tendríamos que cancelar nuestro viaje a Cuba. Desde el espejo pude ver como se enjabonada pero no pude distinguir sus lágrimas. Por momentos pienso que hago en este lugar, si debería escaparme sin dejar rastro o simplemente decirle que me voy y que no me espere. Estamos juntos hace diez años. Conocemos cada rincón de nuestro universo pero sin darme cuenta mi forma humana fue mutando y mis pensamientos ya no son los mismos. La mayor parte de los objetos de la casa parecen de utilería. Incluso, a veces, cuando abro la puerta del departamento, pienso que me equivoqué de domicilio, se borran todos mis recuerdos durante algunos segundos hasta que me doy cuenta que estoy en el lugar correcto. La esuché llorar. Inés suele llorar mientras se ducha. Pero no pudé ver sus lágrimas porque mira hacia la pared. Ni siquiera solloza. Me doy cuenta que le caen lágrimas porque su omóplato se mueve con esa forma característica que tiene ella cuando anuncia la llegada del colapso. Cuando todo de desintegra sólo debo abrazarla y llevarla hasta el balcón para que pueda mirar las estrellas. Así se tranquiliza y vuelve a creer que todo esto está pasando de verdad. Acá en el pueblo debemos ser coherentes con nuestros objetivos porque sino caemos en la desolación. Le pasó a mis padres y me pasa a mí. En el noticiero volvieron a anunciar que los desembarcos internacionales seguirán suspendidos por tiempo indeterminado. De alguna forma vamos a llegar a Cuba, le dije a Inés mientras la ayudaba a secarse el cuerpo.
Ángela apoya su cabeza sobre el almohadón con forma de búho y me espía mientras trato de pararme el pito con una revista de productos Avon. Me guardo el pito adentro del calzoncillo, la agarro de los pelos y grito Ángela le chupó el pito a Cristian, mamá Ángela es igual que Camila, andan tocando pitos en los recreos. Ángela me tapa la boca, mamá no vuelve hasta medianoche pelotudo, te saqué una foto con la verga en la mano, si decís algo se la muestro a todo el colegio. Esa misma tarde jugamos a las escondidas en el parque de nuestra casa que tiene el tamaño de dos casas. Cuenta Ángela. Cristian y Andrés, dos amigos de ellas del colegio, se esconden en el pasillo que comunica con la casa de mi prima. Yo me escondo atrás del sillón del quincho y Camila se pone de cuclillas al lado mío. Callate que nos van a encontrar. La quiero echar pero Camila tiene mucha fuerza, no es gorda, pero con sus brazos podría empujar un tractor lleno de tractores. Ángela comienza a buscarnos y Camila me mete despacito la mano por adentro de la remera. Su mano es fría y lijosa. Agarra mi mano y se la pone entre sus piernas. Me pasa la lengua por mis labios y pone su mano arriba de mi mano y me mueve los dedos por encima de su bombacha. Quiero que me suelte entonces le aprieto la concha. Ella suspira fuerte y me pide que vuelva a pellizcarla. Esta vez se lo hago más fuerte y la lastimo. Me dice que soy un juguetón y y me mete la mano adentro del pantalón y me mete un dedo en el culo y la empujo y nos caemos encima de los libros de mi hermana. La agarro de los pelos y le digo que no me moleste más o le digo a todo el colegio que es una frígida. Camila se ríe y me vuelve a pasar la lengua por los labios y me pide que la toque como antes pero sin pellizcarla. Dejame ver como se te pone dura, me dice. Nos separamos cuando mi hermana grita el nombre de Camila.
El calor era asfixiante. Inés limpió el piso con desinfectante dos veces seguidas, pero igual seguían quedando huellas marcadas en las cerámicas blancas. A la madrugada abrí las ventanas. Como no entraba una gota de aire las volví a cerrar y me senté a ver televisión en el living hasta que me quedé dormido. Inés me despertó cuando estaba amaneciendo y caminó desnuda hasta la cama. Miré durante algunos minutos los noticieros de la mañana que continuaban hablando de las enormes nubes que viajaban hacia nuestro pueblo y me acordé que aún me quedaban dos clases de natación pagas. Armé la mochila y me fui a nadar. En el camino me crucé con dos perros linyeras que me siguieron hasta el club. Al mediodía, mientras almorzábamos, Inés me contó que había visto al viejo que se había llevado a Fidel caminando solo en dirección a la estación de tren. Me mostró una foto que le había sacado desde lejos, pero en la pantalla del celular apenas se distinguía una silueta escuálida y desenfocada. Más tarde, mientras cenábamos, Inés me confesó que además de sacarle una foto siguió al viejo durante varias cuadras. Le pregunté si había descubierto algo y me contestó que no, que lo siguió hasta que entró a la casa de otro hombre, parecía su hermano o su primo, dijo que tenían el mismo corte de cara. Inés hace cosas que nunca antes se hubiera animado a hacer. Una semana atrás la encontré parada sobre una silla en el balcón sacando bichos de luz pegados en la lámpara. Inés sufre vértigo, eso jamás lo hubiera hecho sin mi supervisión. Tampoco hubiese seguido a alguien si no hubiera sido por una situación extrema que la obligase a hacerlo. Algo está cambiando en su personalidad. Temo que sean las pastillas que la ayudan a descontracturarse cuando se tensa. El cuerpo se le endurece y se dobla toda como un bicho bolita. A la tarde, en el noticiero, anunciaron que la semana próxima estaría solucionado el tema de las embarcaciones. Inés va a ponerse contenta cuando sepa que nuestro viaje a Cuba no va a cancelarse.
Ángela está muy triste porque Camila no se puede mover, tiene una parálisis, que según papá, que es médico y conoce el cuerpo humano, fue por culpa de sus padres, que se separaron y tenían pensado mandarla a vivir con su abuela a otro pueblo por un tiempo hasta que la relación entre ellos se solucionara. Camila no mueve los brazos. Apenas puede mover las fosas nasales. Mi papá me dice ponete un buzo y me pide que lo acompañe a la clínica donde está internada Ángela. Me siento un poco culpable porque no la traté bien la última vez que nos vimos en mi casa. Ese día ella estuvo muy rara. Mientras vamos con papá por la ruta escuchando la radio miro las vacas podridas del campo que cuida el criador de tortugas. Alrededor de las vacas hay muchos perros, parecen hambrientos. Les ladran como si quisieran comérselas, pero las vacas los asustan con sus colas y esos ruidos que largan. Creo que ellas también tienen hambre y si no fueran herbívoras podrían comerse a los perros. Antes de llegar a la clínica le pregunto a papá si estuvo buscando a Masche pero no me contesta. Afuera de la clínica hay un cartel que dice que no admiten animales pero algunos se cuelan por la entrada de ambulancias. La calle está llena de toda clase de perros. Busco a Masche pero no lo encuentro. Caminamos con mi papá por pasillos largos, hay olor a naftalina igual que en mis cajones de ropa interior. Papá no me deja entrar a la habitación donde está internada Camila porque tiene miedo que me asuste, hay muchos cables y sangre que pasa por tubos transparentes y aroma a desodorante de coco.
Soñé que Fidel me despertaba a media noche y me pedía que le abriera la puerta del balcón. Yo me abrigaba con una bata de Inés y le abría. Mientras cagaba, Fidel miraba las estrellas y movía la nariz como si comprendiera el funcionamiento del universo. Yo le acariciaba el lomo con la palma de la mano abierta pero no me registraba. Después entraba al departamento y se acostaba en mi lugar de la cama, junto a Inés. Pero Inés no tenía forma humana: se había convertido en un perro. Dormían abrazados y yo tenía que irme al sillón del living que en el sueño tenía forma de cucha. A la mañana Inés me despertó a los gritos, estaba enojada porque no había dormido con ella en la cama. Yo estaba acostado en la alfombra que compramos en Colonia. Me recriminó haberla dejado sola y me amenazó con que esa noche no la esperara, dormiría en casa de sus padres. No le contesté y me volví a quedar dormido encima de la alfombra. Me desperté al mediodía por unos ruidos en el departamento de al lado. Estaban taladrando cemento. Me serví café y me quedé mirando por la ventana como el agua caía a chorros desde el cielo. La lluvia era más que un diluvio, como si alguien estuviera vaciando tanques llenos. Cuando paró me vestí con ropa impermeable y fui a natación. Nadé durante dos horas. Cuando salí el sol estallaba contra el empedrado. Me quedé unos minutos parado en la puerta del club, el portero quiso sacarme conversación pero yo estaba muy distraído viendo como en los edificios de enfrente, los únicos dos que hay en el pueblo, los inquilinos ventilaban sus comedores y tendían ropa en pequeños tenders de caño. Por adelante mío pasó una camioneta y vi a Fidel, asomaba la cabeza desde el asiento de acompañante. Tenía la lengua afuera y parecía disfrutar del paseo. Grité su nombre y el portero se me acercó y me preguntó si estaba bien. Le contesté que sí y caminé hasta mi casa esquivando charcos de agua que se formaban en algunas veredas rotas. A la noche Inés apareció con una bolsa muy grande y la dejó junto al mueble del televisor. Yo seguí cocinando y escuchando la radio, donde un especialista en crisis ambientales hablaba sobre las consecuencias que ocasionaría la extracción de minerales del pozo fluvial que habían construido debajo de los campos del pueblo vecino. Inés evitó hablarme hasta que terminamos de cenar. Inmediatamente levantó su plato de la mesa y antes de cerrar la puerta del cuarto con llave me dijo que adentro de la bolsa había dos almohadones para que pudiera dormir en el sillón y al día siguiente no me despertara con el cuello contracturado, así, de una vez por todas, podía salir a la calle a buscar trabajo.
Está oscuro y hace frío. Mi mamá encuentra a Ángela con Cristian en su cuarto, están desnudos. En voz baja les ordena que se cambien y acompaña a Cristian hasta la puerta y le pide por favor que no vuelva por un tiempo. Ahora le va a contar a papá y papá lo va a ir a buscar a Cristian y la van a castigar a Ángela. Le propongo a mi hermana que busque a  Masche por las casas del barrio y a cambio le ofrezco hacerle creer a mamá que está loca, que lo que vio es parte de su imaginación, como cuando los reyes magos vienen a comerse el pasto con mierda de Masche. Ángela me insulta y justo suena el teléfono y atiende mamá. A los pocos minutos entra al cuarto de Ángela y cuenta que Camila murió por una insuficiencia cardíaca. Ángela llora pero a mí no me causa dolor, sólo siento cosquilleos en el cuerpo como si algo caliente me estuviera pasando por la sangre. Durante toda la tarde en mi casa hay silencio. Cada tanto se escucha la voz de mamá, que sigue hablando en voz baja. Ángela entra a mi habitación y me pide la plata que vengo ahorrando desde hace varios años. Es mucha plata, lo suficiente para comprarme un pasaje a cualquier lugar del mundo. Ángela me insiste pero no le contesto. Me gusta verla sufrir, me gusta que se desespere y me insista. Le pregunto para qué quiere tanta plata y me contesta que el motivo no importa. Le pido que se vaya de mi cuarto. Mamá escucha que peleamos y golpea la puerta de la habitación y salimos y papá se está poniendo las zapatillas y nos dice que nos espera en la camioneta para ir a visitar a los padres de Camila. Ángela está triste. En el viaje en auto me confiesa que las fotos de mi pito nunca existieron, que inventó todo para chantajearme. ¿Qué es chantajear? Le pregunto a papá en la puerta de la casa de Camila mientras fuma un cigarrillo. La casa de Camila es muy grande, tiene cuatro habitaciones y dos baños. Hay personas que no conozco en el comedor tomando café y preguntándose como pudo haber pasado una cosa así con una chica tan joven. La muerte no tiene piedad, dice una señora. Me alejo de ahí. Subo la escalera y me encuentro con más puertas, todas cerradas. En la punta del pasillo hay una abierta. Cuando me asomo la veo a Ángela que revisa desesperada los cajones de un mueble de madera. Cuando me doy cuenta que encuentra lo que buscaba me escondo en el baño y la veo pasar nerviosa. Nose porque el pito se me pone duro y me empiezo a tocar y acabo en el piso. Abajo, Ángela está sentada al lado de los padres de Camila, que hablan con papá sobre la crianza de cerdos en ambientes cerrados. Ángela me mira con los ojos perdidos y yo pienso en los mosaicos manchados en el baño del piso de arriba.
Inés volvió a dejarme dormir en la cama después de tres noches. Me mostró imágenes del hotel de los cabos cubanos donde vamos a pasar ocho días tirados bajo del sol observando el desarme de las olas contra arena blanca. Mientras me hablaba vimos por la ventana el resplandor de un trueno. Inés me apretó la mano. En pocos minutos, las gotas de lluvia se convirtieron en una tormenta salvaje. Yo no dormí en toda la noche. La tormenta inundó todo el barrio. Inés se despertó muchas veces con pesadillas que nos asustaron a ambos. Le pedí que rezara por Fidel pero se enojó porque dice que en lo único que pienso es en ese perro. La abracé fuerte y nos quedamos viendo, por un agujero de la persiana, como los truenos chocaban contra una placa gomosa que se había formado sobre los árboles, como gelatina de frutilla. Una jauría de perros callejeros se refugió debajo de la placa gomosa y le ladraba a los pocos autos que a esa hora de la madrugada transitaba por las calles inundadas. Perros linyeras de distinta raza vagando por todo el pueblo, hurgando tachos de basura, dispersos como una plaga que había apacerido de forma misteriosa y que parecía tenernos sitiados.
Escucho que suena el teléfono y cuando atiendo, escucho la voz de Cristian y la de Ángela, que hace más de una semana que no va al colegio. Hablan sobre unas fotos privadas. Cristian le cuenta que empezó a correr el rumor por todo el colegio, que las profesoras andan preguntando si es cierto lo que pasó con Camila y ella. Trato de no respirar cerca del tubo. La conversación sigue y en un momento Cristian le confiesa a Ángela que estuvo con Camila y un amigo, que se emborracharon en la pileta de sus padres y durmieron juntos. Ángela lo insulta y corta el teléfono y escucho la voz de Cristian que repite una y otra vez Ángela estás ahí. Mientras miro dibujos animados en el living aparece papá y se sienta al lado mío. Está tomando whisky con hielo y fuma uno de esos cigarrillos negros que guarda en el cajón de su escritorio con recetarios y estuches de lapiceras de pluma. De repente papá me dice que la muerte inmoviliza y yo le pregunto dónde está Masche, si lo tuvieron que matar para ahorrarle sufrimiento. Papá me mira sorprendido y se levanta del sillón y al rato vuelve con fotos de su infancia y me muestra una donde está arrodillado en el mar junto a un perro blanco enorme con manchas marrones en las orejas. Me cuenta que a ese perro tuvieron que regalarlo porque había lastimado a su hermanita recién nacida, le había arrancado un dedo de un mordisco. Justo mamá nos avisa desde la cocina que la comida está lista y antes de que papá se levante le agarro el brazo y vuelvo a preguntarle por Masche. Le digo que no quiero otro perro, que si trae otro lo electrocuto y lo entierro atrás del pino. Se ríe y se va para la cocina. Ángela sale de su cuarto y camina atrás de papá. Está enojada. Después de almorzar mamá me lleva al colegio y cuando estoy por bajarme me agarra del hombro y me dice tené cuidado con las mujeres. A la salida Juana me lleva a un parque donde muchos perros linyeras duermen bajo el sol junto a una fuente de agua. Nos sentamos al pie de un árbol y comemos manzanas. Me pregunta porque no gusto de ella y antes que yo le conteste me besa. No muevo la boca hasta que siento su lengua como un cartón entre mis labios. Su lengua es puntiaguda y raspa. Esta vez siento el sabor de una mielcita de manzana, esas verdes que sólo venden en el almacén que está a la vuelta de mi casa.
Mientras Inés acomodaba ropa y zapatos en una valija me contó que esa misma mañana un hombre preguntó por Fidel en el local. Había quedado una foto pegada en la vidriera. Le pregunté porqué todavía tenía una foto de Fidel exhibida y me dijo no se había dado cuenta. No pudo ver la cara de tipo, estaba en el depósito y sólo escuchó que alguien aseguraba ser el antiguo dueño de Fidel. Me hubiera gustado conocerlo. En eso escuché que nuestro vecino metía las llaves en la cerradura y espié por la mirilla hasta que subió al ascensor y la luz roja se apagó. Agarré un libro y me senté en el balcón a leer hasta que Inés terminara de acomodar su valija. Abajo, en la calle, flotaban ramas de árboles y basura. Mi vecino, desde su balcón, sacó varias fotos de la inundación y me dijo que se las enviaría a su hija que vivía en Australia. El agua que corría por las calles estaba muy negra. El empedrado ya no se distinguía. Le grité a Inés desde el balcón que sería imposible ir al aeropuerto pero no me escuchó, entonces entré a la habitación y quedé sorprendido con lo que vi: Inés estaba acostada boca abajo en bombacha tocándose. Tenía la cabeza enterrada en la frazada y se escuchaban gemidos ahogados. Sin querer golpeé la puerta con los pies e Inés volteó la cabeza sin dejar de tocarse, hasta que acabó y su cuerpo se puso duro y enseguida cobró la forma de un bicho bolita. Me tiré en la cama y la abracé. Se quedó dormida y cuando se depertó se subió encima mío y cogimos durante una hora mientras afuera los perros seguían organizándose en jaurías.
Encuentro cuatro fotos en el armario de mi hermana. En una de las fotos, Ángela, Cristian y Camila están riéndose desnudos en una cama matrimonial. En otra Camila le está chupando el pito a Cristian y se ve la mano de mi hermana que le toca las tetas a Camila. Las otras dos son casi iguales: están ellos tres besándose y tocándose en un baño y en una, en el espejo, se ve parte del cuerpo de otra persona. Guardo las fotos adentro de mi carpeta del colegio y busco en internet videos sobre hombres y mujeres cogiendo todos juntos. Cuando Ángela llega a casa le digo que ya se todo lo que pasó con su amiga muerta, pero ella se hace la desentendida y se encierra en su cuarto y no vuelvo a verla hasta la cena. Mientras comemos pastel de papa, le pregunto a mamá que significa threesome y se miran con papá y no me contestan. Ángela ni siquiera me escucha. Entonces le vuelvo a preguntar a papá donde está Masche y Ángela se mete en la conversación y me dice que Masche está enterrado con el abuelo. Mamá se enoja ccomo nunca antes la había visto y la manda a dormir. Quedamos los tres solos en la mesa pero el único que come es papá, que parece no haber escuchado nada. Cuando estoy por dormirme mamá viene a mi habitación y me dice que Masche no está muerto; un día se escapó y no volvió más. Cuando apaga la luz me quedo pensando. Masche era el único que quedaba de las siete crías de Selva, la perra de mi abuelo. A Raúl, el que más tiempo tardó en abrir los ojos, lo adoptó la familia Vera; a uno sin nombre se lo llevó Marcela, la gorda que vive en la quinta frente a la estación; Ringo se quedó con la familia Gómez; a Cruz lo adoptaron los Menéndez, que viven en la esquina de Moreno y Cambaceres; Joaco, el más peludo de todos, se fue a vivir a la casa de esa familia sueca que no habla con nadie en el barrio y que siempre tiene las persianas bajas; y el último en nacer, José, el de la mancha blanca en el ojo, se quedó con los padres de la esposa del tío Roberto, lejos del pueblo, en una casa perdida en el campo rodeada de vacas flacas y ovejas negras. Masche no tiene reemplazo. Voy a salir a buscarlo y cuando lo encuentre voy a retorcerle la cola por haberse ido y después voy a abrazarlo hasta que se quede sin respiración y ladre. Eso quiero: que ladre muy pero muy fuerte hasta dejarme sordo.
Inés me llamó a los gritos desde el cuarto. Salí corriendo y en el camino me golpeé la cintura contra la punta de la mesa. En el noticiero mostraban una imagen del acantilado, justo al lado del balneario abandonado: cientos de personas abrazadas miraban absortas hacia el mar y peritos buscaban explicaciones sobre lo que había sucedido. Junto a la palabra urgente, anunciaban que una jauría de perros se había tirado por el barranco. Los encontraron reventados por la fuerza de las olas contra las rocas. Un pescador del pueblo aseguraba haber seguido a la jauría durante su trayecto desde la plaza central del pueblo hacia el borde el acantilado, en la parte más alta que se forma en esta zona rocosa de la costa. Un periodista del canal ocho entrevistaba al pescador, el balneario abandonado estaba de fondo, desenfocado, un poco más lejos del cordón policial. El pescador decía que esa madrugada, los perros, que habían estado vagabundeando durante una semana, se habían organizado cerca de la plaza central y habían marchado como en una procesión, caminando por las calles vacías del pueblo. El pescador hacía hincapié en la desolación que cargaban los perros encima. Parecían personas deprimidas, decía el pescador, presentían el final de algo. Eso se ve desde el muelle, de noche se ve el final que viene hacia la costa, viene encima de las olas, por eso los peces no llegan hasta los acantilados. Desde abajo del agua también ven el final. Cuando el pescador terminó de hablar la cámara hizo zoom sobre las olas que chocaban contra las rocas más lejanas. Le dije a Inés que tal vez Fidel estuviera vivo, debíamos salir a buscarlo. Inés vio la mancha de sangre que lentamente se expandía por la tela de mi remera y me abrazó. Le pedí que me prometiera que las próximas vacaciones iríamos a la nieve y con los ojos llorosos me anunció que todo terminaría pronto.

jueves, 14 de septiembre de 2017


Un poema de Néstor Perlongher.

Dedicado muy especialmente a todos los incapaces, ellos saben quiénes son.


Por qué seremos tan hermosas


Por qué seremos tan perversas, tan mezquinas
(tan derramadas, tan abiertas)
y abriremos la puerta de calle
al monstruo que mora en la esquina,
o sea el cielo como una explosión de vaselina
como un chisporroteo,
como un tiro clavado en la nalguicie.

Por qué seremos tan sentadoras, tan bonitas
los llamaremos por sus nombres
cuando todos nos sienten
(o sea, cuando nadie nos escucha)
Por qué seremos tan pizpiretas, charlatanas
tan solteronas, tan dementes.

Por qué estaremos en esa densa fronda
agitando la intimidad de las malezas
como una blandura escandalosa cuyos vellos
se agitan muellemente
al ritmo de una música tropical, brasilera.

Por qué seremos tan disparatadas y brillantes
abordaremos con tocado de plumas el latrocinio
desparramando gráciles sentencias
que no retrasarán la salva, no
pero que al menos permitirán guiñarle el ojo al fusilero

Por qué seremos tan despatarradas, tan obesas
sorbiendo en lentas aspiraciones
el zumo de las noches peligrosas
tan entregadas, tan masoquistas,
tan hedonísticamente hablando.

Por qué seremos tan gozosas, tan gustosas
que no nos bastará el gesto airado del muchacho,
su curvada muñeca:
pretenderemos desollar su cuerpo
y extraer las secretas esponjas de la axila
tan denostadas, tan groseras

Por qué creeremos en la inmediatez,
en la proximidad de los milagros,
circuidas de coros de vírgenes bebidas y asesinos dichosos
tan arriesgadas, tan audaces
pringando de dulces cremas los tocadores
cachando, curioseando.

Por qué seremos tan superficiales, tan ligeras
encantadas de ahogarnos en las pieles
que nos recuerdan animales pavorosos y extintos,
fogosos, gigantescos.

Por qué seremos tan sirenas, tan reinas
abroqueladas por los infinitos marasmos del romanticismo
tan lánguidas, tan magras

Por qué tan quebradizas las orejas, tan pajiza la ojeada
tan de reaparecer en los estanques donde hubimos de hundirnos
salpicando, chorreando la felonía de la vida
tan nauseabunda, tan errática.






domingo, 9 de abril de 2017


Gaviotas


Estas pequeñas aves marinas se reúnen a veces en las playas, en no muy grandes cantidades, a descansar quizás. Permanecen paradas sobre sus finas y ágiles patas dando cara al mar, mirándolo fijamente como viejos marineros que añoran, desde el sosiego de los malecones, quién sabe qué puertos. De pronto, pareciera que algo las inquieta y, como buscando la salvación, vuelan desesperadamente hacia su verde magnitud.

Pese a estar siempre en grupos, permanecen ocluidas en su soledad pues, al menos aparentemente, ignoran la presencia de sus compañeras, y es así como tan solo cambian algunas pocas palabras entre ellas. Todo hace suponer que existe una sola verdad y una sola preocupación en su mundo.

Remontan, de tanto en tanto, pequeños vuelos sobre el grupo, para luego posarse nuevamente y terminar así con lo que esto tuvo de desconcertante, siempre con la mirada detenida en su sentido magnífico. A veces vuelan en dirección contraria, pero estos vuelos son intrascendentes. De inmediato todas, a pasos cortos y donosos, se acercan hasta la proximidad mayor que las olas les permiten, cerciorándose de que el mar no las ha abandonado aún. 

Cuando divisan o presienten -pues aún no se ve- algún barco en el horizonte, se lanzan a un vuelo irreductible.

Indudablemente, la costa es circunstancial para ellas.


Francisco Urondo, "Historia antigua", Obra poética. 

domingo, 2 de abril de 2017


Point Adis, mi playa-paraíso 



                                                            "Ningún orgullo en el genocidio"
                   Porque este país, como el nuestro, nació de un genocidio de los pueblos originarios



El fiel representante de este extraño país




Con el bello Francis y Frida en mi cumpleaños




Los 12 apóstoles 



Esas playas hermosas escondidas en Great Ocean Road


sábado, 7 de enero de 2017


El año empezó con una pérdida irreparable para la literatura.

Se fue Piglia pero nos queda su obra.

De "El País"

A los 16 años, Piglia cogió un cuaderno y comenzó el proyecto de su vida: sus Diarios. Esos cuadernos que empezó a escribir en 1957 y que se fueron apilando en silencio mientras se convertían en leyenda, porque aunque se sabía de su existencia nadie los había leído. Hasta que en 2011 Piglia publicó algunos fragmentos en Babelia. Los empezó cuando con su familia se fue de Adroguéa Mar del Plata, en un intento de su padre de dejar atrás el pasado: “3 de marzo de 1957 (Nos vamos pasado mañana.) Decidí no despedirme de nadie. Despedirse de la gente me parece ridículo. Se saluda al que llega, al que uno encuentra, no al que se deja de ver. Gané al billar, hice dos tacadas de nueve. Nunca había jugado tan bien. Tenía el corazón helado y el taco golpeaba con absoluta precisión (...) Después fuimos a la pileta y nos quedamos hasta tardísimo. Me zambullí del trampolín alto. Desde tan arriba las luces de la cancha de paleta flotaban en el agua. Todo lo que hago me parece que lo hago por última vez".

En aquellas palabras ya estaba su futuro. El cambio de ciudad, de vida, le fue despejando todo y empezó a planificar lo que le gustaría ser y hacer. Años después explicaría: “El diario, sin duda, es un género cómico. Uno se convierte automáticamente en un clown. Un tipo que escribe su vida día tras día es algo bastante ridículo. Es imposible tomarse en serio. La memoria sirve para olvidar, como todo el mundo sabe, y un diario es una maquina de dejar huellas. Me gustan mucho los primeros años de mis diarios porque allí lucho con el vacío total: no pasa nada, nunca pasa nada en realidad, pero en ese tiempo me preocupaba, era muy ingenuo, estaba todo el tiempo buscando aventuras extraordinarias. Empecé a robar la experiencia a gente conocida, las historias que yo me imaginaba que vivían cuando estaban conmigo. Escribía muy bien en esa época, dicho sea de paso, mucho mejor que ahora, tenía una convicción absoluta, que es siempre la mejor garantía para construir un estilo”. No era nostalgia, sino la sensatez y la cordura del crítico que era él.

Si con 16 años conocía el camino, con 18 descubrió a uno de sus dioses tutelares: William Faulkner. Y ya no hubo vuelta atrás. La mansión cayó en sus manos y ya no pudo dejar su obra: “La lectura de Faulkner es uno de los grandes acontecimientos de mi vida”.

No había nada que hacer ante ese hallazgo. Su familia, que quería que él estudiara Ingeniería, se debió conformar con sus estudios de Historia en la Universidad de La Plata. ¿Alguien que tiene claro que quiere ser escritor se pone a estudiar Historia en lugar de algo afín? Sí. “Pensaba, con razón, que si estudiaba Letras me iba a costar seguir interesado en literatura”. No quería leer por obligación ni que evaluaran sus conocimientos sobre literatura. Junto a Faulkner estaban los argentino Jorge Luis Borges, Roberto Arlt.

“Escribir es sobre todo corregir, no creo que se pueda separar una cosa de otra”, decía como una letanía el autor argentino.

Detrás de todo ese amor y pasión por la literatura y el arte de escribir estaba Steve Ratliff, un norteamericano a quien llamaban El inglés, que trabajaba en una compañía exportadora de pescado de Mar del Plata. Fue el primero que le habló de Faulkner, de Scott Fitzgerald y de los autores estadounidenses.

Una vez diagnosticada la enfermedad, Ricardo Piglia se dedicó a organizar y editar los textos que tenía pendientes o inacabados. En especial los Diarios que logró reunir en tres volúmenes, de los cuales dos ya han sido publicados: Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación y Los diarios de Emilio Renzi. Los años felices.

Hace mucho tiempo se hablaba de Piglia como un autor imprescindible. 60 años atrás, ese hombre que cada vez intrigaba a más gente leía de manera desordenada, y fue el interés por una chica la llave que le descubrió el amor por los libros, como confesó a Leila Guerriero en una entrevista en Babelia en 2010: “Yo ya leía, pero sin método. Había tenido una noviecita en Adrogué. El padre era de familia de anarquistas, leían mucho. Íbamos caminando, había un muro alto, y ella me dijo: ‘¿Estás leyendo algo?’. Y yo había visto, en una librería, La peste, de Camus. Y le dije: “Sí. La peste”. Y me dijo: “Prestámelo’. Me da vergüenza contar esto, pero compré el libro, lo leí esa noche, lo arrugué un poco para que pareciera usado, y se lo llevé al día siguiente. Y ahí empecé a leer”.